Nadie sabía aún el porqué,
pero la Tierra
sufrió una terrible crisis en la que tanto la humanidad como el propio planeta
estaban destinados a perecer. Los humanos, impotentes en aquella época, no
pudieron hacer lo más mínimo por evitarlo, por lo que huyeron en grandes naves
al espacio, pero sin alejarse demasiado de su planeta natal, con la esperanza
de volver a él. La cuestión era: ¿Cómo evitar aquellos extraños fenómenos que lo
arruinaban? ¿Cómo devolverle su estado original? Ahora era un planeta árido, el
agua estaba casi extinguida y corrompida, y tampoco parecía haber vida de ningún
tipo, ni vegetal ni animal; pero los humanos que consiguieron escapar no
perdían ni su fe ni su amor por su patria universal.
Cada dos meses,
científicos, militares y políticos de entre los supervivientes a la catástrofe
se reunían para debatir como salvar y recuperar la Tierra ; aunque estaba claro
que en tres décadas no habían logrado grandes avances. Salvo dos personas de
talento equiparable pero con ángulos de visión diametralmente contrarios. Ese
día había reunión.
-¡Orden en la sala! -exclamó
el presidente de la asamblea de la
Tierra para apagar el murmullo de los presentes-. El tema de
esta reunión serán los dos únicos proyectos que, después de tantos años, han
mostrado los logros y los avances más viables. Profesora Natasha Everlast, comandante
Stephen McNeill, expongan, por favor.
McNeill era un hombre de
rostro recto, rasgos muy marcados y mirada glacial, con una impecable barba muy
corta y cuadriculada, libre de canas pese a rebasar los cuarenta; era
considerado todo un verdadero genio científico que usaba su talento con fines militares,
con grandes conocimientos de ingeniería y todo un estratega. Dejó que hablase
primero la profesora Everlast, pero sólo por pura caballerosidad protocolaria y
casi obligatoria. Ella se colocó adecuadamente sus lentes con elegancia y de
forma muy intelectual mientras carraspeaba para aclarar la voz que alzaría para
ser escuchada con claridad.
-En lo que se refiere a
la reconstrucción de la Tierra ,
ya hemos desarrollado investigaciones de cómo restablecer paulatinamente el
equilibro en la naturaleza del planeta. En estos tiempos no sería posible que
esté como hace treinta años, pero si todo sale según mis investigaciones, en
cien años se vería bastante similar a como fue antes del Apocalipsis.
-Es grato escuchar eso,
Natasha -dijo el vicepresidente desde la mesa que ocupaba delante de los
asistentes, un hombre de mediana edad amigo indiscutible de la prodigiosa
científica-, ¿y sabes ya cómo evitar los extraños ataques a la Tierra ?
Aquellas fueron palabras
propicias. La onda expansiva de algo enorme moviéndose a gran velocidad no
demasiado lejos de su ubicación sacudió la nave colonia de forma considerable
por unos breves pero nada agradables segundos. Todos supieron de antemano,
antes de asirse como mejor pudieron para no darse de bruces a causa de la
sacudida, de qué se trataba. Era lo que colisionaba de forma irregular contra la Tierra , lo que provocó el
declive de la vida y la civilización sobre su faz. Era imposible, a pesar de la
alta tecnología que alcanzó la sociedad de esa época, captar imagen alguna de
lo que era y calcular su origen.
La profesora Everlast se
volvió a colocar las gafas antes de atusarse un poco el moño.
-Está claro que
enfrentarse a lo desconocido es algo imposible, por eso durante estos años he
dedicado gran parte de mi esfuerzo en conocer la verdad.
-¿Y algún día nos dirás
qué o quiénes están molestándonos, o prolongarás adrede tu trabajo para no
perder tu entretenimiento, Natasha? -interrumpió de forma poco educada el comandante
McNeill, estaba claro que él no sentía respeto por los esfuerzos de sus colegas
a la causa. Kate miró con rabia a ese hombre tan despreciable, apretando tan
fuerte los puños hasta casi herirse con las uñas, sintiendo ganas de
responderle e incluso vapulearle... pero la mano de su mentora en su hombro la
contuvo-.Ya casi treinta años que estamos en el espacio, y si vamos a recuperar
la Tierra ,
adelante. Pero para perder el tiempo mejor colonizar un nuevo planeta; porque
tecnología para encontrar otro lugar donde asentar a la humanidad tenemos.
«Yo si que te mandaba a
otro planeta, a la otra punta del universo... y sin tecnología ni nada, de una
patadita en el culo por cortesía de una servidora», rumió Kate en sus adentros, esforzándose aún más por no
exteriorizar algo que sin duda era compartido por un buen número de los asistentes
a la asamblea.
La sabia científica soportó
con temple y una sonrisa llena de cortesía a las palabras de la lengua viperina
de su colega, algo que hizo acentuar la admiración de su pupila hacía ella. Después
desvió la mirada de nuevo a los miembros de la asamblea, acercando sus dedos con
precisas tientas al teclado que tenía delante. En el centro de la sala se
proyectaron imágenes holográficas de pasmoso realismo de distintos dispositivos
sobre los que Everlast empezó una explicación detallada, con voz serena pero
sin resultar soporífera. La primera imagen fue aquel aparato que usó Kate
momentos previos.
-Esto es Scheherezade, el
cual permite alcanzar con control humano el estado de sueño, así como
registrarlos en formato de videos con audio y estudiar lo que sueña la gente.
-¿Y de que sirve semejante
tontería? -McNeill espetó esa pregunta con nulos modales, llevándose la mano a
la frente. La profesora ignoró al militar, dirigiendo de nuevo sus palabras al
resto de congregados.
-Usando Scheherezade con
cierto individuo en concreto podemos ver en sus sueños lo que ocurrió hace años
en la Tierra ,
y poco a poco estamos descubriendo la causa y origen de la catástrofe. Puede
parecer anticientífico e irracional -prosiguió sin ser ajena a la naciente aprensión
escéptica en las caras de todos, salvo en la de Kate-, pero el usuario de
Scheherezade tiene una extraña cualidad: puede ver en sus sueños muchas cosas,
especialmente lo que ocurre ahora, lo que ocurrió en el pasado y, posiblemente,
puede ver lo que ocurrirá en el futuro en algún momento. En quince años que
llevamos estudiando sus sueños, ha podido aportarnos gran información exacta de
lo sucedido.
Una carcajada llena de
mofa maliciosa se propagó resonando en la sala magna, los asistentes miraron
con vergüenza ajena ante la carente educación que podía llegar a manifestar
McNeill cuando se dejaba manejar por lo ególatra que parecía capaz de ser.
-¿Ahora resulta que
empiezas a creer en cosas tales como la adivinación y las premoniciones?
Realmente usted está ya senil, Everlast.
-Puedo asegurarte, mi
querido Stephen, que mi salud mental está tan lúcida como cuando gané el Nobel
a los veintidós años -repuso Natasha manteniendo intacta su compostura y su voz
serena, como si estuviese escuchando el berrinche irrelevante de un niño de
guardería. Para satisfacción de muchos, ella logró que McNeill silenciase su
díscola boca... al menos por un rato-, y espero que cuando llegues a mi edad
tengas la misma suerte.
»Antes de estudiar los sueños
relacionados con el Apocalipsis, experimentamos con otros individuos utilizando
a Scheherezade para dar fe de la viabilidad de las facultades del sujeto. Puedo
asegurar que, aún saliéndose de las leyes de la ciencia y la lógica, posee las
capacidades que he mencionado antes; pero éstas son más intensas cuando sus
sueños están relacionados con lo sucedido hace treinta años, pues el sujeto
tiene una fuerte conexión con dichos acontecimientos.
-¿Y de quién se trata?
-preguntó McNeill en voz aún más alta, para que se le oyese sobre los efervescentes
y tímidos murmullos de los asistentes ante las explicaciones de Everlast-. Tenemos
derecho a saber que clase de demente tienes como conejillo de indias.
-¡Soy yo! -espetó Kate
levantándose con vigor y mostrando un rostro desafiante, provocando con ello el
mayor asombro general en la sala. La propia ayudante de Everlast era quién,
según la teoría de ésta, veía el pasado relacionado con el Apocalipsis-. Sí, yo
soy quien duerme en Scheherezade y registra los sueños, y son verdad. Me da
igual que me crean o no, a mi sólo me importa volver a la Tierra , que todos volvamos,
y si para lograrlo tengo que ser tachada de loca el resto de mi vida y más allá
de ésta por lo que la humanidad grave en las páginas de la historia, pues que
así sea.
Crecieron los comentarios
por lo bajini entre los asistentes, el presidente de la asamblea era incapaz de
cesar ese bullicio por más que golpease su martillo sobre la mesa con imperio hasta
casi romperlo, intentando a su vez en vano alzar su voz por encima de las de
los demás. Mientras, el comandante McNeill oteó con odio a Kate, dejando caer
toda la fuerza de su peso sobre el respaldo de su asiento; ella no iba a ser
menos y le escrutó con idéntico y maximizado sentimiento. Sendos pares de ojos enfrentados
los hacía parecer dos bestias que fuesen a atacarse mutuamente en cualquier
momento. Por fortuna, una barrera entre ambos se interpuso: la doctora Everlast
cortó de cuajo el contacto visual entre ambos al inclinar un poco el cuerpo.
La anciana científica
miró a la mesa de la asamblea e hizo gestos con sus manos pidiendo a los
congregados que bajasen la voz.
Sorprendentemente, todos
callaron.
-No quería dar
información clasificada sobre el sujeto de mi investigación, pero sí, la
señorita Katherine Burton es quien recoge los datos, “mi conejillo de indias”,
en términos de Stephen. Esta joven, que para mí es como la hija que nunca tuve,
desde niña ha mostrado una extraña peculiaridad relacionada con sus sueños,
especialmente todo lo vinculado con el Apocalipsis.
-¡Por el amor de Dios! -exclamó
con impertinencia y regresando a la carga el comandante McNeill. Nadie parecía
sorprenderse de semejante actitud, especialmente por el hecho de usar esa
expresión con blasfemo y cínico descaro, siendo más que sabido que era un
acérrimo ateo-. Profesora, me parece ofensivo que una de las científicas de
mayor renombre de la historia, de cuya mente han nacido numerosos inventos y
descubrimientos que han mejorado la vida de la sociedad, nos venga con cuentos
de esos. Menudo mal chiste.
-No creo que sea un
“cuento” lo que digo. La madre de la señorita Burton... -detuvo por un segundo
sus argumentos para observar el semblante de su ayudante; el tema de su
progenitora era uno de tantos que procuraba tratar con papel de seda,
especialmente en su presencia. Decidió proseguir al ver la tranquilidad
despreocupada que le transmitió Kate con respecto a la mención de esa persona- me
enseñó hace mucho tiempo que la ciencia y el conocimiento no son nada si no se
usa el corazón y la emoción de los humanos. Su madre tenía una extraña facultad,
un don si algunos prefieren catalogarlo así, imposible de hallarle explicación.
Era muy intuitiva, sabía siempre si algo iba a pasar o no; veía lo que ocurría
en ese mismo momento en otros lugares del mundo, así como algunos hechos
acontecidos en el pasado o en el futuro. Quizás se deba a eso las cualidades de
la señorita Burton, pero también debe vincularla el hecho de que ella y el
Apocalipsis son, por así decirlo, hermanos gemelos.
-¿Perdón? -preguntó con
sorna ese científico militar respondón, muchos de los presentes tampoco
parecían entender las últimas palabras de Everlast. En cambio, Kate se mostró
con expresión ensimismada, perdida en sus recuerdos y en su fuero interno pero
a su vez consciente de lo que ocurría en la asamblea.
-En el mismo momento del
Apocalipsis, cuando todo el planeta tembló por primera vez, Katherine Burton
empezó a vivir y su madre... falleció.
-Pura casualidad,
demasiada diría yo, pero eso no significa nada.
-¿Seguro? -preguntó
tajante pero serena Everlast-. Puede que sea casualidad, pero quizás estaba
prefijado que todo coincidiese. La propia madre de esta mujer sabía de antemano
que moriría de manera irremediable en el instante del alumbramiento, y que ese
hecho marcaría la diferencia en las décadas venideras. Aún recuerdo sus últimas
palabras entre contracciones, poco antes de que saliese su bebé del útero -fue
entonces evidente para todos los presentes que la científica desbordaba toda su
humanidad, pues un pequeño nudo pareció apretar su garganta mientras su
memoria, famosa de ser eidética, compartía dicha vivencia-: “Cuida de mi hija,
Natty, pues de ella dependerá toda la humanidad y el propio planeta, por
increíble que esto pueda sonarte. Ella revelará la verdad, y tú estás destinada
a ayudarla”.
»Desde ese día cuidé y aleccioné a Katherine
-prosiguió mientras lograba con éxito no demostrar el menor signo delatador de
que estuvo conteniendo las lágrimas, manteniéndose firme pero flexible como el
bambú-, pero esta reunión no es para hablar de mi vida personal, sino para
solucionar el problema que llevamos soportando durante tres décadas.
Un silencio total inundó
la sala, esas revelaciones cambiarían no sólo la imagen de la prestigiosa profesora
Everlast, para bien sobre algunos y para unos pocos para mal, sino que
cambiaría también el destino de la humanidad; su lucha por frenar la amenaza
invisible y dar el primer movimiento para recuperar la Tierra.
El comandante McNeill
abandonó la reunión sin decir nada, aunque su rostro delataba aberración y
antipatía por los métodos y teorías de su veterana en la ciencia. Gran parte de
los presentes a la reunión y de los miembros de la asamblea dieron el visto
bueno al Proyecto Scheherezade, así como al que lo sucedería y que aún estaba
en fases de desarrollo: el Proyecto Lázaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario