Poco a poco la fecha del
trigésimo aniversario del Apocalipsis estaba más próxima, y para desgracia de
los detractores del Proyecto Scheherezade, las investigaciones de Natasha y
Kate estaban cada vez más cerca de terminar, y por tanto, el Proyecto Lázaro
sería una realidad.
-Pronto acabará esta
larga pesadilla.
-Con ese optimismo,
aunque sólo esté en tus palabras, seguro que acelerarás todo el proceso -añadió
Natasha ante ese comentario, cesando el tecleo de sus envejecidos pero aún
activos dedos. Había sido un camino largo, en ese instante se permitió quitarse
las gafas y descansar la vista, al igual que hacía lo propio con su espalda
contra el cómodo sillón en su “despacho”-. En momentos como éste me gustaría
ser al menos un par de décadas más joven.
-No digas tonterías -terció
Kate desde el sofá donde descansaba, aún recuperándose de la última e intensa sesión
con Scheherezade de esa mañana-. No todos llegan a tu edad con tus facultades
físicas y mentales, y yo doy por seguro que nos enterrarás a todos.
-Los años no pasan el
balde, Katherine -esa fue una de esas raras veces en las que no se dirigía a
ella por el diminutivo-. Tienes razón, aún no muestro esos típicos achaques
propios de los que ya han llegado a mi edad, y toco madera para que se demore
el día en que me convierta en una vieja chocha y senil; pero las vivencias, especialmente
éstas que estamos viviendo los últimos treinta años, hacen que se sienta más la
edad más abajo del tuétano. Por suerte una sabe llevar la procesión por dentro
y aguantar día a día mientras pueda.
-Quizás te venga bien
ahora una taza de café.
-Sería algo propicio,
sí... Aunque ese sucedáneo de compuestos químicos que llamamos ahora “café” no
tiene nada que ver con el que disfrutábamos en la Tierra.
-Seguro que cuando
volvamos a la Tierra
tomaremos juntas ese café legendario que tanto mencionas y añoras -ya parecía
del todo repuesta, pues se levantó del sofá con agilidad y sin sentir el menor
mareo o reminiscencia de fatiga-, pero de mientras nos toca conformarnos con este
café que es café café para los de mi generación en adelante.
Kate se perdió por la
puerta, de apertura automática por censor de movimiento, que daba a la cocina.
El compartimento que compartían ambas era limitado, pero no podían quejarse dadas
la situación y que era mejor que muchas de las otras “viviendas” en las que
habitaban el resto de exiliados al espacio. Tenían sitio suficiente para una modesta
sala de estar que a la vez era el despacho de Natasha para cuando ésta quería
trabajar fuera del laboratorio, una minúscula cocina, dos pequeñas habitaciones
individuales y un cubil que hacía de baño con su lavabo, excusado y plato de
ducha metidos casi a presión.
En esos tiempos que
vivían, aquello era todo un palacio, reflexionó Everlast. Hacía muchísimo que ya
ni extrañaba ni recordaba el enorme ático en el cual vivió antes del declive de
la Tierra.
A penas sobrevivieron
cerca de un millón de personas treinta años atrás en el Apocalipsis, habitando
en diversas naves de gran tamaño que con el tiempo se interconectaron para facilitar
la comunicación y el desplazamiento entre todas. Treinta años después, a pesar
de las limitaciones y las condiciones de vivir en el espacio, todo tan
sintético, tan artificial, tan poco natural, a penas duplicaron dicha cantidad
entre los que iban pereciendo —en su mayoría los más ancianos al no adaptarse bien a ese
nuevo “hábitat”— y los nacimientos que se producían con cuenta gotas —por un lado controlando la natalidad
ante la inconveniencia de poblar las naves más allá de la capacidad máxima que
disponían, y que de todos modos esa situación deprimente no animaba a todo el
mundo a la hora de adentrarse en la fecundación, especialmente por medios
naturales—, y
cada año que pasaba iba siendo más necesario volver a un lugar donde la
humanidad pudiese expandirse y vivir sus vidas de verdad.
Pero Natasha estaba
convencida de que el día de volver a la Tierra estaba ya cerca. Confiaba en Kate, en sus
sueños visionarios y su ferviente y obstinado deseo de llegar a buen puerto;
llevaba toda la vida de esa joven volcando su fe sobre ella día tras día. Jamás
pensó, antes de conocer a Elvira Burton, que llegaría a sentir el orgullo
propio de una madre hacia su prole; precisamente ella, una mujer que se percató
tarde de que había dedicado su vida por completo a su profesión y descuidado el
terreno sentimental.
La científica de renombre
tomó el marco digital que había sobre su escritorio, junto al monitor. Fueron
desfilando gradualmente las no muchas fotos almacenadas, en su mayoría en
compañía de Kate, desde que ésta era un bebé, pasando por la niñez y la
adolescencia, hasta alcanzar la edad presente en la que se hallaban. Pero buscó
de modo manual y presuroso en el marco una instantánea en concreto, hasta que
la encontró finalmente.
Su calidad era pésima, se
trataba de un escaneo de una foto física cuyo original conservaba en su
dormitorio, dentro de una pequeña caja con el resto de escasos recuerdos de su
vida anterior en la Tierra. Fotos
así había pocos que las tuviesen aún en esos tiempos. A pesar de los arreglos con
editores de imagen, eran perceptibles las arrugas y demás defectos que tenía el
original cuando la escanearon, provocados por la catástrofe y la presura a la
hora de huir del planeta. Pero aún se podía apreciar con gran detalle a las dos
mujeres sonrientes que salían una al lado de la otra.
En esa imagen, Natasha
era unos escasos años más mayor que Kate en la actualidad que vivían, y la
verdad era que se había conservado muy bien en esas casi tres décadas. En la
foto su piel aún era tersa como la porcelana, su cabellera entonces caoba todavía
no la recogía en un moño, sino en una coleta alta, y usaba gafas de monturas de
pasta gruesa y lentes estrecha que tan de moda se volvieron a poner en esos
años. Siempre se sorprendía verse sonriendo con esa frescura en los labios,
recordando aquella época que ya le era tan lejana como ajena. También se sentía
extrañada de verse en esa foto, con ropa de calle, la Natasha de ahora tenía
batas y uniformes de científica hasta en el diminuto fondo de su armario.
El olor a café, que nunca
se podría comparar al del café de verdad, fue captado por su olfato llegando
desde la puerta que Kate, en ese instante llenando las tazas, había dejado
abierta al desbloquear el sistema automático de apertura y cierre. Eso hizo que
se derritiese más su alma, con los recuerdos de aquella mujer que salía a su
lado en la foto, esa mujer que murió hacía tanto tiempo. Esa mujer que fue la
mejor y más sincera y leal amiga, como de la misma familia, que había tenido
Everlast en su vida, y que sin ella a su lado habría sido tan fría y
cuadriculada, con menos inteligencia emocional, como le ocurría a muchísimos
colegas de su gremio.
Acarició la pantalla del
marco digital con cuidado, Elvira murió justo un año después de ser tomada la
foto. Natasha estaba totalmente convencida de que ella ya debía de ser más que
consciente del tiempo que le restaba de vida y que estaba a punto de quedarse
embarazada, gracias a ese extraño don que Kate aún no había llegado a explotar
con la intensidad y las dimensiones abrumadoras con que lo había hecho su
progenitora.
Los dedos de la
científica rozaron la cara de aquella que acompañaba a su yo del pasado, Kate
era su vivo retrato viéndola con edades parejas. Sólo había pequeñas
diferencias, como que los ojos de Elvira eran totalmente negros y brillantes como
su cabellera, o que no compartía con su hija el pequeño hoyuelo en el mentón y
los labios carnosos que ésta sí tenía; esos rasgos sutiles que las
diferenciaban debió sacarlos de ese padre que ambas desconocían su identidad o
si habría sobrevivido siquiera al Apocalipsis.
En aquella foto el
vientre de Elvira era completamente plano, pero a los pocos meses se quedó
encinta, y no le constaba a Natasha que su amiga hubiese mantenido una relación
formal ni de haber conocido a alguien por aquella época. ¿Habría visto Elvira
con su don con quién tendría que engendrar a Kate? ¿La tuvo sin ser fruto del
amor? ¿Bastó sólo usar un hombre predestinado para ese nacimiento? ¿O sí había
sido fruto de un amor resurgido, de una época anterior a que se cruzaran sus
caminos? Ese fue el único secreto que la madre de Kate se llevó consigo con el
último aliento, y Natasha nunca lo sabría. Y nunca compartiría estas cuestiones
con su querida ayudante, se juró a sí misma tiempo atrás, aunque seguramente por
la mente de Kate habrían pasado algunas de esas preguntas... o todas.
-Aún confío en ti, Elvy -susurró
a la foto con un quebrado y sentido hilo de voz, conteniendo las lágrimas para
no preocupar a Kate, la cual volvería a la sala de un instante u otro-. Sólo te
pido que allá donde sea que estés ahora nos ayudes y cuides de tu niña... de
nuestra niña, porque sabes que la quiero tanto como la querrás tú.
Muchas veces Natasha se
cuestionó si se habían conocido de la forma tan fortuita que lo hicieron ella y
Elvira a causa del don de ésta, que desde el principio necesitase a la
científica para el futuro que estaba predestinada Kate, para el futuro de la
supervivencia de la raza humana. Una parte de sí misma, la más lógica, objetiva
y racional de una mente brillante, le decía siempre que sí. Pero su lado humano
le decía que eso no importaba, porque el cariño que se habían tenido las dos
fue sincero y de todo corazón; y esa era una de las pocas cosas que estaban
completamente de acuerdo Natasha y la profesora Everlast.
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