-¡¿Te has vuelto loco, cacho animal?! -vociferó Manuela por encima del
rugir del motor, aún anonadada mientras le llamaba la atención con leves zarandeos
en la cazadora-. ¡Casi los atropellas!
Aaron apuró a fondo su moto para llegar a tiempo a la universidad, a
pesar de lo cerca que estuvieron de llevarse por delante a una pareja que
parecían góticos justo en la misma fachada. Manuela estaba dispuesta a ser
cómplice en posibles infracciones de tráfico y arriesgarse a sufrir algún
accidente, pero no a que salpicase a otros la temeridad de aquel que acababa de
conocer. Ella empezó a maldecir la hora de ese encuentro que consideró tan
fortuito como nefasto.
-Lo siento -se disculpó él con voz socarrona doblando una esquina-, no
les vi.
-Claro, el negro es un color tan difícil de distinguir a plena luz del
día...
-Bueno, en realidad ahora está empezando a atardecer.
Manuela optó por el silencio ante lo inútil y estresante de mantener en
ese instante todo intento de diálogo con él sin que se le disparase la tensión
arterial, aunque para su suerte el final del trayecto llegó cuando el vehículo
fue parándose mientras se apaciguaban sus mecánicas entrañas.
Una vez detenidos —justo
detrás de una furgoneta blanca—,
ella vio que estaban cerca del aparcamiento del campus; era la primera vez que
iba a ese lugar que dudó en rotundo poder asistir como alumna, ya asumió ese
hecho pese a que todavía le faltaba todo un curso en el instituto.
-¿Se te han esfumado todas esas prisas de antes? -le preguntó Aaron,
sacándola así de su ensimismamiento-. A ver si al final has caído rendida a mis
encantos y prefieras mi compañía...
-No te hagas ilusiones, presumido crónico -contestó Manuela mientras se
bajaba de la moto, le dedicó una breve mirada ceñuda tras quitarse el casco con
cierta torpeza, a pesar de que el efecto deseado rebotaba sobre él como si
llevase una impenetrable e implacable coraza-. Que tengas una señora moto, te tiñas
el pelo a lo danés y que tus rasgos faciales estén bien distribuidos...
-¡Vaya, por fin! -festejó Aaron lanzando y recogiendo en el aire su
devuelto casco, antes de contemplar a Manuela con esa mirada intensa que a
veces parecía desconocer él mismo lo mucho que podía ponerla nerviosa-. Por fin
tienes el valor de reconocer que soy un buen partido y que te parezco
irresistible, o al menos guapo, y eso es un primer paso muy importante...
-¡Vete al cuerno! -espetó ella con colores encendidos en su rostro-
¡Adiós muy buenas!
Fue oportuno que la moto se estacionase justo al lado de donde tenía que
acceder para presentarse a su jefe y cambiarse de ropa; Manuela empezó a
preguntarse si Aaron podía seguir demostrando con éxito esa especie de don de
oportunidad. Aunque no le pareció descabellada la idea de que era cierto el
dicho de “todos los tontos tienen suerte”.
-¡Espera, Manuela! -su voz fue carente de agresividad o imperio, pero la
aludida se detuvo en seco a pocos pasos de la moto; ella odió entonces lo influyente
que estaba resultándole esa voz. Sonrió al verla incapaz de resistirse a girarse
para verle una vez más, por mucho que ella no quisiese. Su mirada parecía
lanzarle un despectivo y escueto “¿qué?”-. ¿No te olvidas de algo?
-Gracias -contestó con boca chica, pero con nitidez-. Me has sacado del
apuro y te debo una.
-Bueno, eso también, pero me refería que a este semental pura sangre no
le vendría mal una recompensa en forma de dulce azucarillo -acentuó su
insinuación tamborileando los labios con el índice, tornándose sus ojos cada
vez más picarones-. No sé me explico...
Fue instintivo, sin premeditación, y no era propio de Manuela lo que hizo
movida por pura enajenación furiosa; pero lo consideró justificado en ese caso
para bajarle su exceso de ego y narcisismo. Aaron se quedó algo gratamente sorprendido
al principio, creyendo que había tomado en serio sus palabras, pero la realidad
le golpeó literalmente cuando ella le atizó con la mochila que colgaba en uno
de sus hombros; para alivio del joven y para fastidio de su agresora, no fue
especialmente doloroso al haber en su interior poco más que ropa y un par de
zapatos.
-¡No juegues conmigo! -espetó Manuela muy encendida, sin apenarse de los
quejidos un tanto exagerados de Aaron. Quizás él ya captase la desmesurada
dignidad que sentía ella por sí misma-. ¡Entérate de una vez que no soy como
esas golfas que me apuesto que te suelen rondar!
Sin más se marchó a paso muy ligero, casi chocando con un hombre de algo
menos de treinta años que salía por donde ella tenía que ir. Pasó de largo sin
mirar a penas al desconocido y dándole una fugaz pero sincera disculpa. En
cambio, Aaron siguió sentado en su moto, con el casco en el regazo y una mano
en su dolorida cara; sintiendo enojo a pesar de que también parecía reírse.
-¿Aprenderás algún día que a veces te puedes quemar si juegas demasiado con
el fuego?
-Dame cuartelillo, Marcial -contestó afablemente en su propia defensa mientras
se bajaba de su moto, estacionada junto al furgón, abriéndose la puerta trasera
de éste por ese recién llegado que tenía cierto parecido con Aaron salvo por el
pelo negro y los ojos grises-. ¡Que hoy es mi gran día!
-Pues no sé yo... No te va a hacer ni pizca de gracia lo que te tengo que
decir.
-¿Algún contratiempo? -un atisbo de preocupación se apoderó de Aaron al
ver la cara de Marcial, que casi parecía anunciarle la muerte de alguien-.
¿Algún problema con el equipo?
-Para nada -Marcial apaciguó esa inquietud del muchacho, mientras se
perdía en el interior de su vehículo de carga-, ya casi he acabado de montarlo
todo en el escenario, y puedo decirte que va como la seda. Se nota que todo es de
lo más nuevo y mejor del mercado -surgió de la parte trasera de la furgoneta
con un par de largos cables en la mano, mostrando entonces que la cabina estaba
ya prácticamente desocupado-. Pero el problema es... Ey, Aaron, ¿me estás
escuchando?
No le sorprendió mucho que el interpelado no le atendiera, solía pasar
cuando había de por medio su primordial y más peligrosa debilidad: las chicas,
para más exactitud las que son bonitas. Allí estaba, medio cayéndosele la baba
al ver no demasiado lejos de donde estaban una buena pieza, como diría el propio
Aaron, que bajaba de un deportivo plateado recién estacionado.
-Esa sí que es una muñeca vestida de azul, aunque no lleve camisita ni
canesú -reflexionó entre dientes sin perder detalle de esa joven entallada con
un vestido que permitía exhibir unas piernas que consideró de infarto; sin
embargo, su entusiasmo se apagó bastante al ver salir al conductor del vehículo-.
Pero que pena que tenga novio. Las mejores siempre están pilladas.
-Clavadito a su abuelo... ¿Le gustaría a Casanova volver a lo que importa?
-¿El qué? Ah, sí, sí, me decías que pasaba algo chungo -contestó
ligeramente más centrado y serio-. Pero si los instrumentos y los amplis van
bien, no sé que problema puede haber ocurrido.
-Simple y llanamente, que no ha venido ninguno aún.
Fue entonces cuando ni un harén de bellezones distraería a Aaron, quien
palideció tanto y tan súbitamente que resaltaba todavía más dicha lividez por
el color del tinte de su pelo.
-¿Qué no han venido? -preguntó con un hilillo de voz y con la garganta
repentinamente reseca-. ¿Ni uno? Pero no puede ser... ¿Tampoco te han llamado?
¿Les has llamado?
-Ni un alma, ni un simple toque -contestó Marcial cruzado de brazos,
mientras Aaron comprobaba en su propio móvil si había recibido llamadas o
mensajes que no hubiese escuchado mientras iba en la moto-. Les llamé pero no
descuelgan, tampoco responden a los mensajes.
Ni una palabra más salió del aún pálido Aaron, quien se sintió como si le
hubiesen arrojado un cubo de agua helada al ver que la pantalla no le anunciaba
mensajes ni llamadas perdidas. Empezó a comprender un poco más y mejor la
desesperación que vio en Manuela al conocerla.
-¿Pero por qué...? -pudo decir al fin con voz quebrada-. Si se habían
comprometido...
-Con lo espabilado que eres para ciertos temas, pero para otros eres
ingenuo como un mocoso -contestó Marcial, realista pero benévolo, aún cruzado
de brazos junto a su vehículo-. Ya te avisé que esos no son de la misma pasta
que tú, aunque os mováis en los mismos círculos. Esa gente suele ser más bien
estirada, egoísta y que se desentienden sin dar la cara sin importar el daño
que hagan; claro que hay casos como tú, pero por desgracia sois pocos. Admite
que se te unieron para que dejaras de insistirles y con la condición de que tú pusieras
todo y ellos absolutamente nada, y parece que tocar en una fiestilla y cobrar
por ello no les es lo suficiente serio, comprometido e importante como para
tener el valor de dar la cara a la hora de rajarse en el último momento.
»Lo mejor sería que nos
echásemos para atrás antes de pasar una vergüenza mayor e irreparable, aunque
nada nos salvará del bochorno de disculparnos por incumplir el contrato.
-¡Ni hablar!
Marcial tuvo que apartarse a un lado cuando Aaron subió de un salto al
interior del vehículo. El muchacho no tardó en echar mano de una bolsa
entreabierta que había allí, de cuyo interior se le cayó un tarro de gel
fijador, a la par que él empezaba a quitarse la camiseta, descubriendo así un
tórax lampiño, delgado pero ligeramente tonificado.
-¿Qué haces, Aaron?
-¿No lo ves? -preguntó retóricamente con voz rotunda y cargada de
ímpetu-. Prepararme.
-¿Para subir al escenario tú solo?
-Si es necesario, sí, pero me niego a tirar la toalla.
Los ojos de Marcial se perdieron por un segundo más arriba de sus
párpados abiertos, sonriendo a la par con cierta diversión. Sabía que Aaron no
se rendiría por muy difícil y nefasta que fuese la situación, que trataría de
buscar una solución aunque fuese en el último segundo, especialmente en algo
tan importante como lo que tenían por delante.
-¿Tu obstinación tiene algo que ver con tu padre, o es más bien que no
quieres disculparte con el director de la universidad por no ofrecerle la banda
que había contratado?
-Cuarto y mitad de cada cosa. Ahora cierra, no es plan de airear mi
cuerpo de escándalo.
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