Aún no había aplacado su hálito desbocado cuando empezó a buscar con
impaciencia en el móvil el número de uno de sus hermanos para darle un toque, después
de que doblara la esquina casi al final de la calle el autobús que había perdido
por a penas medio minuto. Las maldiciones se le escapaban entre sus labios apretados,
aún sabiendo que era mala idea dejarse llevar por el pánico y la impotencia. Se
pasó por detrás de la oreja un mechón de su melena cobriza, la cual lucía más
alborotada de lo habitual por el fútil intento de alcanzar a la carrera el
transporte perdido en plena marcha. Cálmate, se decía, actúa acorde con los diecisiete
años que estás a punto de cumplir. Hizo acopio de esperanza al iniciar la
llamada, en media hora debería darle el tiempo justo para que fueran a buscarla
y la acercasen a donde debía estar sin demora.
-Vamos, vamos... -musitó royendo la uña del pulgar, tras acercarse al
oído el más que desfasado celular. Pero el alma se le bajó a los pies al saltar
el buzón de voz, cortándose al instante la llamada tras consumir los casi
inexistentes céntimos que le restaban de saldo-. ¡Mierda, mierda, mierda! -berreó
a pleno pulmón, mandando al cuerno la compostura y apretando con fuerza la
descolorida carcasa del aparato, orientando el auricular hacia su propia cara
como si aún hubiese conexión telefónica-. ¡¿Qué estás haciendo con el puñetero móvil?!
No era su costumbre tal comportamiento, y menos aún en sitios públicos,
pero se permitió estallar un poco al ver que no había más viandantes a esa hora
de la tarde. En definitiva, ese sábado no estaba siendo su día. Aunque su
frenética retahíla de desquites no duró mucho, hallando un punto y final
bastante lastimoso al propinar una impulsiva patada a la señalización de la
parada de autobuses.
-¡Maldita sea! -espetó al aire mientras se arrodillaba y llevaba sus
manos al pie, el fino material de sus zapatillas no le proporcionó protección
frente al duro metal que golpeó. A pesar de las punzadas que le invadía, fue
capaz de retener las lágrimas-. Esto no puede ir a peor, Manuela...
O tal vez se equivocaba. Ya menos cegada por sus impulsos gracias al
dolor que estaba experimentando, le pareció oír a su espalda una risa poco
disimulada, amortiguada por el ronroneo de un motor. Miró por encima del
hombro, sintiendo ahora nada más que un bochorno que se manifestaba en forma de
intenso rubor; que se estuviesen riendo de ella con descaro después de los
contratiempos sufridos fue la gota que colmaba el vaso.
A un par de metros de donde estaba, junto al bordillo de la ancha acera,
había parada en ralentí una flamante Yamaha
YBR 125 azul metalizado. Manuela se levantó con celeridad y cierta torpeza,
apretando mucho los labios y clavando su mirada estrechísima y afilada sobre el
conductor, en el cual encontró cierta evocación a Jeans Dean en Rebelde sin Causa por sus galas.
El conductor se quitó el casco a juego con la carrocería, descubriendo el
rostro de un joven de edad similar a la de ella. Se veía a leguas que el rubio
platino del pelo desenfadado no era el suyo; contrastaba con las claras cejas
castañas, pero armonizaba con sus ojos ambarinos. Desde objetividad, Manuela no
negó que le pareciera guapito, o más bien resultón y con cierto carisma. Cada
uno de sus rasgos quedaba bien distribuido en ese rostro anguloso, en especial
esa sonrisa que ella deseó borrar de un sopapo. La expresión del rostro redondo
y pómulos marcados de Manuela era la prueba manifiesta de que nunca le daría
papeleta alguna a él para ganarse su amistad.
Se aproximó hacia él pisando fuerte y con toda la rectitud que le
permitió la leve cojera de su sufrido pie. A pocos pasos de alcanzarle
descubrió que el desconocido ya no reía, pero seguía luciendo sus perlas
engarzadas en labios sonrientes. Para ella esa expresión era una provocación en
toda regla. Manuela apretó los puños al tener la certeza de que él estaba
vacilándola con intención.
-¿Qué leches pasa contigo? -le bramó con palpable enojo, sin andarse con decoros
ni civismos que consideraba más que vanos en ese momento-. ¿Te divierte reírte
así de la gente?
-La verdad es que sí -se sinceró tras apagar el motor. La pícara y
arrogante seguridad en su imborrable sonrisa irritó más a Manuela, quién perdió
parte de ese arrojo tan inusual en ella al ver su escaso efecto-. No te hagas
la santa y admite que también te troncharías si hubieses visto en otro pobre
infeliz el mismo numerito con el que me has deleitado. Quizás te consuele saber
que me habría dado un buen piñazo a causa del ataque de risa si no fuese el excelente
conductor que soy.
Le costaría mucho a ese joven librarse del título de capullo integral en
el criterio de Manuela. Ella empezó a considerar que bien valdría la pena
destrozarle la moto a patadas y darle así donde más podría dolerle; pero esa
idea absurda se esfumó gracias al reminiscente dolor de su pie.
-Oh, vaya, cuanta consideración viniendo de alguien tan modesto -ironizó
ponzoñosamente, sin desclavar de él su mirada cada vez más homicida-. No sé si
me reiría o no, pero desde luego no me regodearía de ello para humillarle como
estás haciendo tú.
Aunque la razón de su oyente había captado el mensaje, éste no pareció
prestar mucho caso; ella lo supo por como empezó a mirarla de repente. Él no se
cortó en chulería a la hora de escanearla de arriba abajo, desde las zapatillas
blancas, pasando por los pantalones color crudo, hasta llegar a la camiseta un
tanto descolorida. Ningún chico la había mirado así con, al menos no siendo
consciente de ello, pero fue lo bastante avispada como para conjeturar su
significado.
Ella no gozaba de las medidas de sílfide anheladas por la mayoría de las
chicas, pero los pocos kilos que éstas consideraban sobrantes tampoco la clasificaban
de gordita, simplemente su metabolismo le agenció un generoso repertorio de
curvas muy armoniosas y acentuadas que daban a su cuerpo una gracia que no era
siempre apreciada por todos. Pero lo que le pareció increíble fue el hecho de
que él la contemplase como si estuviese desnuda, a pesar de que sus prendas no
eran lo suficiente ceñidas como para evidenciar la turgencia de pechos,
caderas, muslos y glúteos.
-¡Deja de mirarme así, so cerdo! -espetó mientras los colores se
reavivaron en sus mejillas entre la ira y el pudor, a la par que se le ponía la
carne de gallina. Se quedó rígida sin saber si abrazarse a sí misma o abofetearle-.
¡O te juro que te partiré la cara!
-No deben tirarte mucho los tejos que digamos, ¿verdad? -preguntó el
joven descarado, omitiendo la amenaza de la que fue objetivo pero sí menguando levemente
la intensidad de su osadía-. Debo admitir que estás de muy buen año, aunque nunca me he fijado en chicas como tú no
descartaría la posibilidad de hacer una excepción contigo...
-¡Vete al cuerno, pedazo de machista! -volvió a espetarle, el guiño que
le dedicó junto a esas últimas palabras llegaron por encima de su pudor y su
enojo.
Supo que estaba perdiendo un tiempo valioso con alguien que no se lo
merecía. Su prioridad era llegar a donde debía estar; aunque lo hiciese tarde estaba
segura de que las represalias serían menores comparadas con no hacer acto de presencia.
Así pues se marchó impetuosa y aún ofendida por esa calle inusualmente desierta
a esa hora del sábado, sin despedirse siquiera de ese joven que no volvería a
ver jamás en su vida. Craso error en su convicción, por menos ganas que
tuviese.
El alivio de Manuela al oír el ronroneo del motor duró pocos segundos,
tras comprobar que el vehículo seguía su mismo ritmo, pegado al bordillo de la
acera. Ella aceleró el paso y se arrimó al fondo de la vía peatonal; pero por
más que volcase esfuerzos en ignorarle, el desconocido seguía avanzando a la par
en su moto y sin apartarle esa misma mirada de antes, aunque provista de algo
distinto que ella no fue capaz de definir... pero que de manera extraña no le
desagradó del todo.
-¿Y ahora qué? -preguntó con un suspiro cansino, dejando atrás su
indiferencia. Se acercó a él pero dejando que el aire siguiese cruzando entre
ambos-. No tengo tiempo que perder contigo y seguro que tendrás cosas que hacer
a parte que hostigar a la primera tonta que te cruces.
-Ya, pero la curiosidad a veces me pierde y esta vez me exige saber el
motivo de tu anterior berrinche. Parecía que sería el fin del mundo para ti.
-El fin del mundo no, pero casi. Tengo menos de media hora para estar
donde me toca currar, y habría llegado de sobra si no se hubiese retrasado el
dichoso bus que conectaba con el que perdí hace un rato. Aún está un tanto
lejos y el siguiente bus tardará en venir, y si no llego...
Aún le frustraba ese hecho, pero se mantuvo sosegada al centrar la mirada
en la de su interlocutor. Entonces tuvo la impresión de ser absorbida por esos
ojos ambarinos.
Más que boba y nerviosa, se sintió cohibida cual niña pequeña al contar
sus problemas a ese desconocido que se desojaba en ella con una intensidad que
rozaba lo excesivo. Pero Manuela estuvo convencida de que la escuchaba con una
actitud seria e incluso amable que contrastaba con la de minutos previos. Pero
no pudo encontrar explicación a que sus manos empezasen a sudar y su voz se fuese
apagando con vergüenza al rozar las últimas palabras. Y menos aún pudo
justificar el hecho de bajar la vista con mayor pudor al verle lucir de nuevo
esa misma sonrisa que hasta bien poco la asqueaba e irritaba. Deseó que él le
dijese algo, lo que fuera, con tal de ignorar el creciente “bum-bum” bajo su
pecho.
-¿Y a dónde tienes que ir, si no es mucha impertinencia?
-Al campus universitario... -contestó ella con boca chica y sin perder aún
detalle de los cordones de sus zapatillas-. Hoy dan allí una fiesta y...
No pudo dar más explicaciones cuando el motorista situó el casco a un par
de palmos de sus ojos, una respuesta muy explícita pero que aún así despertaba
dudas en ella.
-Anda, sube -apuró con una sonrisa sagaz y fresca-, que casualmente vamos
al mismo sitio.
¿Sería verdad tal ventura favorable o estaba tomándole el pelo? ¿O le
mentía con fines más oscuros? Mirándole a la cara y a pesar de todo, Manuela no
sintió la menor duda de su sinceridad. Sin embargo, frenó en seco su amago de aceptar
el casco; no era sensato irse con un desconocido, además de que no viviría para
contarlo si llegase a oídos de sus padres que había subido a una moto.
-¿Y bien? -preguntó él arqueando una ceja a la vez que meneaba de nuevo
el casco entre condescendiente e impaciente-. Cachéame si quieres para ver que
no llevo nada que me tache de delincuente o peligroso. Aunque esa sería tu
excusa ideal para deleitarte metiéndome mano...
-¡No seas presumido! -resopló ella con más reavivado y firme enojo que
por aquel incomprensible pudor de unos instantes-. ¡Es que ni siquiera sé como
te llamas!
-Aaron -reveló el falso rubiales, lanzándole el casco y otro de sus
guiños zalameros-. ¿Y tú?
-Manuela -contestó cogiéndolo al vuelo con bastante torpeza-, pero...
-Pues mucho gusto. ¿Subes ya sí o sí?
Se mordió los labios carnosos, dudando y paseando secuencialmente la
vista por el casco, la moto, el rostro de Aaron y la carretera poco transitada.
Se hallaba entre la espada y la pared: el tiempo jugando en su contra y el atender
a la sensatez. Finalmente optó por confiar en él, temiendo sólo a perder ese ocasional
empleo del que sacaba unos escasos pero valiosos cuartos.
-Definitivamente -atajó mientras se ponía el casco-, ya he perdido todo
mi sentido común.
-En estos tiempos que corren es mejor perder eso que un trabajo.
-Pero te lo advierto, Aaron, si es que de verdad te llamas así: como me
la estés jugando...
-Sí, sí, sí. Ya me hago una idea aproximada -interrumpió el interpelado
poniendo los ojos en blanco-. Provocarás un accidente mientras conduzco, en
plan “vendrás al infierno conmigo”, como suelen decir los suicidas desesperados
en su segundo de gloria en las pelis.
-Por lo que veo, tus neuronas dan para más de lo que me esperaba al
principio.
-Y las tuyas no han caído en lo que me voy a arriesgar por ti -puntualizó
arrancando motores una vez que Manuela se sentó detrás suya en la Yamaha-.
Si nos la pegamos me llevaré la peor parte al ir sin casco, y
se me caerá el pelo si nos pilla algún madero en el camino.
-Se te caerá de todos modos si te sigues tiñendo así.
-Que graciosa -dijo con sorna, haciendo rugir la moto como si fuera un
dragón exhalando fuego-. Agarrarte fuerte a mí es más sensato que augurarme una
alopecia, ya que voy a pasarme un poquito por el forro el código de
circulación. No eres la única que va a llegar tarde.
»Por cierto: “no hay de
qué”.
La porfiada conversación entre ambos finalizó con esas últimas palabras,
cuando Aaron dio rienda suelta al dos ruedas que parecía una extensión de sí
mismo. Manuela sofocó un grito cuando sintió el tironazo de la espontánea
aceleración que la obligó a rodear con toda la fuerza de sus brazos el torso
del joven —mucho más estrecho
de lo que aparentaba con la cazadora puesta—
para no salir despedida hacia atrás. Quedó en manifiesto que la advertencia de
Aaron no era un farol.
La muchacha pegó el casco contra la espalda de él para no marearse con la
calle que se difuminaba a sus flancos. El que manejaba la moto reía a mandíbula
batiente con el aire azotándole la cara; incluso sin voltearse para verla supo
perfectamente que ella estaba atenazada tras sus vértebras, temblorosa, con los
ojos cerrados y cada músculo en tensión por esa evidente primera experiencia
con las motos. Manuela seguía molesta con la facilidad de Aaron para reírse de
ella y mofarse a su costa, aunque le quedaba el consuelo de que no volvería a
verle al día siguiente. Sin embargo, y sin poder siquiera conjeturar un posible
porqué, ese consuelo la entristeció un poco.
-Gracias -musitó al recordar el sarcasmo de él por no agradecerle el
favor que le estaba haciendo, sin saber si podía oírla con el ruido que les
envolvía. Se arrimó más a Aaron, como queriendo ocultar el resurgido rubor que
él no podía contemplar de todos modos. Se aferró más y más, movida por esa
inexplicable seguridad que le transmitía-. Te debo una.
-Vaya, no son sólo grandes, también son muy blanditas.
Manuela se domó por esa vez e hizo oídos sordos a esa obscena y deliberada
reflexión en voz alta, a la próxima cumpliría su amenaza. No dudó de que Aaron
estuviera teniéndolo en cuenta.