jueves, 6 de abril de 2017

Crítica personal: Dos Chicos Besándose

Título: Dos Chicos Besándose
Título original: Two Boys Kissing
Autor: David Levithan
Editado en España por: Nocturna Ediciones

Sinopsis:

Craig y Harry tienen diecisiete años, un pasado en común y un objetivo actual: batir el récord del beso más largo de la historia. Y, de paso, demostrar que dos chicos besándose es algo completamente normal.

«Ese es el poder de un beso: no puede matar, pero sí devolverte a la vida».

Crítica personal (puede haber spoilers):

Un variado elenco de jóvenes homosexuales de nuestros días, moviéndose cada uno a su propio ritmo. Algunos caminos de estos son paralelos y de la mano de otro, los habrá más o menos tangentes, además de aquellos que sin rozarse sí son lo suficiente colindantes como para que compartan su razón dentro de esta novela.
Principalmente tenemos a Craig y a Harry, sobre los cuales gira ese eje de la trama que es el beso en cuestión. Se lanzan a la palestra con ese propósito, a pesar de que han terminado su relación, que Harry aún esté enamorado y que la familia de Craig desconoce la orientación sexual de este. Cuentan con el apoyo incondicional de amigos y los padres de Harry, además de muchas otras personas a medida de que ese beso se vaya volviendo viral; pero al mismo tiempo también emergerán los detractores, pasando estos desde los inofensivos y silenciosos hasta los más ofensivos, crueles y cobardes. Tanto Craig como Harry lo darán todo en su empresa por diferentes motivos por encima de entrar en el libro Guiness; algunos son meramente personales pero intensos, pero ante todo el demostrar que un beso es algo totalmente normal sin importar el sexo de las personas que junta sus labios.
Y rodeando este acontecimiento, otros muchachos pasarán por sus propias tribulaciones.
Por un lado Avery y Ryan, que se conocen de manera casual y deciden verse de nuevo al día siguiente después del agrado que les dejó el breve momento que compartieron, como un capricho del destino que une la órbita de un chico teñido de rosa con la de otro teñido de azul; cada uno de ellos con sus propias cruces sobre los hombros que a priori ocultarán con una prudencia que sólo se disolverá cuando la confianza y la química den muestras de reacción. Muy vinculado a la parte de Craig y Harry está Tariq, dispuesto a ayudar a sus amigos en todo lo posible con verdadera pasión en esa causa; todo motivado en buena parte por sus propios fantasmas, de un doloroso episodio reciente de su vida a raíz de su homosexualidad. También están Neil y Peter, una parejita que se quiere y están el uno por el otro, que aunque su relación sea todo lo idílica que permite la realidad y la juventud, vemos que no se puede estar constantemente tan en la cresta de esa ola, ya sea por las complicaciones que puede haber entre dos personas que comparten sentimientos o por tribulaciones y sinsabores personales que sólo se pueden afrontar cuando la sinceridad da la cara. Finalmente está lo que le sucede a Cooper, cuya inseguridad a la hora de conocer a otros hombres y el miedo de que sus padres descubran su homosexualidad son a penas unas de tantas cadenas que lo inhiben y que le cuesta deshacerse por falta de valor y perspectiva.
Y este conjunto dará pie a todo lo que ofrece la novela, tanto lo que es evidente como lo que el lector pueda desgranar entrelíneas.

Dos chicos besándose puede considerarse una oda contemporánea a la dignidad, la igualdad y el respeto hacia la homosexualidad, inspirándose el autor en algunos hechos verídicos como parte de los ladrillos que edifican esta novela. Nos adentra en un momento de la vida de distintos adolescentes que coinciden en el tiempo, cada uno con sus problemas, sus propósitos, sus inquietudes, sus esperanzas, sus temores y sus motivos de reivindicación, así como sus sueños tanto por cumplir como los que consideran destinados al fracaso; y todo ello muestra de algún modo la realidad que aún encontramos los que pertenecemos a la comunidad LGTB.

Bajo su trama se puede apreciar ese factor crucial que es el objetivo de normalizar, capaz de ablandar la áspera dureza de algunas mentes reticentes dispuestas a abrir su visión del tema.
Aunque la homosexualidad sea el denominador común de esta ecuación, a fin de cuentas lo intrínseco de estas páginas es que eso poco importa, mostrando que debajo tienen sentimientos y afrontan situaciones iguales para cualquiera, como pueden ser el encaprichamiento por alguien que entra por tus ojos y despierta tu curiosidad insaciable; el miedo al rechazo afectivo, familiar y social que a veces nos preocupa tanto; el anhelo por un amor perdido, con la agonía de la amistad posterior a una ruptura de tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos; o el dilema de desnudar el alma propia a alguien que crees digno de ese gesto pero que aún queda presente el miedo al fracaso. Por tanto, no deja de ser una historia que en ciertos aspectos no variaría en absoluto si sus personajes hubieran sido heterosexuales, si se mira más allá de esa mera cubierta del elenco.
Y otro factor que busca normalidad, a la par que censura, es el evidente reflejo de esa homofobia que lamentablemente todavía persiste en estos tiempos, y muchas veces sin el menor intento de pudor o respeto en más de un bochornoso caso. Aquí, aunque se verá el apoyo y la tolerancia incluso en quienes no forman parte del colectivo, se refleja la saña que algunos derrochan a la hora de atacar y criticar la homosexualidad que me hizo consciente de dos verdades: que en nuestro día a día podemos seguir encontrando individuos de tal mentalidad esgrimiendo argumentos retrógradas y obcecados, y que tanto dentro como fuera de la literatura este tipo de personas son dignos de toda la vergüenza ajena del mundo.

La mayor singularidad de esta novela, para mí, fue su exposición. La primera persona es la utilizada aquí, pero más que un individuo en sí resulta por así decirlo la voz colectiva de los predecesores de los homosexuales de hoy en día, más concretamente los de unas pocas generaciones atrás. Y ese narrador indefinido y singular podría considerarse como un personaje más, aunque etéreo, que observa y apoya moralmente a los protagonistas de esta novela, expresando sus vivencias y sus sentimientos aunque sus palabras no puedan ser oídas; aullando su impotencia de querer ayudarles y no poder hacer nada; dando constancia de que no están solos a pesar de que nunca lleguen a recibir ese mensaje.

La prosa de Levithan es directa y sin molestarse en demasiados tapujos. La sencillez dinámica y la profunda reflexión de sus líneas se retuercen de manera singular y atractiva, ofreciendo una historia muy completa en muchos sentidos. Sus personajes son intensos, vívidos y atractivos, logrando el autor arrastrar al lector a lo más intrínseco de sus sentimientos.
Otro punto a favor en este aspecto, a nivel personal, es su fluidez y frescura incluso si esta es una historia contada de un tirón, sin capítulos, epílogos ni prólogos, con simples espacios blancos entre una escena y otra como únicas divisiones a lo largo de la novela. En general, mis experiencias pasadas con esta forma de narrar una historia no fueron particularmente acertadas, llegando muchos casos a caer en el tedio, pero aun así el autor logra que esta pequeña pero bien aprovechada travesía sea llevadera.

Craig y Harry, Harry y Craig. Posiblemente los personajes que se llevan una buena tajada, pues no en vano son los dos chicos del título. He llegado a empatizar mucho con ellos en más de un aspecto. Fueron pareja, y aunque sólo Harry es el único que muestra conservar tales sentimientos, Craig está dispuesto a apoyar a su ex novio con una intensidad que a veces resulta mayor incluso de la que pueda esperarse de las mejores amistades. Se embarcan en un objetivo que entraña muchos motivos y significados. A pesar de todo, Harry no se niega del todo a ignorar la remota posibilidad de que ese beso polémico pueda convertirse en la yesca y el pedernal que reaviven los sentimientos de Craig; y este se vuelca en esta idea, entre su inquietud ante la posible reacción de sus padres de conocer lo que ignoraban y el quitarse del tirón ese esparadrapo que es vivir plenamente con lo que es él en realidad incluso dentro de su propio hogar. Una pareja que, a pesar de que no mantienen más relación con una buena amistad llena de la confianza y la sincronía reminiscente de su previo noviazgo, los hilos que los atan son muy fuertes y que están el uno por el otro en lo bueno y en lo malo. Claramente todo lo que ocurra antes, durante y después de ese beso tendrán su peso no sólo en su objetivo principal de revindicar, sino en si puede haber una segunda y definitiva mejor parte de un Love Story que acabó, o si esa experiencia será lo último que asiente esa buena amistad que ambos han mantenido tras su ruptura. Resulta agradable e incluso sorprendente todo lo que puede aportar ellos dos, a pesar de que la mayor parte del libro se encuentren frente a frente, labios contra labios.
Tariq me pareció alguien entre la espada y la pared. Está dispuesto a apoyar la causa de Harry y Craig con optimismo, entrega y arrojo, pero eso no evita que ante las claras y abiertas intenciones de odio y agresión (ya sea física o verbal) se sienta impotente, anulado y amedrentado, pues al comienzo de la novela se refleja una desagradable experiencia por cortesía de la homofobia.
Neil y Peter, Peter y Neil, otra parejita aunque estos sí están juntos y revueltos. Jóvenes apasionados como se suele ser a esa edad, en especial en el amor. Pero con ellos vemos esos pequeños detalles que podemos reconocer en cualquier relación, como pueden ser los celos o que esperemos erróneamente que tener pareja sea lo que solucione algunas asperezas de nuestra vida personal. Dos muchachos con un vínculo natural, que no es cien por cien idílico como busca la mayoría, pero que incluso en momentos no tan pletóricos pueden caminar de la mano con firmeza y sin perderse el uno al otro, siempre que no pierdan ese norte que un día decidieron mirar en común.
Avery y Ryan son dos desconocidos cuyo primer encuentro los convierte en pareja en potencia. En ambos vemos, cada uno con su propia personalidad, la emoción, los nervios e incluso los miedos de conocer a alguien nuevo que prometa entrar en tu vida de manera especial; esa primera chispa de vigorosa química que deberán descubrir si esa reacción perdura o no. Dos muchachos con sus similitudes y diferencias, con partes de sus vidas que recelan o se avergüenzan a la hora de compartir, con la preocupación de que ese extraño encontrado de manera casual no pueda entenderles como ellos empezaron a desear cuando sus miradas se cruzaron aquella noche. Avery es quizás el que en general caiga más en la timidez algo cohibida y Ryan el que se lance más a conocer mejor a ese chico de pelo rosa al que no dudará en dedicar su interés y su empatía; pero esto no quita que al teñido de azul le pierda la sombra de sus propios fantasmas y el peso de algunas de sus cruces difíciles de encarar, que quizás pongan en riesgo algo que podría ser único y prometedor.
Y por último, y no menos importante, Cooper. Un personaje digno de compasión, pues su propio miedo y ostracismo (en especial hacia su padre) es lo que facilita que pueda perderse a sí mismo en todos los sentidos, y alguien como él puede ser inconscientemente dañino y autodestructivo cuanto más crece lo que despierte miedo y duda en su interior.
Y como personaje considerado de relevancia, aunque no participe en los acontecimientos ni sea alguien propiamente dicho, tenemos esa voz narradora. Concebido, ni más ni menos, como una especie de representante de la memoria de todos los homosexuales que han caminado por este mundo, los predecesores de los que caminan hoy en día por la vida; aquellos que les tocaron épocas y circunstancias incluso más difíciles, ya sea por la represión social, las vejaciones de quienes esgrimían el odio y el asco, o el virulento azote de la poco memorable época del sida. Visceral resulta la angustia de esta voz cuando estos muchachos sufren o son víctimas de alguna injusticia, el orgullo que martillea en su esencia cuando luchan por lo que creen o superan un nubarrón de sus circunstancias, o la necesidad de ayudarles y no ser capaces de ello. Y mediante este narrador como personaje espectador, se trata de hacer ver al lector que hubo tiempos mucho peores que ahora para los homosexuales, tiempos en los que se luchaba más para tener por lo menos un pequeño remanso de alegría entre la amargura, pero que precisamente por estos antecedentes nos hace valorar más lo que se ha logrado a base de décadas (e incluso siglos) y lágrimas; pero no por ello no se puede dejar de avanzar en este sentido, como hace la propia humanidad.

En general, una novela bien condensada en sus poco más de doscientas páginas, con líneas que rezuman puro potencial narrativo que atrapa y agrada, que con facilidad emociona y da pie a la reflexión. Una trama tierna y conmovedora, dulce y amarga en correctas proporciones, que puede verse un tanto sencilla y mundana en muchos aspectos, pero curiosa y bastante singular como para que muchos puedan identificarse en mayor o menor medida, completamente imposible de adelantarse a los acontecimientos que aquí se exponen. Sus personajes, con cada situación que viven durante ese largo beso que revoluciona en más de un sentido a quienes se hacen saber del mismo, entonarán con sus acciones algo digno de recordar, reflexionar y creer.
Un final que me dejó satisfecho por entero. Aunque es cierto que encontré ciertos puntos que no vi que se atajaran del todo aunque sí se intuyan, Dos chicos besándose no podía terminar de otro modo para que fuera la lectura whorty que a mi parecer ha demostrado ser.

Conclusión: Chicos que les gustan otros chicos, pero cuyas vidas, sueños, miedos y metas no se diferencian en realidad de los chicos que les gustan las chicas (y viceversa). Una novela que conciencia de esa homofobia que se resiste a desaparecer del todo por mucho que la tolerancia y el respeto se hayan asentado en la sociedad de este siglo XXI; y del mismo modo alienta a seguir atribuyendo toda normalización plena incluso en algo tan simple como dos hombres que se besan.


Mi valoración global: 5/5