-¡Tachán! -exclamó Mónica surgiendo con una pomposa pose de diva-. ¿Qué
tal estoy?
En verdad, no necesitaba la opinión de nadie; ella sabía de sobra que
estaba fabulosa. El vestido elegido por Zacarías le favorecía muchísimo, tanto
en color como en forma y talle, se adaptaba perfectamente a su piel para
realzar más ese cuerpo que procuraba machacarlo a diario con ejercicios físico.
Los zapatos de tacón alto y el discreto bolso de diseño a juego, así como la
rutilante plata de pendientes, colgante, pulsera en la muñeca derecha y anillo
en el corazón de la zurda, fueron complementos que cumplían con creces con su
función. Sin embargo, fue un fastidio para ella que la ignorasen así, y para
más inri por lo que daba por sentado que estarían haciendo.
-¿Será posible?
Sus ojos se estrecharon por un segundo en rendijas severas formadas por
sus párpados de pestañas alargadas al límite por el rimel. La musiquilla y los
efectos sonoros que salían de los altavoces del plasma de cuarenta pulgadas
evidenciaban lo que estaban haciendo Zacarías y Jacobo. Suspiró antes de
avanzar por el enorme salón de su casa, dando más constancia de ello con cada intencionado
taconeo sobre el parqué, aunque no parecieron percatarse de ello, ni siquiera
al sentarse al lado de ellos en el chaise longe de cuero perlado frente a la
pantalla.
No le quedó otra a Mónica que cruzarse de brazos y esperar mientras Zacarías
ayudaba a Jacobo con el último juego de Zelda.
Él nunca había sido forofo de las consolas, y menos de ese tipo de juegos, bien
lo sabía ella; pero lo que sí que tenía Zacarías era una excelente habilidad
visual y manual capaz de aplicar en cualquier situación.
-Venga, tú puedes... -no estaba claro si Jacobo estaba espoleando
concretamente al jugador o al personaje, lo único evidente fue su fascinación
al ver lo intocable que era Link cuando los controles estaban en las manos de
Zacarías-. Ya casi... ¡Toma ya! ¡Chúpate esa, Volga!
-¿Ya habéis acabado? -preguntó Mónica con palpable y huraña impaciencia,
consiguiendo al fin algo de atención-. La verdad, Jake, te emocionas con un
juego de nada como si fueses un niño pequeño. No vas a asimilar nunca que estás
ya en secundaria, por lo que veo.
-Habló la nueva universitaria -soltó el aludido con mordaz sarcasmo. En
otra época más pueril su hermana le habría sacado los colores con esos comentarios,
pero estando ya en plena pubertad su carácter empezó a consolidarse con la
rebeldía propia de esos años de hormonas danzantes-. Bien que coges mi Wii U para jugar al Just Dance y la Play para el SingStar...
-No olvides guardar la partida -terció Zacarías apresurándose en
devolverle el mando a Jacobo, antes de que estallase una de esas broncas
fraternales de las que era ajeno por su condición de hijo único-. No hace falta
que te regale el oído, Mó, sabes muy bien que estás preciosa a todas horas -añadió
al reconocer en sus ojos claras intenciones de replicar al hermano. Ese halago que
dijo para sosegarla sonó más bien a hecho indiscutible en sus labios-. Ya
podemos irnos, princesa.
-Hasta luego Zack -dijo Jacobo a la vez que se lanzaba en bomba sobre el
sofá para enfrascarse de nuevo con la videoconsola-. Que te diviertas. ¡Ah, y
gracias!
No le hizo gracia a Mónica que la omitiese, pero decidió dejarlo correr; o
mejor dicho, esa era la única opción que le permitió Zacarías, quien la
arrastró con cortesía hacia el recibidor, a pesar de que el deseo de estrangular
a Jacobo se evaporaría justo antes de alcanzar la entrada de su casa. Se abrió
fortuitamente cuando dos figuras —un
hombre y una mujer— se
disponían a entrar.
Él, algo entrado en los cuarenta, tenía toda la pinta de hombre de negocios
que conservaba la buena presencia de sus años de yuppie, pese a diversas vetas
plateadas en su cabello engominado. Respecto a ella, que no vestía
especialmente elegante pero tampoco informal, no cabía duda de que era una
década más joven, exudando todavía la juventud que aún no había empezado a
decrecer en su cuerpo y su espíritu. Sin embargo, ambos adultos reflejaron en
sus rostros la sorpresa y el bochorno propios de adolescentes pillados
infraganti haciendo algo que no debían hacer o que se avergonzaban de su
descubierto. No se esperaban a nadie nada más entrar.
Mónica sintió que se le esfumaba de un plumazo tanto el entusiasmo por
salir de fiesta como el recuerdo de su pique fraternal con Jacobo, mientras su
rostro palidecía y se apresuraba en borrar un claro sentimiento
entremezclado de asco, incredulidad... y cierta deslealtad.
-Hola, papá -saludó al recién llegado con estoica y seca serenidad en su
voz, mirándole muy fijamente antes de desviar sus ojos hacía la mujer que
estaba al lado de él-. “Tita”...
Los aludidos intentaron disimular, pero Mónica estuvo segura de haberles
visto sonreír con complicidad mientras abrían la puerta; y por más que Santiago,
su padre, atusase la corbata ya había pillado a su tía Mercedes jugueteando con
ella como queriendo arrimarle muy cerca. Demasiado y más de la cuenta, pensó. Y
ya fuese para bien o para mal, la cara de simple y llana sorpresa de Zacarías le
confirmó que sus ojos no erraron. Deseó exigirles explicaciones entre
exabruptos y reprimendas, pero al final apretó la carne interna del labio con
los dientes para no hacerlo.
-Creí que ya estabais de camino a la fiesta -bajo la usual sobriedad de
su voz profunda, aún perduraba una irrisoria nota de sobresalto. Santiago no
pareció captar la mirada que le dedicaba su hija, como diciéndole “vaya forma
tan peculiar de devolverme el saludo”-. ¿No se os hace tarde?
-Vamos bien -le contestó automática y tajante su primogénita-. Aunque no
tanto como otros.
Ese comentario claramente despectivo produjo un silencio un tanto cargado
de tensión, y nadie parecía capaz de limar esa leve aspereza; sólo se oía de fondo
a Jacobo jugando a la consola, ignorante a lo que pasaba en el recibidor. Sin
embargo, Mónica pareció disfrutar un poco de esa circunstancia, aunque se esforzaba
por no dejarse abatir por el remordimiento.
-Hoy estás muy guapa, Mónica -añadió Mercedes brindando una sonrisa
sincera y cariñosa a su sobrina, esforzándose en restar violencia a la escena-.
Y tú estás hecho todo un galán, Zacarías.
-Sé que estoy guapa -terció su sobrina, dejando al joven que la
acompañaba con la palabra en la boca-. Y eso es porque lo soy, y lo mismo se
puede decir de Zack.
-Será mejor que nos vayamos ya, Mó, por si el tráfico nos traiciona
-comentó Zacarías arrimando a Mónica hacia sí en un medio abrazo para
acompañarla fuera de la vivienda, sabiendo lo contraproducente que estaba
siendo la situación-. Hasta luego, Santi, Merche.
Los que estaban junto a la entrada, algo pasmados por esa actitud de la
muchacha tan difícil de digerir, no añadieron nada más; tan solo se apartaron
para dejarles paso. Con tal osadía ponzoñosa y altiva caminó Mónica, que era
muy probable la posibilidad de arrollarlos a su paso sin miramientos si no se
hubiesen movido.
-¿Hacía falta que te metieras a fondo en el papel de arpía herida, rencorosa
y amargada salida de un culebrón barato? -preguntó Zacarías con prudente
sinceridad cuando estuvieron a solas en el ascensor-. Y
luego quieres dar lecciones de madurez a Jacobo.
-Déjame tranquila -espetó desquitándose con el botón de la planta baja. Su arrebato estaba en un tira y afloja con el remordimiento al
que llevaba rato resistiéndose-. Sabes de sobra que esta familia lleva años
lejos de convertirse en una secuela de La
Casa de la Pradera.
-Una cosa es que seáis independientes y tiréis cada uno por vuestro lado
y aún así os queráis y os importéis de verdad -argumentó nada más iniciarse el
descenso del ascensor-, otra bastante distinta es que quieras hacer daño de
manera ilícita e intencionada a un padre que nunca se ha portado mal contigo y
que te quiere mucho más de lo que puedas imaginar.
-Eso ya lo sé -admitió Mónica entre resoplidos, mientras oteaba su sutil
capa de maquillaje en el espejo al fondo del cubículo, por si se hubiese
estropeado con su irritación. De paso, se colocó bien un par de mechones de sus
cabellos, los cuales había ondulado un poco y recogido en una coleta a la
altura de la oreja izquierda-, pero... ¿Es que no has visto lo mismo que yo?
-Claro que lo he visto. Pero lo que no veo es el problema que al parecer tú
sí puedes ver.
-No me busques la boca.
-¿Tanto te jode que se plantee rehacer su vida después de tantos años? ¿O
te cabrearía menos si hubiese sido con cualquier desconocida en vez de la
hermana de tu madre?
No recibió respuestas en lo que quedó de descenso, pero Zacarías no las
necesitaba. Conocía demasiado bien a Mónica, y por su silencio, la mirada
perdida en la nada y el hervidero de emociones opuestas que debía estar cociéndose
en su fuero interno, supo que esta vez tampoco estaba él demasiado
desencaminado. La joven continuó excesiva y forzadamente callada incluso
después de salir del ascensor una vez que habían llegado a la planta baja.
-Sabes muy bien que tu madre es insustituible para él -prosiguió sin
importarle que ella se cerrase en banda, rompiendo ese silencio que perduró más
allá de dejar atrás el céntrico edificio. No le sorprendió verla tensa y andando
un metro por delante de él, aunque sus palabras lograron que aminorase el
ritmo-. Ya me hago una idea de la lista de sandeces que están desfilando por tu
cabeza.
-Creía que él la amaba de verdad -contestó Mónica con actitud algo más
relajada. Parecía medio absorta en un pasado diluido pero aún así imborrable-.
Yo no recuerdo mucho, ya sabes que mamá murió al poco de nacer Jake y yo a
penas iba a párvulos, pero tía Merche siempre me contaba lo mucho que se
querían, con ese tipo de amor tan envidiable como aborrecible... E incluso a
esa edad tan inconsciente supe lo derrumbado que se quedó papá cuando murió en
ese accidente. Por eso jamás pensé que se plantearía rehacer su vida con otra,
y menos después de tantos años.
-Eso no significa que halla dejado de amarla o que la quiera menos; y
permíteme que te diga que en estos tiempos ningún hombre que enviude tan joven
como enviudó él duraría tanto sin siquiera echar una canita al aire. Le honra
haber respetado la memoria de tu madre, al menos que tengamos constancia clara
de ello, todo este tiempo; pero también se merece buscar de nuevo un poco
felicidad en ese terreno, aunque quizás no llegue a ser tanta como la que tuvo
con ella.
»No se puede vivir
siempre de recuerdos y pena -añadió renovando sus pasos y cogiéndola de la
mano. Sacó del bolsillo la llave de su coche al estar cerca de donde lo estacionó.
Mónica se mostró más mansa y alentada, el contacto físico y las palabras de
Zacarías fueron como un bálsamo para ella-, y admite que se merece vivir para
algo más que trabajar o estar pendiente de sus hijos. La soledad es muy mala, Mó,
y más si se le pasa por la cabeza la realidad de que eres toda ya una mujer que
tarde o temprano dejará el nido, y lo mismo verá en Jacobo en unos cuantos años.
-Dices eso último como si fuésemos a mandarle ya a una asilo, ya te vale.
-Ya me entiendes.
-Sí, sí... -se apoyó sobre el capó cuando llegaron al pequeño Peugeot 206 Cabriolet plateado de
Zacarías, sin miedo a ensuciar su lindo y caro vestido sabiendo que su dueño
siempre lo mantenía impoluto-. Mi madre debe estar también hartita en el otro
barrio de que él siga siendo un adicto a la viudedad, aunque tenga que
compartirlo con su propia hermana. Precisamente me choca que sea con ella, si
ni siquiera nos lo habíamos olido lo más mínimo. Merche siempre ha estado
pendiente de nosotros dos, pero me es raro que algún día pueda ser mi madre
además de mi tía.
-Creo que eres mayorcita para tener esos traumas de malvada madrastra de
cuento -alegó después de activar la apertura remota del coche-. Lo que hagan tu
padre y tu tía entre ellos no tiene porqué afectar a lo demás. Quitando el
hecho de que se atraigan, yo lo veo todo como siempre.
Ya ambos dentro del coche, Mónica apoyó la cabeza en el hombro del
conductor. Consideró irónico que en
menos de una hora pasara de consoladora a consolada.
-¿Ves? Sigo diciendo que deberías estudiar psicología en lugar de
derecho, Zack.
-Bueno, piensa que puedo ser muy convincente ante un jurado con esta
labia que tengo.
Ella sonrió, y eso le gustó a Zacarías, quién deseaba ver a su Mó de
siempre. Cuando él echó mano sobre la
palanca de freno tras arrancar el motor, ella posó la suya encima con cariño.
-Te propongo un trato: olvidemos tus neuras y las mías, al menos por hoy.
Esta noche toca divertirse y ya tendremos tiempo para hablar de estos temas en
momentos menos intempestivos.
-Por mí perfecto -contestó él con una sonrisa-. Y ahora te pido que te
abroches el cinturón.