jueves, 11 de febrero de 2016

Vendaval 1.1.3

Aún no había aplacado su hálito desbocado cuando empezó a buscar con impaciencia en el móvil el número de uno de sus hermanos para darle un toque, después de que doblara la esquina casi al final de la calle el autobús que había perdido por a penas medio minuto. Las maldiciones se le escapaban entre sus labios apretados, aún sabiendo que era mala idea dejarse llevar por el pánico y la impotencia. Se pasó por detrás de la oreja un mechón de su melena cobriza, la cual lucía más alborotada de lo habitual por el fútil intento de alcanzar a la carrera el transporte perdido en plena marcha. Cálmate, se decía, actúa acorde con los diecisiete años que estás a punto de cumplir. Hizo acopio de esperanza al iniciar la llamada, en media hora debería darle el tiempo justo para que fueran a buscarla y la acercasen a donde debía estar sin demora.
-Vamos, vamos... -musitó royendo la uña del pulgar, tras acercarse al oído el más que desfasado celular. Pero el alma se le bajó a los pies al saltar el buzón de voz, cortándose al instante la llamada tras consumir los casi inexistentes céntimos que le restaban de saldo-. ¡Mierda, mierda, mierda! -berreó a pleno pulmón, mandando al cuerno la compostura y apretando con fuerza la descolorida carcasa del aparato, orientando el auricular hacia su propia cara como si aún hubiese conexión telefónica-. ¡¿Qué estás haciendo con el puñetero móvil?!
No era su costumbre tal comportamiento, y menos aún en sitios públicos, pero se permitió estallar un poco al ver que no había más viandantes a esa hora de la tarde. En definitiva, ese sábado no estaba siendo su día. Aunque su frenética retahíla de desquites no duró mucho, hallando un punto y final bastante lastimoso al propinar una impulsiva patada a la señalización de la parada de autobuses.
-¡Maldita sea! -espetó al aire mientras se arrodillaba y llevaba sus manos al pie, el fino material de sus zapatillas no le proporcionó protección frente al duro metal que golpeó. A pesar de las punzadas que le invadía, fue capaz de retener las lágrimas-. Esto no puede ir a peor, Manuela...
O tal vez se equivocaba. Ya menos cegada por sus impulsos gracias al dolor que estaba experimentando, le pareció oír a su espalda una risa poco disimulada, amortiguada por el ronroneo de un motor. Miró por encima del hombro, sintiendo ahora nada más que un bochorno que se manifestaba en forma de intenso rubor; que se estuviesen riendo de ella con descaro después de los contratiempos sufridos fue la gota que colmaba el vaso.
A un par de metros de donde estaba, junto al bordillo de la ancha acera, había parada en ralentí una flamante Yamaha YBR 125 azul metalizado. Manuela se levantó con celeridad y cierta torpeza, apretando mucho los labios y clavando su mirada estrechísima y afilada sobre el conductor, en el cual encontró cierta evocación a Jeans Dean en Rebelde sin Causa por sus galas.
El conductor se quitó el casco a juego con la carrocería, descubriendo el rostro de un joven de edad similar a la de ella. Se veía a leguas que el rubio platino del pelo desenfadado no era el suyo; contrastaba con las claras cejas castañas, pero armonizaba con sus ojos ambarinos. Desde objetividad, Manuela no negó que le pareciera guapito, o más bien resultón y con cierto carisma. Cada uno de sus rasgos quedaba bien distribuido en ese rostro anguloso, en especial esa sonrisa que ella deseó borrar de un sopapo. La expresión del rostro redondo y pómulos marcados de Manuela era la prueba manifiesta de que nunca le daría papeleta alguna a él para ganarse su amistad.
Se aproximó hacia él pisando fuerte y con toda la rectitud que le permitió la leve cojera de su sufrido pie. A pocos pasos de alcanzarle descubrió que el desconocido ya no reía, pero seguía luciendo sus perlas engarzadas en labios sonrientes. Para ella esa expresión era una provocación en toda regla. Manuela apretó los puños al tener la certeza de que él estaba vacilándola con intención.
-¿Qué leches pasa contigo? -le bramó con palpable enojo, sin andarse con decoros ni civismos que consideraba más que vanos en ese momento-. ¿Te divierte reírte así de la gente?
-La verdad es que sí -se sinceró tras apagar el motor. La pícara y arrogante seguridad en su imborrable sonrisa irritó más a Manuela, quién perdió parte de ese arrojo tan inusual en ella al ver su escaso efecto-. No te hagas la santa y admite que también te troncharías si hubieses visto en otro pobre infeliz el mismo numerito con el que me has deleitado. Quizás te consuele saber que me habría dado un buen piñazo a causa del ataque de risa si no fuese el excelente conductor que soy.
Le costaría mucho a ese joven librarse del título de capullo integral en el criterio de Manuela. Ella empezó a considerar que bien valdría la pena destrozarle la moto a patadas y darle así donde más podría dolerle; pero esa idea absurda se esfumó gracias al reminiscente dolor de su pie.
-Oh, vaya, cuanta consideración viniendo de alguien tan modesto -ironizó ponzoñosamente, sin desclavar de él su mirada cada vez más homicida-. No sé si me reiría o no, pero desde luego no me regodearía de ello para humillarle como estás haciendo tú.
Aunque la razón de su oyente había captado el mensaje, éste no pareció prestar mucho caso; ella lo supo por como empezó a mirarla de repente. Él no se cortó en chulería a la hora de escanearla de arriba abajo, desde las zapatillas blancas, pasando por los pantalones color crudo, hasta llegar a la camiseta un tanto descolorida. Ningún chico la había mirado así con, al menos no siendo consciente de ello, pero fue lo bastante avispada como para conjeturar su significado.
Ella no gozaba de las medidas de sílfide anheladas por la mayoría de las chicas, pero los pocos kilos que éstas consideraban sobrantes tampoco la clasificaban de gordita, simplemente su metabolismo le agenció un generoso repertorio de curvas muy armoniosas y acentuadas que daban a su cuerpo una gracia que no era siempre apreciada por todos. Pero lo que le pareció increíble fue el hecho de que él la contemplase como si estuviese desnuda, a pesar de que sus prendas no eran lo suficiente ceñidas como para evidenciar la turgencia de pechos, caderas, muslos y glúteos.
-¡Deja de mirarme así, so cerdo! -espetó mientras los colores se reavivaron en sus mejillas entre la ira y el pudor, a la par que se le ponía la carne de gallina. Se quedó rígida sin saber si abrazarse a sí misma o abofetearle-. ¡O te juro que te partiré la cara!
-No deben tirarte mucho los tejos que digamos, ¿verdad? -preguntó el joven descarado, omitiendo la amenaza de la que fue objetivo pero sí menguando levemente la intensidad de su osadía-. Debo admitir que estás de muy buen año,  aunque nunca me he fijado en chicas como tú no descartaría la posibilidad de hacer una excepción contigo...
-¡Vete al cuerno, pedazo de machista! -volvió a espetarle, el guiño que le dedicó junto a esas últimas palabras llegaron por encima de su pudor y su enojo.
Supo que estaba perdiendo un tiempo valioso con alguien que no se lo merecía. Su prioridad era llegar a donde debía estar; aunque lo hiciese tarde estaba segura de que las represalias serían menores comparadas con no hacer acto de presencia. Así pues se marchó impetuosa y aún ofendida por esa calle inusualmente desierta a esa hora del sábado, sin despedirse siquiera de ese joven que no volvería a ver jamás en su vida. Craso error en su convicción, por menos ganas que tuviese.
El alivio de Manuela al oír el ronroneo del motor duró pocos segundos, tras comprobar que el vehículo seguía su mismo ritmo, pegado al bordillo de la acera. Ella aceleró el paso y se arrimó al fondo de la vía peatonal; pero por más que volcase esfuerzos en ignorarle, el desconocido seguía avanzando a la par en su moto y sin apartarle esa misma mirada de antes, aunque provista de algo distinto que ella no fue capaz de definir... pero que de manera extraña no le desagradó del todo.
-¿Y ahora qué? -preguntó con un suspiro cansino, dejando atrás su indiferencia. Se acercó a él pero dejando que el aire siguiese cruzando entre ambos-. No tengo tiempo que perder contigo y seguro que tendrás cosas que hacer a parte que hostigar a la primera tonta que te cruces.
-Ya, pero la curiosidad a veces me pierde y esta vez me exige saber el motivo de tu anterior berrinche. Parecía que sería el fin del mundo para ti.
-El fin del mundo no, pero casi. Tengo menos de media hora para estar donde me toca currar, y habría llegado de sobra si no se hubiese retrasado el dichoso bus que conectaba con el que perdí hace un rato. Aún está un tanto lejos y el siguiente bus tardará en venir, y si no llego...
Aún le frustraba ese hecho, pero se mantuvo sosegada al centrar la mirada en la de su interlocutor. Entonces tuvo la impresión de ser absorbida por esos ojos ambarinos.
Más que boba y nerviosa, se sintió cohibida cual niña pequeña al contar sus problemas a ese desconocido que se desojaba en ella con una intensidad que rozaba lo excesivo. Pero Manuela estuvo convencida de que la escuchaba con una actitud seria e incluso amable que contrastaba con la de minutos previos. Pero no pudo encontrar explicación a que sus manos empezasen a sudar y su voz se fuese apagando con vergüenza al rozar las últimas palabras. Y menos aún pudo justificar el hecho de bajar la vista con mayor pudor al verle lucir de nuevo esa misma sonrisa que hasta bien poco la asqueaba e irritaba. Deseó que él le dijese algo, lo que fuera, con tal de ignorar el creciente “bum-bum” bajo su pecho.
-¿Y a dónde tienes que ir, si no es mucha impertinencia?
-Al campus universitario... -contestó ella con boca chica y sin perder aún detalle de los cordones de sus zapatillas-. Hoy dan allí una fiesta y...
No pudo dar más explicaciones cuando el motorista situó el casco a un par de palmos de sus ojos, una respuesta muy explícita pero que aún así despertaba dudas en ella.
-Anda, sube -apuró con una sonrisa sagaz y fresca-, que casualmente vamos al mismo sitio.
¿Sería verdad tal ventura favorable o estaba tomándole el pelo? ¿O le mentía con fines más oscuros? Mirándole a la cara y a pesar de todo, Manuela no sintió la menor duda de su sinceridad. Sin embargo, frenó en seco su amago de aceptar el casco; no era sensato irse con un desconocido, además de que no viviría para contarlo si llegase a oídos de sus padres que había subido a una moto.
-¿Y bien? -preguntó él arqueando una ceja a la vez que meneaba de nuevo el casco entre condescendiente e impaciente-. Cachéame si quieres para ver que no llevo nada que me tache de delincuente o peligroso. Aunque esa sería tu excusa ideal para deleitarte metiéndome mano...
-¡No seas presumido! -resopló ella con más reavivado y firme enojo que por aquel incomprensible pudor de unos instantes-. ¡Es que ni siquiera sé como te llamas!
-Aaron -reveló el falso rubiales, lanzándole el casco y otro de sus guiños zalameros-. ¿Y tú?
-Manuela -contestó cogiéndolo al vuelo con bastante torpeza-, pero...
-Pues mucho gusto. ¿Subes ya sí o sí?
Se mordió los labios carnosos, dudando y paseando secuencialmente la vista por el casco, la moto, el rostro de Aaron y la carretera poco transitada. Se hallaba entre la espada y la pared: el tiempo jugando en su contra y el atender a la sensatez. Finalmente optó por confiar en él, temiendo sólo a perder ese ocasional empleo del que sacaba unos escasos pero valiosos cuartos.
-Definitivamente -atajó mientras se ponía el casco-, ya he perdido todo mi sentido común.
-En estos tiempos que corren es mejor perder eso que un trabajo.
-Pero te lo advierto, Aaron, si es que de verdad te llamas así: como me la estés jugando...
-Sí, sí, sí. Ya me hago una idea aproximada -interrumpió el interpelado poniendo los ojos en blanco-. Provocarás un accidente mientras conduzco, en plan “vendrás al infierno conmigo”, como suelen decir los suicidas desesperados en su segundo de gloria en las pelis.
-Por lo que veo, tus neuronas dan para más de lo que me esperaba al principio.
-Y las tuyas no han caído en lo que me voy a arriesgar por ti -puntualizó arrancando motores una vez que Manuela se sentó detrás suya en la Yamaha-. Si nos la pegamos me llevaré la peor parte al ir sin casco, y se me caerá el pelo si nos pilla algún madero en el camino.
-Se te caerá de todos modos si te sigues tiñendo así.
-Que graciosa -dijo con sorna, haciendo rugir la moto como si fuera un dragón exhalando fuego-. Agarrarte fuerte a mí es más sensato que augurarme una alopecia, ya que voy a pasarme un poquito por el forro el código de circulación. No eres la única que va a llegar tarde.
»Por cierto: “no hay de qué”.
La porfiada conversación entre ambos finalizó con esas últimas palabras, cuando Aaron dio rienda suelta al dos ruedas que parecía una extensión de sí mismo. Manuela sofocó un grito cuando sintió el tironazo de la espontánea aceleración que la obligó a rodear con toda la fuerza de sus brazos el torso del joven mucho más estrecho de lo que aparentaba con la cazadora puesta para no salir despedida hacia atrás. Quedó en manifiesto que la advertencia de Aaron no era un farol.
La muchacha pegó el casco contra la espalda de él para no marearse con la calle que se difuminaba a sus flancos. El que manejaba la moto reía a mandíbula batiente con el aire azotándole la cara; incluso sin voltearse para verla supo perfectamente que ella estaba atenazada tras sus vértebras, temblorosa, con los ojos cerrados y cada músculo en tensión por esa evidente primera experiencia con las motos. Manuela seguía molesta con la facilidad de Aaron para reírse de ella y mofarse a su costa, aunque le quedaba el consuelo de que no volvería a verle al día siguiente. Sin embargo, y sin poder siquiera conjeturar un posible porqué, ese consuelo la entristeció un poco.
-Gracias -musitó al recordar el sarcasmo de él por no agradecerle el favor que le estaba haciendo, sin saber si podía oírla con el ruido que les envolvía. Se arrimó más a Aaron, como queriendo ocultar el resurgido rubor que él no podía contemplar de todos modos. Se aferró más y más, movida por esa inexplicable seguridad que le transmitía-. Te debo una.
-Vaya, no son sólo grandes, también son muy blanditas.

Manuela se domó por esa vez e hizo oídos sordos a esa obscena y deliberada reflexión en voz alta, a la próxima cumpliría su amenaza. No dudó de que Aaron estuviera teniéndolo en cuenta.