Título: Temor a la verdad
Título original: Daddy’s Gone
a Hunting
Autora: Mary Higgins Clark
Editado en España por: Plaza &
Janes, Debolsillo
Sinopsis:
Cuando el negocio de muebles
antiguos de imitación que fundó su abuelo queda totalmente destruido a causa de
una misteriosa explosión, Hannah Connelly se convierte en el pilar de la
familia. Su hermana Kate está en coma tras haber logrado escapar de las llamas,
y su padre parece aún más abatido, desconcertado y dependiente del alcohol de
lo que ha estado en los últimos tiempos. Pero la pregunta que a Hannah le urge
contestar es: ¿qué hacía Kate en el lugar del accidente, de madrugada y
acompañada de Gus Schmidt, un antiguo empleado «jubilado» contra su voluntad
hace cinco años?
Las pesquisas de la policía apuntan
claramente a un incendio provocado, el típico siniestro en el que el
propietario de un negocio en decadencia trata de sacar provecho a la
desesperada.
Mientras Kate se debate entre la
vida y la muerte, Hanna, empeñada en averiguar la verdad, no tardará en
comprender que hay alguien decidido a que su hermana no recupere la consciencia.
Crítica
personal (puede haber spoilers):
Mary Higgins Clark me agradó con Séque volverás, así que no dudé en darle una oportunidad a otro de sus best
seller en cuando este cayó fortuitamente en mis manos.
La historia de Temor a la verdad
nos introduce en un suceso que marcará un antes y un después en la vida de los
Connelly. El negocio familiar que fundó el abuelo de Kate y Hannah fue bastante
próspero por mucho tiempo, pero en la
actualidad los muebles antiguos de imitación ya no despuntan tanto en el
mercado y por ello la principal fuente de ingresos del cabeza de familia
empieza a hacer verdaderas aguas; hasta que de manera inesperada se produce una
explosión en el complejo en plena madrugada, encontrándose en ese momento Kate
y un ex trabajador que fue más bien obligado a jubilarse a pesar de sus largos
años de eficiente labor como ebanista. Gus fallece, a pesar de que Kate lograra
sacarlo del complejo antes de que la detonación les alcanzara de lleno,
mientras que la primogénita de Douglas Connelly sufrió heridas craneales que la
indujeron a un estado de coma que la posiciona en un precario punto entre la
vida y la muerte.
Nadie comprende qué les llevaría a Kate y a Gus encontrarse a esas horas
más bien intempestivas en ese lugar, pero el eco de los medios de comunicación
apunta con sentenciosa especulación que todo fue provocado en un claro y
habitual caso de cobrar una suma indecente por parte de la aseguradora. Hannah
se mantiene firme en su negativa de que su hermana hiciera tal cosa. Sin
embargo, la investigación del incidente en el negocio de los Connelly en pos de
determinar si fue accidental o intencionado, así como el precario estado vital
de Kate y las inciertas secuelas que pudieran acarrearle en caso de salir con vida,
no son más que la zona cero de la trama que absorberá otros menesteres de
carácter desafortunado. Los casos sin resolver de una aspirante a actriz
desaparecida casi treinta años atrás y el asesinato de una joven universitaria
de buena familia rodarán en las páginas de esta novela, y de algún modo u otro
rozarán al apellido Connelly.
Si ya lo que desborda a los Connelly a causa del incidente
de su negocio familiar da juego a la novela, más enrevesada se tornará cuando
los hilos de los misterios pasados y en teoría lejanos sin vínculo alguno se
entramen con ellos.
En esta novela queda plasmado lo fácil que es juzgar y
sentenciar, sobre todo en delitos tanto constatados como especulados, para en
muchos casos, después de despotricar a destajo, se diga “donde dijo digo, digo
Diego” con una sonrisa de cínica condescendencia. Aunque las evidencias señalen
de manera directa, no siempre son concluyentes sino más bien circunstanciales;
y tanto la naturaleza accidental o provocada de la destrucción del negocio de
los Connelly, la inocencia o culpabilidad de Kate y/o Gus, así como los casos
sin resolver ajenos a este caso en sí que se irán presentando, no puede darse
nada absolutamente por sentado hasta que se diseccione todo por entero. Siempre
he procurado no ser tan sentencioso y más juicioso y analítico, y tras esta
lectura creo que he logrado alejarme de no ser juez, fiscal, jurado y verdugo a
la primera de cambio.
Sin duda, esta será una delicia para el paladar
literario de quien disfrute de la intriga; de especulaciones y conjeturas; de
todo lo incierto por esclarecer; y de las historias paralelas que acaban
convirtiéndose en una única línea para encontrar el enigma que las enlaza más
de lo que a priori pudiera imaginar tanto sus protagonistas como los propios
lectores.
Temor a la verdad
es un claro ejemplo que, incluso a veces en la realidad, nuestras historias
(sobre todo las adversas) pueden converger con las de otros sin que se vean
venir y que las casualidades del destino puede ser caprichoso hasta en una
ciudad tan desbordada como Nueva York; además de refutar que los secretos y las
mentiras siempre emergen por más que se quieran enterrar (en un sentido u
otro), aunque tomen su tiempo, incluso décadas, para ello. Cada persona, con
mayor o menos culpabilidad o inocencia, acarrea secretos, mentiras, miedos y
fantasmas, y buena parte de los personajes de esta obra no se libran de ello
por más que quieran evadirlos.
Más de uno podría abrumarse al comprobar que un libro
roce muy de cerca el centenar de capítulos (más prólogo y epílogo), augurando
precipitadamente una lectura que se hará cuesta arriba. Sin embargo, cada uno
de estos es sumamente corto, como cabe esperar en esta autora, pudiendo
dárseles buena cuenta a un ritmo pasmoso con el fluido dinamismo que desborda.
El estilo de Mary Higgins Clark sigue siendo muy de mi
agrado, tan singular y atractivo como me pareció en mi primera lectura de una
obra suya. Fluido, detallado en su precisa medida, con una profundidad en los
acontecimientos de la trama y en los pensamientos del elenco que se convierte
en uno de sus puntos fuertes a la hora de narrar. Su exposición sigue siendo la
de tercera persona pero jugando con la voz indirecta a través de sus
personajes, haciendo que sus pensamientos rocen mucho la primera persona; y
precisamente ese es otro de los encantos de la curtida prosa de esta autora.
Kate será una pieza pequeña pero clave en la trama, muy presente y
bastante activa en el argumento incluso en su estado comatoso en la UCI. La
pena y la preocupación de muchos personajes caerán sobre ella, en especial la
de su hermana. Desde el comienzo se atisba una relación delicada con su padre,
al cual censura y desaprueba buena parte de sus actitudes. No se puede perder
atención a su subconsciente, capaz de percibir lo que la rodea cuando su mente
está despierta; pero sobre todo esos sueños que incluso pueden estremecer a una
mujer como ella (atractiva, alta, rubia y con buena posición laboral) para
devolverla a la fragilidad de su más tierna niñez sobre algo que pareció
ocurrirle y que había escondido en sus recuerdos casi toda su vida.
Por parte de Hannah, es diametralmente opuesta a su hermana mayor (pelo
oscuro, ojos claros y estatura media tirando a baja). Justo antes de la
explosión del negocio familiar se la ve celebrando, tras años de arduo trabajo
como diseñadora, el hecho de tener por fin su propia marca que la embarque en
un proyecto ambicioso y prometedor. Uno llega a compadecerse de ella cuando ve
que tan pronto su felicidad y entusiasmo caen en la tristeza y la incertidumbre
tras lo que le ocurre Kate. Hannah dará clara constancia del estrecho e intenso
sentimiento que comparte con su hermana, y la menor cuidará de la mayor,
pendiente en todo momento aunque suponga descuidar su propia rutina si fuera
necesario, sin darle a los problemas del negocio familiar la angustiosa
prioridad y preocupación que demuestra su padre. Hannah es un personaje más
fuerte de lo que pueda parecer en el momento en que la apabulle el estado
crítico de Kate; poco a poco sacará arrojo para estar al pie del cañón e
incluso no descuidar demasiado la oportunidad que le han brindado en su trabajo,
consciente de que debe mantenerse firme y con entereza por esa hermana a la que
tanto debe y que en ese momento la necesita más que nunca, aunque el peso de la
inclemente situación trate de mermarla. Afortunadamente no estará sola, pues
cuenta con otras personas, en buena parte Jessie, una joven despampanante que
dará el apoyo propio de la mejor amiga que es además del legal como abogada de
oficio que es.
Douglas “Doug” Connelly es un personaje que tamizar con cuidado. Se nos
presenta como hombre marcado por un accidente del cual fue el único superviviente,
donde perdió a su mujer, a su hermano y varios de sus amigos más próximos,
quedándose sólo con dos niñas pequeñas. Con el paso de los años, y como se deja
entrever al comienzo de la novela, se muestra con un hábito por la bebida que
se justifica por así decirlo con la pérdida de su esposa; con una negativa de
rehacer su vida ni tan siquiera para haberle brindado a sus hijas la figura
materna que necesitaban, siendo incluso a sus casi sesenta años un cliché de
hombre que flirtea con mujeres mucho más jóvenes que él (en el momento de la
novela con Sandra, de la edad de Hannah, tan presente en el argumento con una
personalidad cargante para quienes interactúan con ella), sin escatimar en
gastos en su frenético e imparable tren de vida. Desconcierta su forma de
encarar tanto el estado de su primogénita como lo que concierne al destruido
legado de su padre, así como lo dañado (por no decir forzado) que parece su
lado emocional y lo prioritario que parece ser para él ese poderoso caballero
que es don dinero. Doug me desagradó como persona, y mejor no hablar de su rol
de paternal, un completo negado a la hora de despertar la empatía del lector
por más que se le escude en el sufrimiento en aquel accidente náutico, pero
todo empezará a encajar para brindar un sentido a todo cuando llega el momento
en el que el esclarecedor final se presente.
No son muchos los personajes relevantes inicialmente vinculados a esta
familia en la novela, a excepción de Jack Worth, jefe de la fábrica y mano
derecha de Doug en el negocio, que la verdad desde el principio no se me antoja
alguien digno de relación con el significado de su apellido (mérito) o la viuda
de Schmidt, Lottie. Lógicamente está el personal tanto policial como de
bomberos que tratarán de cerrar los diversos cercos que irán surgiendo en la
trama (empezando por corroborar si la explosión fue provocada), así como Mark
Sloane, hermano de Tracey, la aspirante a actriz desaparecida casi treinta años
atrás, que por su trabajo se ha mudado a Nueva York, siendo esto un motivo para
reactivar el caso por su madre. Tenemos además otros que ya el mero de
mentarlos sería desgranar demasiado y me arriesgaría a restar cierto interés a
los lectores potenciales que lean estas líneas; lo que sí diré es que en muchos
momentos son todos estos personajes los que llegan a tener un peso argumental
que incluso llegan a desbancar en protagonismo a las hermanas Connelly en los
momentos en que se les cede la batuta de la acción.
La trama empieza posicionando estratégicamente las piezas de esta
compleja jugada a varias bandas que poco a poco convergen, primero sin verse
esos enlaces invisibles hasta que todo cobra mayor sentido a medida que van
quedando menos capítulos, a medida que las piezas aparentemente imposibles de
encajar se encuentra la muesca correcta que antes parecía pasarse por alto,
hasta hallarse el epicentro de todos los enigmas planteados. Claramente, hay
matices que pueden despertar la especulación del lector, pero este ha sido uno
de esos libros que se me antojan menos previsibles de lo habitual.
El desenlace es vertiginoso, quizás un poco demasiado, porque el
esclarecedor quid común de todas las cuestiones es lanzado casi a quemarropa, y
el tramo de páginas restantes tras esto es tan escueto que uno debe pararse a
macerarlo antes de enfrascarse en la frenética y expectante cadena de acciones
y decisiones de sus protagonistas, las cuales dejan en vilo al lector hasta
prácticamente la última hoja, haciendo que no todo esté dado por sentado. Y en
mi caso fue de agrado y me sorprendió en generosa medida, cerrándose con mucho
acierto todos los cabos en el epílogo que transcurre un año después; la autora
me dejó un estupendo sabor de boca, aclarando lo importante y sustancial del
argumento, dejando muy pocas cosas no realmente transcendentales a la libre
especulación del lector. Así que en este aspecto (y en general) sigue
manteniéndose Mary Higgins Clark en el nivel que me transmitió con Sé que volverás.
Conclusión: Enigmas y delitos rodeados de brumas. La incertidumbre
rodeando al por venir de unos y nieblas que protegen secretos fangosos y
verdades opacadas por mentiras en otros. Sufrimientos destinados a saldarse. Una
explosión, una desaparecida y una asesinada que se encuentran inevitablemente
en la intersección del destino. Sin duda, saber que le depara el mañana a la
familia Connelly y a quienes acaban rodeando los acontecimientos expuestos en Temor a la verdad es algo que no se
puede dejar pasar por alto. Una obra en la que Mary Higgins Clark nos hace
discrepar en ese dicho de Thomas Gray de que la felicidad está en la
ignorancia.
Mi valoración global: 4/5
No hay comentarios:
Publicar un comentario