sábado, 19 de septiembre de 2015

Crítica personal: El Diario de Ana Frank



Título: El Diaro de Ana Frank
Título original: Het Achterhuis
Autora: Ana Frank
Editado en España por: editoriales varias

Sinopsis:
Tras la invasión de Holanda, los Frank, comerciantes judíos alemanes emigrados a Ámsterdam en 1933, se ocultaron de la Gestapo en una buhardilla anexa al edificio donde el padre de Ana tenía sus oficinas. Eran ocho personas y permanecieron recluidos desde junio de 1942 hasta agosto de 1944, fecha en que fueron detenidos y enviados a campos de concentración. En ese lugar y en las más precarias condiciones, Ana, a la sazón una niña de trece años, escribió su estremecedor Diario: un testimonio único en su género sobre el horror y la barbarie nazi, y sobre los sentimientos y experiencias de la propia Ana y sus acompañantes. Ana murió en el campo de Bergen-Belsen en marzo de 1945. Su diario nunca morirá.

Esta es una de esas lecturas que más llegaron a mi alma, que se grabaron en mi recuerdo y posiblemente una de las que más importancia tuvo en mis veranos. Aunque tampoco es alentador un libro de esta temática, uno empieza a darle un poco menos de importancia a todo lo que consideramos malo en nuestras vidas tras leer esta parte de la de Ana Frank. Incluso diría que cualquiera podría tornarse un poco mejor persona tras leer este libro.

Los trazos de la pluma de esta niña comienzan cuando recibe el primero de los cuadernos en los que recoge su diario, en la mañana de su cumpleaños decimotercero. Lo que empieza siendo un diario como el de cualquier otra chica de su edad, contando su vida normal y corriente (todo lo normal y corriente posible para una niña judía en una Holanda subyugada a los nazis y las consecuentes limitaciones y dejaciones), acaba dando un giro más radical a partir del día en que reciben una citación para su hermana Margot (tres años mayor que Ana) requiriéndola por los nazis para ser deportada a un campo de trabajo. Aunque ya estuvieron preparando un plan para mantenerse ocultos hasta el fin de la guerra, ante la soga que iba asfixiando cada vez más a los judíos en Holanda, tuvieron que adelantar la fecha de dicha idea al peligrar especialmente el futuro de la primogénita de los Frank.
Ya a partir de entonces, y más con la incorporación al poco tiempo de otra familia y un hombre a guarecerse en “la Casa de atrás” (así fue como Ana bautizó al refugio junto a las oficinas donde trabajaba su padre, y que da nombre al título original de la obra), la vida y las emociones de Anna, así como del resto de escondidos, cambiarán drásticamente, sobrellevando sus vidas como mejor pudieron, pendientes de un futuro incierto y cada vez menos esperanzador cuanto más tiempo van pasando en esa situación fruto de la dominación hitleriana.

No es un símil demasiado acertado lo que voy a decir, pero no evito pensar que los creadores de Gran Hermano se hubiesen inspirado un poco en las vivencias de Ana Frank a la hora de concebir dicho programa. Al igual que en el mundialmente famoso reallity, Ana nos detalla desde su punto de vista un grupo de individuos encerrados, cada uno con su diferente personalidad, sin poder salir al exterior (aunque por motivos abismalmente diferentes al citado programa televisivo) y siendo muy presentes las tensiones y las emociones a flor de piel en esas escasas relaciones sociales y por vivir en un “mundo” tan limitado a consecuencia de los injustos motivos que los obligó a ello. El único y leve nexo y consuelo de sus ocho habitantes con el mundo exterior son los trabajadores que de buena fe se arriesgan al ocultarles. Y aunque vivieron apartados del resto del mundo (obviando a sus benefactores), ese aislamiento con el que intentaron preservar sus propias vidas no los hizo completos ajenos a la guerra, la flagelación nazi a los judíos y, especialmente, el miedo a que fuesen descubiertos por la Gestapo.
En un principio parecía prometedora la concordia, o al menos la diplomacia, entre todos los escondidos, pero al final las disputas, diferencias, choques de opiniones enfrentadas y roces no demasiado agradables, incluso entre miembros de una misma familia, van siendo más presentes que en sus arrebatadas vidas cotidianas, entrechocando con los momentos felices y tranquilos que acaban siendo tan intensos como fugaces en la mayoría de las normalmente grises etapas en la Casa de atrás. Uno llega a dudar si esas vertiginosas vorágines de emociones son latentes en cada uno y que salen a la luz por esas circunstancias, o si son precisamente dichas circunstancias, además de las limitaciones, los miedos y la flaqueza de sus propias esperanzas en el futuro, las que dejan rodar con frecuencia ponzoñosas manzanas que infectan a la totalidad del cesto de sus propias almas.
Todos estos factores son los principales que me hacen pensar en el citado programa de televisión, aunque con la penosa diferencia en este caso de que todos sus “participantes” llegan directamente a la gran final para ganar un premio compartido que, tristemente, no acaba siendo el que tanto desearon y que en verdad se habrían merecido, y que sólo uno de ellos viviría para contarlo a través de lo que escribió Ana.

Ana logra encontrar aún más refugio de complicidad y desahogado consuelo en ese remanso de paz que es su diario, al cual humaniza dándole el nombre de Kitty, como si escribiese cartas a una amiga del alma a la cual comparte absolutamente todo de manera más destacable que con cualquier persona en el mundo. Escribiendo en esas inmaculadas páginas desnuda su alma, destapa sus reflexiones, sus sueños, sus ilusiones y sus esperanzas, al igual que sus miedos, su impotencia y su desesperanza, así como sus más hondos sentimientos (tanto buenos como no tan buenos) hacía sí misma, sus padres, su hermana y el resto de escondidos.
No voy a entrar en demasiados detalles porque prefiero que lo descubráis más por vosotros mismos, pero uno llega a meterse hondo en la piel de la autora del diario mientras se lee todo lo que va narrando bajo cada una de las fechas en la que escribe, sentimientos, cavilaciones y confidencias tan íntimas y personales como comunes y generales, acentuadas por el confinamiento que se ve obligada a llevar por sobrevivir. He llegado a entenderla, a compadecerme de ella, a verme un tanto identificado en ciertos aspectos en mayor o menor medida; aunque cualquiera podría verse una parte de sí mismos en Ana si ya se ha vivido la complicada edad que recoge en su diario, la de ser y que te consideren mayor para que te traten como a un niño y a su vez que todavía no te miren como un adulto de verdad (o mejor dicho, como un verdadero igual).
La propia Ana registra su evolución línea a línea, creciendo a todos los niveles, en especial como persona, madurando y sobrellevando la vida que le ha tocado vivir en esa clandestinidad. Sus sentimientos y convicciones respecto a sí misma y hacia las otras siete personas con las que convive. E igualmente, llegará a admitir que siempre ha habido cierto sentimiento de soledad (incluso en su propia familia) del que no llega a ser consciente hasta que su mundo cambia. Ha guardado sus penas, aprendiendo de sus errores y psicoanalizado a sí misma, comparando la Anna de antes de esconder con la que se está convirtiendo, llegando también a la conclusión casi al final del diario que en ella coexisten dos Anas: la que todos ven y la más sensible y verdadera que teme sacarla a la luz. Trata de descubrir ella sola el concepto de la felicidad, de quién querría ser si el futuro le llegase a sonreír, comprender el amor en todos sus aspectos; batallando a la tristeza y la amargura con un valor y una esperanza admirables que va creciendo a medida que triunfa sobre lo peor que brota de su interior y tan presente en cualquier persona. Incluso descubrirá, de forma más bien intuitiva y autodidacta y a pesar del escenario en que se mueve, temas tan cotidianos y normales pese a ser tan tabúes cubiertos de un velo de pudor de manera especial en esa época, como es la sexualidad en esa edad púber.

En definitiva, no tengo más que palabras de admiración por la fortaleza interior, el valor y la esperanza de este personaje verídico de carácter tan franco y propio. Me gustaría creer que todas estas cualidades hubiesen perdurado más o menos intactas incluso después de no poder seguir escribiendo su diario, hasta su triste desenlace, sin poder disfrutar del final feliz que personalmente se habría merecido.

Si quisiera compartir un retazo de este “libro” con vosotros, me quedaría con una de estas tantas postdatas que solía añadir Ana. Esta en particular me gustó, en el cual plasma un pensamiento para Peter, el hijo de la otra familia que vive en la Casa de atrás. Fue escrita el Miércoles 23 de febrero de 1944.

PD: Pensamientos: A Peter.
Echamos de menos muchas, muchísimas cosas aquí desde hace mucho tiempo, y yo las echo de menos igual que tú. No pienses que estoy hablando de cosas exteriores, porque en ese sentido aquí realmente no nos falta nada. No, me refiero a cosas interiores. Yo, como tú, ansío tener un poco de aire y libertad, pero creo que nos han dado compensación de sobra por estas carencias. Quiero decir, compensación por dentro. Esta mañana, cuando estaba asomada a la ventana mirando hacia fuera, mirando en realidad fija y profundamente a Dios y a la naturaleza, me sentí dichosa, únicamente dichosa. Y, Peter, mientras uno siga teniendo esa dicha interior, esa dicha por la naturaleza, por la salud y por tantas otras cosas; mientras uno lleve eso dentro, siempre volverá a ser feliz.
La riqueza, la fama, todo se puede perder, pero la dicha en el corazón a lo sumo puede velarse, y siempre, mientras vivas, volverá a hacerte feliz.
Inténtalo tú también, alguna vez que te sientas solo y desdichado o triste y estés en la buhardilla cuando haga un tiempo tan hermoso. No mires las casas y los tejados, sino al cielo. Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.

Conclusión: Una historia verídica, lo más objetiva posible para la chica que escribió el diario; pero no está exenta de la subjetividad tan característica de los propios sentimientos humanos. Una historia con final ya conocido de antemano que alimenta la impotencia, así como elevar la censura hacia la intolerancia y el rechazo al injustificado odio de cualquier tipo. Pero a su vez, deja constante el deseo de su autora de creer en la bondad innata de los hombres y la posibilidad de un futuro en el cual desplegar sus alas al mundo algún día... Un día que, de manera lamentable, jamás llegó.

Mi valoración global: Podría decir con mucha razón que se merecería un 5/5, pero creo que no se puede dar un valor tan frívolo al legado del auténtico sufrimiento del ser humano y a la memoria de esta vida, que al igual que innumerables más, fueron sesgadas tan injustamente.

Dedicado a Ana Frank, allá donde sea que esté ella ahora.



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