Título: El Corredor del
Laberinto
Título original: The Maze
Runner
Autor: James Dashner
Editado en España por: Nocturna
Ediciones
Sinopsis:
Memoriza. Corre.
Sobrevive.
«Bienvenido al Claro. Verás que una
vez a la semana, siempre el mismo días y a la misma hora, nos llegan víveres.
Una vez al mes, siempre el mismo día y a la misma hora, aparece un nuevo chico
como tú. Siempre un chico. Como ves, este lugar está cercado por muros de
piedra… Has de saber que estos muros se abren cada mañana y se cierran por la
noche, siempre a la hora exacta. Al otro lado se encuentra el laberinto. De
noche, las puertas se cierran… y, si quieres sobrevivir, no debes estar allí
para entonces».
Todo sigue un order… y, sin
embargo, al día siguiente suena una alarma. Significa que ha llegado alguien
más. Para asombro de todos, es una chica.
Su llegada vendrá acompañada de un
mensaje que cambiará las reglas del juego.
Crítica
personal (puede haber spoilers):
El comienzo de una distopía que tampoco me ha dejado indiferente.
Thomas es un muchacho que es inexplicablemente enviado a un lugar donde
hay otros muchachos como él. Sus recuerdos están cubiertos por una amnesia
selectiva que le permite saber datos esenciales de sí mismo como su nombre, su
edad y todo el conocimiento previo de sus experiencias vitales cotidianas, pero
sin el menor recuerdo de la gente de su pasado o de la práctica totalidad de su
propia vida; y este mismo mal lo acarrean todos los chicos del Claro.
Sintiéndose desorientado a más no poder, debe adaptarse a la vida de esos
desconocidos y sus normas, en ese lugar tan lleno de misterios que despierta su
inquietante curiosidad. Un claro donde deben valerse por ellos mismos, justo en
medio de un laberinto en constante cambio cuyas entradas se cierran al ocaso y
se reabren al alba. El laberinto está infestado de unas criaturas extrañas y
atroces conocidas como laceradores, a penas activas durante el día a diferencia
de cuando se pone el sol, y que sin duda acabarían con todos los clarianos si
no contaran con la salvaguarda de las puertas que se cierran cada noche; y
durante el día, unos pocos elegidos como corredores tienen el cometido de
adentrarse en sus muros y recolectar información del interior de los mismos
para encontrar la salida para los habitantes del Claro. Y a pesar de conocer la
existencia de los laceradores y lo arduo que supone estar en el laberinto,
Thomas siente desde el primer momento el impulso y la necesidad inexplicables
de ser un corredor.
Pero no tendrá mucho tiempo para asimilar la vida en el Claro como
tuvieron sus veteranos, porque veinticuatro horas más tarde ocurren dos hechos
sin precedentes: un nuevo clariano antes de lo previsto y que este sea el
primero de sexo femenino. Thomas sentirá un extraño pálpito por esa chica, la
cual llega con el anuncio de cambios en el Claro, un advenimiento de que no les
queda mucho tiempo.
El Corredor del Laberinto es
una novela que supone un enigma tras de otro, con la incertidumbre mascándose
en casi cada pasar de página. A priori, la presencia de esos muchachos en el
Claro, sus necesidades diarias y todo lo relacionado con el laberinto que los
rodea; sumada la presencia perniciosa de unos extraños entes junto al aparente
factor de terceras personas supervisando a los clarianos; dan a entender que
todo aquello es una especie de experimento. Esto dará al lector cuestiones
sobre quiénes y por qué están utilizando a esos jóvenes hasta semejante extremo
macabro y peligroso; y a través de Thomas deberá desgranar poco a poco los
primeros velos que ofuscan verdades y crueldades.
Los clarianos deben desenredar la salida oculta en el laberinto, y los
corredores tienen ese peso sobre los hombros; pero también se aprecia lo mucho
que personas tan jóvenes deban valerse por sí mismo como microsociedad,
dedicándose a diversas tareas como la ganadería, la matanza del mismo, la
agricultura, la medicina, la gastronomía e incluso la ingeniería. Y a pesar de
la modesta ayuda en provisiones que reciben quienes les observan, ellos
demuestran que han sabido tirar más o menos adelante por sí mismos durante el
largo tiempo que los primeros jóvenes llegaron allí.
Sin embargo, en particular por la situación que les toca vivir, o más bien
sobrevivir, deberán ceñirse a reglas que ellos mismos establecen cuyo
cumplimiento no está exento de severidad, aunque ello implique una cruda
impiedad que en general no compartan pero que consideren necesaria para
garantizar en la medida de lo posible la supervivencia tanto individual como
colectiva en ese laberinto.
Los espacios plagados de brumas densas en las mentes de todos ellos será
algo con presencia habitual en la trama; otro enigma ante los desconocidos
motivos de que de algún modo los clarianos llegan allí sin a penas recuerdos en
su memoria más que sus propios nombres, sobre quiénes, cómo y por qué les hace eso.
Y esto estará especialmente marcado en Thomas, quien no dejará pasar tan por alto
ese tema como hacen sus compañeros; con la inquieta obsesión de que esa memoria
aletargada le intenta explicar muchas cosas, como su afán por ser corredor a
pesar de todo o que de manera inexplicable siente cierta familiaridad con el
Claro.
Entre líneas, respecto a este mismo tema, se atisba ese dilema tan humano
entre descubrir la verdad a toda costa por más que duela y el permanecer en la
ignorancia para evitar ese riesgo. Y de igual modo, también refleja las dudas
muchas veces incontrolables que uno puede despertar, no sólo hacia los demás,
sino también sobre uno mismo, lo que convierte en algunos momentos el concepto de confianza (una base importante en el Claro por la necesidad de
los unos hacia los otros) en una línea un tanto discontinua; muestra de ello el recelo
que despertará Thomas en algunos de los clarianos por el hecho de que al poco
de su incorporación empiecen a desencadenarse cambios drásticos en la rutina
del lugar, empezando por la llegada del primer clariano femenino.
A medida que avanza la trama (y recordemos que se trata de una distopía y
todo lo que esto implica) los peligros, los temores, la adversidad y la
calamidad mortales se acentúan, de un modo que hasta resulta casi preparado de
antemano, como si se esperasen ciertas reacciones o resoluciones dentro del
laberinto por parte de esos jóvenes que en buena parte son tratados como ratas
de laboratorio.
Y como suele ocurrir en este género, los toques de ciencia ficción están
presentes con ese laberinto tan complejo de considerable proporción; los
laceradores, entes mecánicos y bulbosos con apéndices concebidos para ser letales;
o las cuchillas escarabajo, escurridizos insectos robóticos que pululan el
Claro y el laberinto como inocuos e inquietantes observadores. Además, sutiles pinceladas de elementos
extrasensoriales están presentes en las páginas de El Corredor del Laberinto.
Aunque los sesenta y un capítulos (cada uno de extensión modesta pero
bien aprovechados) están narrados en tercera persona, la exposición está tan
limitada como la primera persona al centrarse por entero en Thomas, sin
presenciarse más acontecimientos y desgranando más emociones que lo que el
protagonista experimenta.
El estilo de James Dashner me agradó con esa sencillez resoluta a la hora
de desarrollar esta trama, de convertir al lector en una segunda piel de Thomas
para adentrarse por lo que él pasa y acariciar el abanico de emociones al que
se expone en ese lugar tan complicado. Uno de los puntos fuertes de El Corredor del Laberinto es el grado de
angustiosa inseguridad palpable incluso en la minuciosa ambientación que sotierra
ese entramado argumental encuadrado con pericia. Algo que también me agradó fue
su modo de estirar la tensión de ciertos momentos adversos y fatales capaz de
espolear más la lectura.
Algo que el autor convierte en una de las marcas personales de la
trilogía son los diversos insultos, exabruptos y vulgarismos inventados por los
propios clarianos, en muchos casos tomando parte y parte de otros de los que
conocemos.
Thomas me resultó uno de esos protagonistas que agradan y despiertan
empatía, pero que no logran destacar desmedido. Cumple bien su cometido como
piedra angular, sobre todo a la hora de la verdad y cuando arrastra al lector a
sus propias inquietudes sobre el extraño lugar al que llega y todo lo que
experimenta allí; a la frustración que se aviva por esos espacios en blanco en
su memoria; al ímpetu desconocido que le empuja en varios momentos, como el
querer ser un corredor sin interés en dedicarse a otras funciones de los clarianos.
Aunque no suele abrirse demasiado como persona, sí que saber valorar lo que
amasa en sus relaciones con quienes se acercan más a él, así como demostrar un
alto grado de moral que hace ganarle puntos como personaje, sobre todo cuando
realiza verdaderos arrojos insensatos pensando más en otros que en sí mismo.
No son demasiados los clarianos que se mencionan detalladamente, ni los que interactúan de manera tan crucial
y directa tanto en la trama en sí como con Thomas, aunque demuestran equilibrio
de relevancia y participación.
Uno muy a tener en cuenta es Chuck, uno de los más jóvenes que se pegará
mucho a Thomas, el cual ve un incordio inicialmente pero que poco a poco
acabará encariñándose. Un chiquillo sin malicia, aunque actos y comentarios
suyos a veces puedan parecer lo contrario debido a esa carencia; y aunque suele
mostrarse animoso y despreocupado, es muy consciente de sus miedos e
inquietudes, especialmente cuando las cosas empiezan a pintar mal. En muchos
aspectos, Chuck es un personaje que conmueve al lector tanto como llegará al corazón del mismo Thomas.
Alby es el que mayor peso jerárquico demuestra tener en el Claro, y ello
conlleva a ser el más juicioso y maduro en todos los aspectos aunque tal tipo
de presión puede minarle ante la responsabilidad que supone velar a los
clarianos en ese laberinto y saber amoldarse a las decisiones más acertadas,
aunque estas a veces no puedan contentar a todos. Casi desde el comienzo
mantiene una postura más bien neutral con Thomas, pero que será innegable lo que
sus líneas puedan conectarse entre sí en medio de los acontecimientos que son
arrastrados los clarianos.
Newt es otro con su peso en esa microsociedad, con un vínculo cercano con
Alby y que poco a poco regalará su simpatía un tanto confidente hacia Thomas, a
quien no tardará en llamarle Tommy. No llegué a coger demasiada simpatía por
este personaje en sus primeras escenas, pero a medida que transcurre su
participación va ganando puntos en este sentido.
Minho se convirtió en mi favorito de la saga casi sin darme cuenta. Un
corredor de rasgos asiáticos cuya personalidad es un torbellino: impulsivo,
testarudo, amigo de las bromas y las puyas, con un déficit de temple cuando las
situaciones se complican o cuando es objeto de provocaciones; pero todo esto no
resta su valía, su determinación y su lealtad. Un personaje que a zancadas va ganando peso por igual en la trama y en su
trato con Thomas.
Gally, el guardián de los constructores, da su parte de juego en la
novela, con una enemistad y un recelo acentuados hacia Thomas desde el minuto
cero. Un tipo con personalidad complicada e incluso desagradable que es
tolerado por el resto a base de paciencia y necesidad. Sin duda, no se puede
perder demasiado de vista a este personaje.
Un clariano del que se lee bastante en este primer libro, aunque no tenga
una participación muy directa, es Fritanga, guardián de los cocineros.
Principalmente por la referencia a sus comidas, que son objeto constante de
mofas por parte de sus compañeros aunque estos las ingieran con gusto.
Sobre la chica que llega como un aviso de cambios en el Claro, me pareció
un personaje con potencial base que, aunque resultó de mi agrado hasta cierto
punto y cumple acertadamente su propósito en el argumento, sentí que algo no me
convencía del todo. Ella me resultó uno de esos casos que acarrean promesas de
mayor juego en la trama de cara a los tomos posteriores, que muchas veces
logran desplegar sus alas con soberbia pero en otras se quedan en vuelos torpes
a ras del suelo.
La trama desde el inicio hasta su ocaso gana puntos con buen balance de
sencillez y profundidad. Imprevisible aunque hay momentos que el no saber por
donde pueden ir los tiros resulte confuso a corto plazo pero que ganan algo más
de coherencia en la recta final. Un comienzo que avanza de manera introductoria
pero sin caer excesivamente en detalles para que el dinamismo guíe los
acontecimientos que se desarrollan en el Claro. Y durante su desarrollo,
sorprenderá cuando muchas cosas no son lo que parecen a simple vista.
Su final es un tanto tranquilizador, pero no falto de pérdidas y
amarguras demoledoras; demostrando que sin esfuerzo y, sobre todo, sacrificios, la meta no se
acercará así sin más. Y su escueto epílogo de cara a Las Pruebas logra desarmar al lector y picarle a la lectura de su
continuación si ha logrado conectar lo suficiente con la angosta vida de los
clarianos dentro del laberinto.
Un buen atractivo de esta novela es su portada, mostrando las puertas del
laberinto abriéndose al lector como preguntándole si está dispuesto a afrontar
todo lo que esto conlleva.
Conclusión: El enigma de que un grupo de adolescentes acaben en medio de
un laberinto, obligados a solucionar el enigma que este supone y subsistir con
lo poco que tienen, encarando dificultades de todo tipo como si se esperase
algo de cada una de sus acciones, será sólo el principio a conocer de lo que
tienen deparado para Thomas y sus compañeros. Una distopía inquietante llena de
misterios y peligros que darán bastante que pensar, aunque todo parezca puramente
ilógico y despiadado dentro de esos muros.
Mi valoración global: 4/5
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