martes, 17 de enero de 2017

Crítica personal: El Corredor del Laberinto

Título: El Corredor del Laberinto
Título original: The Maze Runner
Autor: James Dashner
Editado en España por: Nocturna Ediciones

Sinopsis:

Memoriza. Corre. Sobrevive.
«Bienvenido al Claro. Verás que una vez a la semana, siempre el mismo días y a la misma hora, nos llegan víveres. Una vez al mes, siempre el mismo día y a la misma hora, aparece un nuevo chico como tú. Siempre un chico. Como ves, este lugar está cercado por muros de piedra… Has de saber que estos muros se abren cada mañana y se cierran por la noche, siempre a la hora exacta. Al otro lado se encuentra el laberinto. De noche, las puertas se cierran… y, si quieres sobrevivir, no debes estar allí para entonces».
Todo sigue un order… y, sin embargo, al día siguiente suena una alarma. Significa que ha llegado alguien más. Para asombro de todos, es una chica.
Su llegada vendrá acompañada de un mensaje que cambiará las reglas del juego.

Crítica personal (puede haber spoilers):

El comienzo de una distopía que tampoco me ha dejado indiferente.
Thomas es un muchacho que es inexplicablemente enviado a un lugar donde hay otros muchachos como él. Sus recuerdos están cubiertos por una amnesia selectiva que le permite saber datos esenciales de sí mismo como su nombre, su edad y todo el conocimiento previo de sus experiencias vitales cotidianas, pero sin el menor recuerdo de la gente de su pasado o de la práctica totalidad de su propia vida; y este mismo mal lo acarrean todos los chicos del Claro.
Sintiéndose desorientado a más no poder, debe adaptarse a la vida de esos desconocidos y sus normas, en ese lugar tan lleno de misterios que despierta su inquietante curiosidad. Un claro donde deben valerse por ellos mismos, justo en medio de un laberinto en constante cambio cuyas entradas se cierran al ocaso y se reabren al alba. El laberinto está infestado de unas criaturas extrañas y atroces conocidas como laceradores, a penas activas durante el día a diferencia de cuando se pone el sol, y que sin duda acabarían con todos los clarianos si no contaran con la salvaguarda de las puertas que se cierran cada noche; y durante el día, unos pocos elegidos como corredores tienen el cometido de adentrarse en sus muros y recolectar información del interior de los mismos para encontrar la salida para los habitantes del Claro. Y a pesar de conocer la existencia de los laceradores y lo arduo que supone estar en el laberinto, Thomas siente desde el primer momento el impulso y la necesidad inexplicables de ser un corredor.
Pero no tendrá mucho tiempo para asimilar la vida en el Claro como tuvieron sus veteranos, porque veinticuatro horas más tarde ocurren dos hechos sin precedentes: un nuevo clariano antes de lo previsto y que este sea el primero de sexo femenino. Thomas sentirá un extraño pálpito por esa chica, la cual llega con el anuncio de cambios en el Claro, un advenimiento de que no les queda mucho tiempo.

El Corredor del Laberinto es una novela que supone un enigma tras de otro, con la incertidumbre mascándose en casi cada pasar de página. A priori, la presencia de esos muchachos en el Claro, sus necesidades diarias y todo lo relacionado con el laberinto que los rodea; sumada la presencia perniciosa de unos extraños entes junto al aparente factor de terceras personas supervisando a los clarianos; dan a entender que todo aquello es una especie de experimento. Esto dará al lector cuestiones sobre quiénes y por qué están utilizando a esos jóvenes hasta semejante extremo macabro y peligroso; y a través de Thomas deberá desgranar poco a poco los primeros velos que ofuscan verdades y crueldades.
Los clarianos deben desenredar la salida oculta en el laberinto, y los corredores tienen ese peso sobre los hombros; pero también se aprecia lo mucho que personas tan jóvenes deban valerse por sí mismo como microsociedad, dedicándose a diversas tareas como la ganadería, la matanza del mismo, la agricultura, la medicina, la gastronomía e incluso la ingeniería. Y a pesar de la modesta ayuda en provisiones que reciben quienes les observan, ellos demuestran que han sabido tirar más o menos adelante por sí mismos durante el largo tiempo que los primeros jóvenes llegaron allí.
Sin embargo, en particular por la situación que les toca vivir, o más bien sobrevivir, deberán ceñirse a reglas que ellos mismos establecen cuyo cumplimiento no está exento de severidad, aunque ello implique una cruda impiedad que en general no compartan pero que consideren necesaria para garantizar en la medida de lo posible la supervivencia tanto individual como colectiva en ese laberinto.

Los espacios plagados de brumas densas en las mentes de todos ellos será algo con presencia habitual en la trama; otro enigma ante los desconocidos motivos de que de algún modo los clarianos llegan allí sin a penas recuerdos en su memoria más que sus propios nombres, sobre quiénes, cómo y por qué les hace eso. Y esto estará especialmente marcado en Thomas, quien no dejará pasar tan por alto ese tema como hacen sus compañeros; con la inquieta obsesión de que esa memoria aletargada le intenta explicar muchas cosas, como su afán por ser corredor a pesar de todo o que de manera inexplicable siente cierta familiaridad con el Claro.
Entre líneas, respecto a este mismo tema, se atisba ese dilema tan humano entre descubrir la verdad a toda costa por más que duela y el permanecer en la ignorancia para evitar ese riesgo. Y de igual modo, también refleja las dudas muchas veces incontrolables que uno puede despertar, no sólo hacia los demás, sino también sobre uno mismo, lo que convierte en algunos momentos el concepto de confianza (una base importante en el Claro por la necesidad de los unos hacia los otros) en una línea un tanto discontinua; muestra de ello el recelo que despertará Thomas en algunos de los clarianos por el hecho de que al poco de su incorporación empiecen a desencadenarse cambios drásticos en la rutina del lugar, empezando por la llegada del primer clariano femenino.

A medida que avanza la trama (y recordemos que se trata de una distopía y todo lo que esto implica) los peligros, los temores, la adversidad y la calamidad mortales se acentúan, de un modo que hasta resulta casi preparado de antemano, como si se esperasen ciertas reacciones o resoluciones dentro del laberinto por parte de esos jóvenes que en buena parte son tratados como ratas de laboratorio.
Y como suele ocurrir en este género, los toques de ciencia ficción están presentes con ese laberinto tan complejo de considerable proporción; los laceradores, entes mecánicos y bulbosos con apéndices concebidos para ser letales; o las cuchillas escarabajo, escurridizos insectos robóticos que pululan el Claro y el laberinto como inocuos e inquietantes observadores. Además, sutiles pinceladas de elementos extrasensoriales están presentes en las páginas de El Corredor del Laberinto.

Aunque los sesenta y un capítulos (cada uno de extensión modesta pero bien aprovechados) están narrados en tercera persona, la exposición está tan limitada como la primera persona al centrarse por entero en Thomas, sin presenciarse más acontecimientos y desgranando más emociones que lo que el protagonista experimenta.
El estilo de James Dashner me agradó con esa sencillez resoluta a la hora de desarrollar esta trama, de convertir al lector en una segunda piel de Thomas para adentrarse por lo que él pasa y acariciar el abanico de emociones al que se expone en ese lugar tan complicado. Uno de los puntos fuertes de El Corredor del Laberinto es el grado de angustiosa inseguridad palpable incluso en la minuciosa ambientación que sotierra ese entramado argumental encuadrado con pericia. Algo que también me agradó fue su modo de estirar la tensión de ciertos momentos adversos y fatales capaz de espolear más la lectura.
Algo que el autor convierte en una de las marcas personales de la trilogía son los diversos insultos, exabruptos y vulgarismos inventados por los propios clarianos, en muchos casos tomando parte y parte de otros de los que conocemos.

Thomas me resultó uno de esos protagonistas que agradan y despiertan empatía, pero que no logran destacar desmedido. Cumple bien su cometido como piedra angular, sobre todo a la hora de la verdad y cuando arrastra al lector a sus propias inquietudes sobre el extraño lugar al que llega y todo lo que experimenta allí; a la frustración que se aviva por esos espacios en blanco en su memoria; al ímpetu desconocido que le empuja en varios momentos, como el querer ser un corredor sin interés en dedicarse a otras funciones de los clarianos. Aunque no suele abrirse demasiado como persona, sí que saber valorar lo que amasa en sus relaciones con quienes se acercan más a él, así como demostrar un alto grado de moral que hace ganarle puntos como personaje, sobre todo cuando realiza verdaderos arrojos insensatos pensando más en otros que en sí mismo.
No son demasiados los clarianos que se mencionan detalladamente,  ni los que interactúan de manera tan crucial y directa tanto en la trama en sí como con Thomas, aunque demuestran equilibrio de relevancia y participación.
Uno muy a tener en cuenta es Chuck, uno de los más jóvenes que se pegará mucho a Thomas, el cual ve un incordio inicialmente pero que poco a poco acabará encariñándose. Un chiquillo sin malicia, aunque actos y comentarios suyos a veces puedan parecer lo contrario debido a esa carencia; y aunque suele mostrarse animoso y despreocupado, es muy consciente de sus miedos e inquietudes, especialmente cuando las cosas empiezan a pintar mal. En muchos aspectos, Chuck es un personaje que conmueve al lector tanto como llegará al corazón del mismo Thomas.
Alby es el que mayor peso jerárquico demuestra tener en el Claro, y ello conlleva a ser el más juicioso y maduro en todos los aspectos aunque tal tipo de presión puede minarle ante la responsabilidad que supone velar a los clarianos en ese laberinto y saber amoldarse a las decisiones más acertadas, aunque estas a veces no puedan contentar a todos. Casi desde el comienzo mantiene una postura más bien neutral con Thomas, pero que será innegable lo que sus líneas puedan conectarse entre sí en medio de los acontecimientos que son arrastrados los clarianos.
Newt es otro con su peso en esa microsociedad, con un vínculo cercano con Alby y que poco a poco regalará su simpatía un tanto confidente hacia Thomas, a quien no tardará en llamarle Tommy. No llegué a coger demasiada simpatía por este personaje en sus primeras escenas, pero a medida que transcurre su participación va ganando puntos en este sentido.
Minho se convirtió en mi favorito de la saga casi sin darme cuenta. Un corredor de rasgos asiáticos cuya personalidad es un torbellino: impulsivo, testarudo, amigo de las bromas y las puyas, con un déficit de temple cuando las situaciones se complican o cuando es objeto de provocaciones; pero todo esto no resta su valía, su determinación y su lealtad. Un personaje que a zancadas  va ganando peso por igual en la trama y en su trato con Thomas.
Gally, el guardián de los constructores, da su parte de juego en la novela, con una enemistad y un recelo acentuados hacia Thomas desde el minuto cero. Un tipo con personalidad complicada e incluso desagradable que es tolerado por el resto a base de paciencia y necesidad. Sin duda, no se puede perder demasiado de vista a este personaje.
Un clariano del que se lee bastante en este primer libro, aunque no tenga una participación muy directa, es Fritanga, guardián de los cocineros. Principalmente por la referencia a sus comidas, que son objeto constante de mofas por parte de sus compañeros aunque estos las ingieran con gusto.
Sobre la chica que llega como un aviso de cambios en el Claro, me pareció un personaje con potencial base que, aunque resultó de mi agrado hasta cierto punto y cumple acertadamente su propósito en el argumento, sentí que algo no me convencía del todo. Ella me resultó uno de esos casos que acarrean promesas de mayor juego en la trama de cara a los tomos posteriores, que muchas veces logran desplegar sus alas con soberbia pero en otras se quedan en vuelos torpes a ras del suelo.

La trama desde el inicio hasta su ocaso gana puntos con buen balance de sencillez y profundidad. Imprevisible aunque hay momentos que el no saber por donde pueden ir los tiros resulte confuso a corto plazo pero que ganan algo más de coherencia en la recta final. Un comienzo que avanza de manera introductoria pero sin caer excesivamente en detalles para que el dinamismo guíe los acontecimientos que se desarrollan en el Claro. Y durante su desarrollo, sorprenderá cuando muchas cosas no son lo que parecen a simple vista.
Su final es un tanto tranquilizador, pero no falto de pérdidas y amarguras demoledoras; demostrando que sin esfuerzo y, sobre todo, sacrificios, la meta no se acercará así sin más. Y su escueto epílogo de cara a Las Pruebas logra desarmar al lector y picarle a la lectura de su continuación si ha logrado conectar lo suficiente con la angosta vida de los clarianos dentro del laberinto.

Un buen atractivo de esta novela es su portada, mostrando las puertas del laberinto abriéndose al lector como preguntándole si está dispuesto a afrontar todo lo que esto conlleva.

Conclusión: El enigma de que un grupo de adolescentes acaben en medio de un laberinto, obligados a solucionar el enigma que este supone y subsistir con lo poco que tienen, encarando dificultades de todo tipo como si se esperase algo de cada una de sus acciones, será sólo el principio a conocer de lo que tienen deparado para Thomas y sus compañeros. Una distopía inquietante llena de misterios y peligros que darán bastante que pensar, aunque todo parezca puramente ilógico y despiadado dentro de esos muros.


Mi valoración global: 4/5

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