miércoles, 15 de junio de 2016

Crítica personal: El Maestro del Prado

Título: El maestro del Prado y las pinturas proféticas
Autor: Javier Sierra
Editado en España por: Planeta

Sinopsis:
Un libro asombroso. Sólo así puede definirse lo que el autor de La cena secreta confía ahora a sus lectores. Esta aventura se inicia en 1990, cuando Javier Sierra tropieza en las galerías del Museo del Prado con un misterioso personaje que se ofrece a explicarle las claves ocultas de algunas de sus obras maestras.
Visiones místicas, anuncios proféticos, conspiraciones, herejías y hasta mensajes que parecen llegados del «otro lado» inspiraron a maestro como Rafael, Tiziano, el Bosco, Juan de Juanes, Botticelli, Brueghel o el Greco. Y según ese inesperado maestro, lo que todos ellos dejaron escrito en sus pinturas es tan sobrecogedor como revolucionario.

Léalo como la mejor de las novelas mientras descubre un lado de la cultura pictórica europea que ni imaginaba.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Igual que el misterioso maestro del Prado con el protagonista, este título llegó recomendado a mis manos de forma fortuita. No dudé en llevármelo, tanto por el criterio normalmente certero de mi habitual recomendante de lecturas como por tratar de temas pictóricos, siendo yo antiguo alumno de bellas artes.
Sin embargo, Javier Sierra me produce algunos sentimientos encontrados pero aún así satisfactorios con este título.

El maestro del Prado es, en palabras del propio autor, un hecho vivido por él mismo, aunque no me ha dejado claro (a parte del cambio que él mismo aclara al comienzo del manuscrito sobre situaciones, nombres, etc) si muestra algo real al cien por cien o que le mete su brochazo de ficción para darle más interés a sus propias vivencias.
Aquí nos encontramos con un joven Javier Sierra, de lleno en sus estudios de periodismo en la ciudad de Madrid a primerísimos de los 90. En una de sus visitas al famoso museo a finales de ese año, siendo un tanto admirador de las artes pictóricas, cuando sin premeditación y de la manera más extraña empieza a interactuar con un anciano anónimo en la sala en la que ese momento sólo se encuentran ambos, contemplando el mismo cuadro de Rafael. Y a partir de esas primeras palabras, Javier se verá absorbido a las lecciones y los enigmas que Luis Fovel, el desconocido en cuestión tras las presentaciones que se intercambian, le irá llevando de cuadro en cuadro, de autor en autor, de misterio en misterio; y Javier deberá desentrañar cada punto que le ofrece Luis, en medio de un remolino que él mismo se sumergirá movido por su curiosidad sin parangón.
Sin embargo, más allá de las técnicas o la belleza de cada cuadro, de cada artista consagrado, esconde mucho más, incluso en detalles que a simple vista pueden resultar insignificantes e inadvertidos para la mayoría. Pero la mente en constante rendimiento de Javier, sus propias investigaciones, y con la más que justa ayuda y participación aleccionadoras de Fovel, irá desgranando lo que se le encara con manso y cortés desafío.

El protagonista/autor irá descubriendo algo más allá y aún más enigmático tras las señales y los mensajes ocultos en cada pincelada de los artistas del Prado. Más allá de simples ideas proféticas, más allá de simbolismos, más allá de la propia pintura en sí...

En sus cerca de 300 páginas, a lo largo de sus capítulos, Sierra nos muestra dos líneas paralelas que nos las pintan (y nunca mejor dicho) cogidas de la mano, narrado de su propia voz en primera persona. Por un lado la mención de la belleza de ciertos cuadros (en su gran mayoría del museo del Prado donde transcurre una buena y crucial parte de la acción), y los mensajes ocultos tras el arte y las propias mentes de sus autores. Incluso el detalle menos llamativo o insignificante puede ocultar un mensaje que para Javier o cualquiera de nosotros pasaría desapercibido ni se le daría vueltas en la mente sobre ello de no ser por las palabras sinuosas del profesor Luis Fovel, al que en sus adentros normalmente lo refiere con el apodo que da título a la novela.
Y aunque cada vez se vuelve más extraño e inesperado, a la par que interesante, todo lo que está más atrás de los cuadros, de los mensajes proféticos, las teorías históricas y demás misterios, Javier no cesará bajo ningún concepto, a pesar de que nada le obliga a avanzar, hasta llegar al final de todo lo que comienza delante de La Perla de Rafael.

La escritura de Javier Sierra me ha parecido estupenda, toreando entre el máximo detalle y una narración amena sin resultar pesada. El manuscrito que presenta en este caso no resulta muy extenso, además de ligero de leer. Nos lo narra él mismo como protagonista principal, en primera persona y desde su visión y sus pensamientos personales, desde la perspectiva de sus sentidos ante su interacción con el entorno y el resto de personajes.
Además, como perfecto complemento a la narrativa (y que seguramente es de lo que más sube mi calificación personal y la calidad de la obra en sí) es la presencia de numerosas imágenes entre sus páginas. La mayoría son de obras expuestas en el mismo museo del Prado, para hacernos una idea de lo que contempla Javier la mayoría de las veces juntos a Fovel, haciéndonos en parte otro protagonista más que pasea con ellos dos por el museo entre sus intensas y profundas tertulias llenas re reflexiones. También encontramos algunas otras imágenes de obras expuestas en diferentes países pero vinculadas a las conversaciones y descubrimientos del protagonista/autor, para hacer al lector una idea de lo que hablan, de lo que se revela, lo que se aprende. La Sagrada Familia, también llamada La Perla, El papa León X y dos cardenales o La escuela de Atenas de Rafael, el Nastagio degli Onesti de Botticelli, las distintas versiones del Salvador eucarístico de Juan de Juanes, El jardín de las delicias del Bosco, El triunfo de la muerte de Brueghel, o El sueño de Felipe II del Greco, son algunos ejemplos de maravillas del arte que podemos encontrar entre las páginas de este libro (y por supuesto, en el Prado si uno pasa por ahí), pausando con armonía un momento la lectura para enriquecerla, que guardan muchos significados e hipótesis históricas sobre profecías, defensores de la fe que han tenido algún cancaneo que otro con temas de alquimia o ciertos asuntos que se pueden considerar (sobre todo en la época de cuando fueron creados) paganos y esotéricos.

El elenco resulta bastante limitado y sin ahondar en su personalidad, más allá del propio Javier y de Fovel. El estudiante de periodismo es ávido de curiosidad, todo un periodista circula por sus venas, brillante a veces y en otras necesita encajar con esfuerzo las complicadas piezas veladas que le ponen por delante, pero que de algún modo u otro contenta y alcanza las expectativas de Fovel. Por parte de ese anciano eminente es simplemente misterioso, un enigma en sí, con un conocimiento que parece tan ilimitado como implícito, en particular sobre los cuadros de aquel lugar que casi parece habitar y de los secretos que se esconden en la mayoría de ellos; casi parece que tiene preparado todo lo que le expone a Javier como un profesor de escuela a sus alumnos.
Del resto de personas que podemos ver en este libro, principalmente a una amiga del protagonista que estudia otra carrera por la que muestra un afecto más allá de la amistad, o la fugaz aparición de una encargada de la conserjería del colegio mayor donde reside él. También hay otros personajes con un papel más relevante a los que acudirá en busca de cierta información de más de un tema a raíz de sus encuentros con el Maestro del Prado, como un compañero de residencia o un fraile franciscano encargado de la biblioteca de El Escorial, otro pero breve escenario de esta historia.
También hay otro personaje que no diré nada al respecto para no provocar spoiler gratuito, con no demasiada participación pero sí contundente en la historia; aunque este se convirtió para mí en algo poco más que un fogonazo efímero que pudo haber dado más juego, en especial por su misterioso nexo con otro de los personajes...
Son muchos temas que aborda a raíz de las obras del Prado, que llevan a otros que van más allá del mero arte, que en cierto modo son también protagonistas con un peso no demasiado alejado al de alumno y mentor particulares de ese museo, empezando por la mención de un manuscrito conocido como el Apocalipsis Nova, el cual al parecer también es mentado en una de las obras previas de Sierra.

La portada, de atrayente es imposible bajarla, donde por supuesto vemos al que brinda título al libro dando la espalda al lector, como una figura misteriosa, etérea, dando juego a una de las rocambolescas pero no del todo despreciables hipótesis de Javier sobre él.

El desenlace es de las partes que me dejaron más templado, con amenaza de bajar dicha temperatura hasta dejarme algo frío. Diría que su final, para mi impresión personal, es como un viaje en tren con paisajes que te absorben más a cada momento, hasta llegar a una vía muerta a poco tramo de la estación de destino, ofreciendo numerosas expectativas. Sin embargo, no me contenta del todo aunque afloren miles de hipótesis y reflexiones. Quizás es lo que no me convenció del todo, aunque no es un final malo, en absoluto, solo que no es lo que me esperaba, y más que he llegado a la sensación de que en los últimos capítulos el terreno pictórico queda ligeramente más relegado del protagonismo del que había hecho gala desde el comienzo.

Conclusión: Una novela interesante, que nos acerca más al arte nacido de los pinceles de grandes de sus respectivas épocas. Desentrañar lo desconocido detrás de cada lienzo. Aprender misterios e innumerables posibilidades junto al autor/protagonista bajo la tutela del maestro del Prado. Si adoras el arte y perderte entre lienzos de grandes artistas de la Historia, este es un buen libro para ti, y si tienes una curiosidad por el tema, diría que también. Y si nunca has estado en el museo del Prado (como es mi caso en este momento que redacto y subo estas líneas al blog), el final de esta lectura puede ser un incipiente deseo de perderte alguna vez que otra entre sus muros cuando se tercie una visita a la ciudad de Madrid.

Mi valoración global: 3,5/5 


miércoles, 8 de junio de 2016

Crítica personal: Cazadores de Sombras Los Orígenes 2 Ángel Mecánico

Título: Cazadores de Sombras: Los Orígenes 2 – Príncipe Mecánico
Título original: The Infernal Devices 2 – Clockwork Prince
Autora: Cassandra Clare
Editado en España por: Destino

Sinopsis:

Consciente del singular poder de Tessa, El Magister sigue tras sus pasos, dispuesto a acabar con los Cazadores de Sombras. Tessa, junto al bello y autodestructivo Will y el dulce y devoto Jem, iniciará un viaje que les llevará a descubrir el secreto familiar que esconde la verdadera identidad de la chica.

La magia es peligrosa, pero el amor lo es todavía más.

Crítica personal (puede haber spoilers):
Al tratarse de una continuación, será inevitable tratar puntos del anterior para la redacción de la presente reseña.                                             

El final de Ángel Mecánico dejó bastantes incertidumbres, tanto en la trama del universo de estos cazadores de demonios como el porvenir de cada uno de sus personajes (especialmente Tessa Grey, Will Herondale y Jem Carstairs, que desde el principio era previsible el triángulo amoroso que iban a formar, alimentándolo a medida que avanza la historia).
Por un lado, peligra la posición de Charlotte y su esposo Henry como directores del Instituto de Londres por el nefasto desenlace del anterior libro, algo de lo que se aprovecha Benedict Lightwood, quien lleva ambicionando durante largos años el cargo que ostenta el matrimonio Branwell. Charlotte dispone de un tiempo bastante escaso para subsanar sus errores y mantener su puesto, antes de que el Consejo la destituya por la moción de censura iniciada por Benedict.
Por otro lado, tenemos a Tessa con la duda existencial de sus orígenes producto de los acontecimientos de Ángel Mecánico, principalmente por el misterioso poder que tiene que la saca del estatus de mundana que había creído ser siempre, y al mismo tiempo sin encajar completamente en ningún grupo dentro del mundo de las sombras de este universo. Además, los brotes de sus propios sentimientos hacia Will y Jem empiezan a germinar; por el primero se mueve en una vertiginosa vorágine de felicidad y dolor por la peculiar y un tanto contradictoria forma de ser éste; por el segundo aumenta una noble y sana amistad muy intensa que no es más que su propia excusa para no admitir que también se está enamorando de él.
Y por supuesto, además de desentrañar el paradero del Magister, está la sombra de una amenaza latente de un más que posible ejército de criaturas mecánicas; lo más extraño y peligroso que podía pesar sobre los Cazadores de Sombras hasta esa fecha en el ocaso del siglo XIX.

En Príncipe Mecánico los dilemas y las adversidades de su elenco llegan a retorcerse hasta el punto de resultarles asfixiantes. Las vicisitudes pasadas y presentes expuestas en este volumen hará que todo lo individual, personal e incluso recelado de cada personaje se solape con lo que les afecta a todos ellos por igual de manera general y conjunta.
La figura del Magister, así como sus intenciones, se vislumbran con mayor facilidad pero no por ello exento de un velo que oculte la mayor parte de lo que se intenta indagar de él, en especial lo más primordial de sus motivos y metas, de su más íntimo pasado. Y precisamente esto es lo que inquieta a los nefilim y, en consecuencia, ponga a Charlotte y a Henry contra las cuerdas, lo cual repercute en los habitantes del Instituto de Londres (en particular Tessa, quien goza de cierta protección en la amable hospitalidad sus directores).
En esta segunda ronda de Los Orígenes el factor intriga ofrece una buena dosis de toma y daca. Muchos misterios se desvelan y aclaran, en algunos casos más y en otros en su justa medida; y a su vez surgirán otros nuevos a desentrañar casi en la misma proporción que se prevén como parte del festín que se augura en el desenlace final de esta trilogía.

Aquí se nos ofrece un trabajo soberbio y bien entramado en ambos factores cruciales.
Por un lado, los engranajes (y nunca mejor dicho) de la conspiración del Magister movido por su resentimiento pasado, además de la amenaza sin precedentes para los cazadores de sombras que él lanza en forma de autómatas, unas “criaturas” a las que nunca se habían enfrentado en ese milenio que llevan protegiendo el mundo de los mundanos.
Por otro lado, el complejo e intenso triángulo amoroso que forman Tessa, Will y Jem; sin duda una encrucijada de sentimientos poco frecuente. Sin embargo, ellos tres no serán los que monopolicen el aspecto romántico, pues algunos casos en que el amor se encuentra donde menos quepa esperarse, así como amores que pueden parecer inciertamente agonizantes o amores quimera a los que agarrarse en busca del final de los túneles personales que cada uno desea escapar.
Y el mayor de los misterios, como no, los orígenes y la naturaleza de la propia Tessa, con un poder impropio en una mundana pero sin poseer todas las características mínimas necesarias para entrar en cualquiera de los grupos subterráneos. Si ya había grandes incertidumbres e incógnitas sobre este asunto tras terminar Ángel Mecánico, aquí las hipótesis y enigmas se reproducen y ramifican más que encontrar un punto de claridad; y casi desde el principio, para rabia del lector, cuantas más piezas parezcan juntarse siempre parecerá que falte una importante en medio que las encaje del todo con lógica. Lo más lógico es que todo esto se resuelva en el tercero de la trilogía, para no restarle el aliciente necesario.
Otro aspecto que continúa siendo una recurrencia son las referencias literarias de la época en la que nos sitúa la autora, principalmente por Tesa y Will, los personajes que profesan mayor pasión por la lectura y las emociones que dicha actividad pueda hacer aflorar en las personas que gozan de un buen libro. No hay que perder atención de cada mención al gusto común de ambos si uno quiere empaparse mejor aún de lo que piensen y sienten.
También es digno de mención lo singular y un tanto contradictoria que puede resultar la actitud de los nefilim. Sangre de ángel mezclada con la de los hombres, pero pueden a veces delatar una desmedida carencia de piedad con los subterráneos, obviando por entero que estos también son humanos para no hacerlos distintos en absoluto de los verdaderos demonios. Si ya a comienzos del siglo XXI es evidente el desdén y desprecio que los cazadores de sombras pueden dedicar a los subterráneos, más cruenta es la mentalidad en ese Londres Victoriano; más si se tiene afinidad con los dogmas de una vieja y radical escuela casi en desuso dentro de los propios nefilim que acredita lo poco que importa la bondad o la maldad de los subterráneos, o si cometen o no actos contra los mundanos o su propia sociedad: toda sospecha justificaba la pena capital inmediata.
Este es posiblemente el primer libro de la saga en el que se palpa mejor la hipocresía y la doble moral que pueden desbordar desde sus estrañas más de un cazador de sombras, motivo de decepción para algún que otro lector. Nunca que hay que olvidar que son mitad humanos (o al menos, lo son de base), y también poseen los defectos de los mundanos; y quizás en más de un caso el saber de la superioridad angélica que corre por sus venas aviven las llamas de la altivez con mayor fuerza que en la gente corriente. Por muy cerca que sean de ser ángeles en la tierra, sus corazones pueden macularse como le pasó al mismo Lucifer.

Como siempre, Cassandra Clare mantiene en vilo al lector, sin salirse de la formula con la que ha conquistado a sus fans (yo inclusive); siguió fascinándome con ese estilo literario suyo que goza de soberbia facilidad para causar expectación. Sin duda, tiene un don para dar vida, fuerza e incluso realismo a sus personajes. Mantiene su tónica de ir poco a poco con los intríngulis de la trama, tomándose su tiempo para avanzar, como si se tratase de una caminata tranquila que va espoleando sus pasos muy sutilmente hasta que en la recta final empieza a correr con el ímpetu de un potro desbocado, pero sin resultar cansado ni abrumador para el lector. Me deleitó ver que Cassandra se esmerase por sorprender con cada página, especialmente en los últimos capítulos

En cuanto a sus personajes, he tenido buen sabor de boca con la mayoría, tanto la evolución/involución de los que ya conocimos como los nuevos que nos presentan.
Con Tessa uno se llega a ahondar con notoriedad dentro su corazón, divido entre dos jóvenes muy distintos pero tan unidos entre sí, mientras trata de entender qué es ella misma y sanar las heridas de la traición aún abiertas en su alma. Este personaje consigue perfectamente arrastrar al lector al ojo de huracán de confusión y anhelos que supura en cada momento.
Will me ha sorprendido bastante, en esta continuación se llega a conocer mejor a este muchacho redomadamente díscolo, sobre todo cuando uno se va acercando de lleno al quid de esa gran cuestión que es él mismo, mostrando entresijos de su pasado y todos los porqués de su persona; y todo esto hizo que le apreciara más con respecto al primer libro. Jem tampoco se queda corto en sorprender al lector; un personaje templado e impertérrito, gentil y amable, pero que en este libro nos deja claro en algunas ocasiones que por sus venas corre sangre y no horchata… incluso con esa fecha de caducidad tan sentenciosamente cercana sobre sus hombros.
Por parte del matrimonio Branwell, más concretamente Charlotte, siguen en su línea, aunque ella se siente flagelada y a prueba por el peso que se le carga a sus espaldas en las escenas en las que aparece. Por primera vez dejará en manifiesto, tanto en sus silencios como en sus acciones, que  para ella no todo parece ir demasiado bien en su relación; a la par que se enfrenta a la galerna que tiene por delante, sacando el arrojo de donde otros siempre han creído que ella no poseía. Por parte de Henry, sigue siendo ese despistado obsesionado por sus invenciones que te roba una sonrisa por su simpleza superficial, siguiendo con esa habilidad innata y no premeditada de romper algún momento de tensión que otro. Sin embargo, al final de Príncipe Mecánico, ambos nos sorprenderá (especialmente Henry).
Con respecto a Jessamine, gran parte de la trama muestra un papel nimio que al final se vuelve revelador e impactante; entonces fue cuando despertó en mí el desagrado por este personaje, que al final se tornó en sincera compasión al abrirse las puertas de la empatía.
En relación a otros personajes secundarios/terciarios, me quedo con dos en concreto.
Por un lado Sophie, la doncella del Instituto. Ya le cogí estima por su injusto pasado tan desagradable de recordar y que atesora un amor secreto imposible; pero en Príncipe Mecánico ha gozado de una participación algo más destacable con las que ha conseguido meterme más en el bolsillo. Por otro está el primogénito de Benedict Lightwood, Gideon; que aparece por primera vez en este libro (mentado en Ángel Mecánico, encontrándose en el Instituto de Madrid por entonces). En sus primeras escenas uno piensa que no será gran cosa como personaje, pero a medida que se fue soltando me sorprendió para convertirse en mi favorito de los Lightwood de esa época.
Me resulta ineludible la mención a Magnus Bane, uno de mis personajes favoritos de la saga y que ya con este libro vamos entendiendo mejor ciertos misterios del pasado del brujo que se dejaron caer en Ciudad de los Ángeles Caídos. Da igual la época en la que haya vivido, él es fiel a su línea y volví a disfrutar mientras leía sus adecuadas apariciones, con el magnetismo de su personalidad, y sobre todo con lo que hay en lo más hondo de su ser. Como siempre digo de él, un personaje emocionalmente muy humano y mortal a pesar de su naturaleza de brujo.
Tenemos además otros tantos que pondrán su granito (unos más gordos que otros) en este segundo libro; caras conocidas de Ángel Mecánico que dejarán atrás lo superficial que mostraron entonces para dar mayor juego (como el ambicioso y emponzoñado Benedict Lightwood y su hijo Gabriel con su resentimiento personal hacia Will), a parte de incorporaciones tanto entre los nefilim como entre los subterráneos (y algún nombre les sonará a quienes hayan leído los tres primeros de The Mortal Instruments). Y todos estos secundarios y terciarios complementarán sobradamente con el núcleo que actúa en el epicentro de esta historia.

He de mentar que es un gusto ver que Cassandra Clare sigue con lo que he llamado “marca de la casa de los Orígenes”, cada capítulo empieza con una cita justo entre el título y la primera línea, que van desde fragmentos de ciertos libros hasta proverbios, con un gran significado con los sucesos del mismo. Personalmente me quedo con este retazo del capítulo 10:

La virtud de los ángeles es que no pueden empeorar; su fallo es que no pueden mejorar. El fallo del hombre es que puede empeorar, y su virtud es que puede mejorar.

Proverbio jasídico.

Y como siempre, las portadas son un regalo visual, siendo Jem el que la ocupa en esta ocasión, diferenciándose de Will en la del anterior que aquí sí se muestra el rostro, siendo la primera de las portadas entre esta trilogía y The Mortal Instruments en romperse la mecánica de no mostrar el rostro de los personajes que las ocupan.
Además, vemos el motivo del nombre de este segundo libro de los Orígenes, aunque de una manera muy fugaz y sutil, a diferencia del título anterior, que hacía referencia casi constante al colgante de Tessa. Y de igual modo, vemos sentido al título original de esta trilogía, The Infernal Devices, que es el calificativo que Will otorga a los inventos de Henry (que por cierto, parece que este apasionado de la ingeniería vive para sorprendernos con sus creaciones).

En general, la trama de este segundo libro es tan impecable como el de los demás nacidos de la pluma de Cassandra Clare. Intrigas y advenimientos de crisis para los seres que componen ese universo paralelo y complementario al de los mundanos, que se van fraguando entre reveces inesperados a medida que para algunos se vuelve inevitable la danza de amor y desamor entre mentiras, ambiciones, rencores e hipocresías revoleteando como tediosas moscas.
Su final sorprende en buena medida, sobre todo (literalmente hablando) en las últimas líneas, de las cuales sólo diré que más de uno terminará con la mandíbula desencajada. Sin duda, para quitarse el sombrero las expectativas elevadas que deja de cara al desenlace de la trilogía.
Pero aun así, no puedo darle la puntuación más alta. En parte, quizás con la sugestión que suelo pecar con la mayoría de segundos libros de una saga o arco argumental, pero creo que entre líneas he tenido cuarto y mitad de ligera insatisfacción. Príncipe Mecánico deja con ganas de seguir y descubrir, pero quizás de esto haya pecado un poco más de la cuenta; generoso es el número de revelaciones en este libro, sí, pero no por ello sienta que Cassandra Clare se le fue la mano cubriendo el conjunto con muchos velos de misterio a la par, hasta el punto que quizás algún que otro lector pueda acabar un poco desorientado. Pero lo que más se estira es, a todas luces, el misterio que supone Tessa en sí; aquí se ha dicho y especulado bastante, pero al mismo tiempo me sentí como si en parte no se hubiera dicho nada en realidad, abriendo más y más conjeturas imperfectas. En general, todas las posibilidades y suposiciones que este libro deja al final sea más para allanar el camino a todo lo que puede ofrecer ese colofón que es Princesa Mecánica.

Conclusión: Los oscuros propósitos de Mortmain para el mundo de los cazadores de sombras van mostrando cartas entre faroles para confundir a sus enemigos en pos de que tengan una pésima mano en esta partida tan crucial. Y a pesar de la adversidad, es imposible evitar que un triángulo amoroso perfecto (entre tantos amores y desamores que aquí se presentan) gire y gire con todo el riesgo y el peso que pueda suponer perder ese equilibrio de emociones entre cada uno de sus tres vértices.
Y por supuesto, este quizás sea donde el lector se retuerza la mente con la misma pregunta una y otra vez, más allá incluso con toda la curiosidad que despierta la intriga principal de la trama: ¿quién o qué es en realidad Tessa Gray?


Mi valoración global: 4,5/5