jueves, 7 de abril de 2016

Crítica personal: Temor a la verdad

Título: Temor a la verdad
Título original: Daddy’s Gone a Hunting
Autora: Mary Higgins Clark
Editado en España por: Plaza & Janes, Debolsillo

Sinopsis:

Cuando el negocio de muebles antiguos de imitación que fundó su abuelo queda totalmente destruido a causa de una misteriosa explosión, Hannah Connelly se convierte en el pilar de la familia. Su hermana Kate está en coma tras haber logrado escapar de las llamas, y su padre parece aún más abatido, desconcertado y dependiente del alcohol de lo que ha estado en los últimos tiempos. Pero la pregunta que a Hannah le urge contestar es: ¿qué hacía Kate en el lugar del accidente, de madrugada y acompañada de Gus Schmidt, un antiguo empleado «jubilado» contra su voluntad hace cinco años?
Las pesquisas de la policía apuntan claramente a un incendio provocado, el típico siniestro en el que el propietario de un negocio en decadencia trata de sacar provecho a la desesperada.
Mientras Kate se debate entre la vida y la muerte, Hanna, empeñada en averiguar la verdad, no tardará en comprender que hay alguien decidido a que su hermana no recupere la consciencia.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Mary Higgins Clark me agradó con Séque volverás, así que no dudé en darle una oportunidad a otro de sus best seller en cuando este cayó fortuitamente en mis manos.
La historia de Temor a la verdad nos introduce en un suceso que marcará un antes y un después en la vida de los Connelly. El negocio familiar que fundó el abuelo de Kate y Hannah fue bastante próspero  por mucho tiempo, pero en la actualidad los muebles antiguos de imitación ya no despuntan tanto en el mercado y por ello la principal fuente de ingresos del cabeza de familia empieza a hacer verdaderas aguas; hasta que de manera inesperada se produce una explosión en el complejo en plena madrugada, encontrándose en ese momento Kate y un ex trabajador que fue más bien obligado a jubilarse a pesar de sus largos años de eficiente labor como ebanista. Gus fallece, a pesar de que Kate lograra sacarlo del complejo antes de que la detonación les alcanzara de lleno, mientras que la primogénita de Douglas Connelly sufrió heridas craneales que la indujeron a un estado de coma que la posiciona en un precario punto entre la vida y la muerte.
Nadie comprende qué les llevaría a Kate y a Gus encontrarse a esas horas más bien intempestivas en ese lugar, pero el eco de los medios de comunicación apunta con sentenciosa especulación que todo fue provocado en un claro y habitual caso de cobrar una suma indecente por parte de la aseguradora. Hannah se mantiene firme en su negativa de que su hermana hiciera tal cosa. Sin embargo, la investigación del incidente en el negocio de los Connelly en pos de determinar si fue accidental o intencionado, así como el precario estado vital de Kate y las inciertas secuelas que pudieran acarrearle en caso de salir con vida, no son más que la zona cero de la trama que absorberá otros menesteres de carácter desafortunado. Los casos sin resolver de una aspirante a actriz desaparecida casi treinta años atrás y el asesinato de una joven universitaria de buena familia rodarán en las páginas de esta novela, y de algún modo u otro rozarán al apellido Connelly.

Si ya lo que desborda a los Connelly a causa del incidente de su negocio familiar da juego a la novela, más enrevesada se tornará cuando los hilos de los misterios pasados y en teoría lejanos sin vínculo alguno se entramen con ellos.
En esta novela queda plasmado lo fácil que es juzgar y sentenciar, sobre todo en delitos tanto constatados como especulados, para en muchos casos, después de despotricar a destajo, se diga “donde dijo digo, digo Diego” con una sonrisa de cínica condescendencia. Aunque las evidencias señalen de manera directa, no siempre son concluyentes sino más bien circunstanciales; y tanto la naturaleza accidental o provocada de la destrucción del negocio de los Connelly, la inocencia o culpabilidad de Kate y/o Gus, así como los casos sin resolver ajenos a este caso en sí que se irán presentando, no puede darse nada absolutamente por sentado hasta que se diseccione todo por entero. Siempre he procurado no ser tan sentencioso y más juicioso y analítico, y tras esta lectura creo que he logrado alejarme de no ser juez, fiscal, jurado y verdugo a la primera de cambio.
Sin duda, esta será una delicia para el paladar literario de quien disfrute de la intriga; de especulaciones y conjeturas; de todo lo incierto por esclarecer; y de las historias paralelas que acaban convirtiéndose en una única línea para encontrar el enigma que las enlaza más de lo que a priori pudiera imaginar tanto sus protagonistas como los propios lectores.
Temor a la verdad es un claro ejemplo que, incluso a veces en la realidad, nuestras historias (sobre todo las adversas) pueden converger con las de otros sin que se vean venir y que las casualidades del destino puede ser caprichoso hasta en una ciudad tan desbordada como Nueva York; además de refutar que los secretos y las mentiras siempre emergen por más que se quieran enterrar (en un sentido u otro), aunque tomen su tiempo, incluso décadas, para ello. Cada persona, con mayor o menos culpabilidad o inocencia, acarrea secretos, mentiras, miedos y fantasmas, y buena parte de los personajes de esta obra no se libran de ello por más que quieran evadirlos.
                                                          
Más de uno podría abrumarse al comprobar que un libro roce muy de cerca el centenar de capítulos (más prólogo y epílogo), augurando precipitadamente una lectura que se hará cuesta arriba. Sin embargo, cada uno de estos es sumamente corto, como cabe esperar en esta autora, pudiendo dárseles buena cuenta a un ritmo pasmoso con el fluido dinamismo que desborda.

El estilo de Mary Higgins Clark sigue siendo muy de mi agrado, tan singular y atractivo como me pareció en mi primera lectura de una obra suya. Fluido, detallado en su precisa medida, con una profundidad en los acontecimientos de la trama y en los pensamientos del elenco que se convierte en uno de sus puntos fuertes a la hora de narrar. Su exposición sigue siendo la de tercera persona pero jugando con la voz indirecta a través de sus personajes, haciendo que sus pensamientos rocen mucho la primera persona; y precisamente ese es otro de los encantos de la curtida prosa de esta autora.

Kate será una pieza pequeña pero clave en la trama, muy presente y bastante activa en el argumento incluso en su estado comatoso en la UCI. La pena y la preocupación de muchos personajes caerán sobre ella, en especial la de su hermana. Desde el comienzo se atisba una relación delicada con su padre, al cual censura y desaprueba buena parte de sus actitudes. No se puede perder atención a su subconsciente, capaz de percibir lo que la rodea cuando su mente está despierta; pero sobre todo esos sueños que incluso pueden estremecer a una mujer como ella (atractiva, alta, rubia y con buena posición laboral) para devolverla a la fragilidad de su más tierna niñez sobre algo que pareció ocurrirle y que había escondido en sus recuerdos casi toda su vida.
Por parte de Hannah, es diametralmente opuesta a su hermana mayor (pelo oscuro, ojos claros y estatura media tirando a baja). Justo antes de la explosión del negocio familiar se la ve celebrando, tras años de arduo trabajo como diseñadora, el hecho de tener por fin su propia marca que la embarque en un proyecto ambicioso y prometedor. Uno llega a compadecerse de ella cuando ve que tan pronto su felicidad y entusiasmo caen en la tristeza y la incertidumbre tras lo que le ocurre Kate. Hannah dará clara constancia del estrecho e intenso sentimiento que comparte con su hermana, y la menor cuidará de la mayor, pendiente en todo momento aunque suponga descuidar su propia rutina si fuera necesario, sin darle a los problemas del negocio familiar la angustiosa prioridad y preocupación que demuestra su padre. Hannah es un personaje más fuerte de lo que pueda parecer en el momento en que la apabulle el estado crítico de Kate; poco a poco sacará arrojo para estar al pie del cañón e incluso no descuidar demasiado la oportunidad que le han brindado en su trabajo, consciente de que debe mantenerse firme y con entereza por esa hermana a la que tanto debe y que en ese momento la necesita más que nunca, aunque el peso de la inclemente situación trate de mermarla. Afortunadamente no estará sola, pues cuenta con otras personas, en buena parte Jessie, una joven despampanante que dará el apoyo propio de la mejor amiga que es además del legal como abogada de oficio que es.
Douglas “Doug” Connelly es un personaje que tamizar con cuidado. Se nos presenta como hombre marcado por un accidente del cual fue el único superviviente, donde perdió a su mujer, a su hermano y varios de sus amigos más próximos, quedándose sólo con dos niñas pequeñas. Con el paso de los años, y como se deja entrever al comienzo de la novela, se muestra con un hábito por la bebida que se justifica por así decirlo con la pérdida de su esposa; con una negativa de rehacer su vida ni tan siquiera para haberle brindado a sus hijas la figura materna que necesitaban, siendo incluso a sus casi sesenta años un cliché de hombre que flirtea con mujeres mucho más jóvenes que él (en el momento de la novela con Sandra, de la edad de Hannah, tan presente en el argumento con una personalidad cargante para quienes interactúan con ella), sin escatimar en gastos en su frenético e imparable tren de vida. Desconcierta su forma de encarar tanto el estado de su primogénita como lo que concierne al destruido legado de su padre, así como lo dañado (por no decir forzado) que parece su lado emocional y lo prioritario que parece ser para él ese poderoso caballero que es don dinero. Doug me desagradó como persona, y mejor no hablar de su rol de paternal, un completo negado a la hora de despertar la empatía del lector por más que se le escude en el sufrimiento en aquel accidente náutico, pero todo empezará a encajar para brindar un sentido a todo cuando llega el momento en el que el esclarecedor final se presente.
No son muchos los personajes relevantes inicialmente vinculados a esta familia en la novela, a excepción de Jack Worth, jefe de la fábrica y mano derecha de Doug en el negocio, que la verdad desde el principio no se me antoja alguien digno de relación con el significado de su apellido (mérito) o la viuda de Schmidt, Lottie. Lógicamente está el personal tanto policial como de bomberos que tratarán de cerrar los diversos cercos que irán surgiendo en la trama (empezando por corroborar si la explosión fue provocada), así como Mark Sloane, hermano de Tracey, la aspirante a actriz desaparecida casi treinta años atrás, que por su trabajo se ha mudado a Nueva York, siendo esto un motivo para reactivar el caso por su madre. Tenemos además otros que ya el mero de mentarlos sería desgranar demasiado y me arriesgaría a restar cierto interés a los lectores potenciales que lean estas líneas; lo que sí diré es que en muchos momentos son todos estos personajes los que llegan a tener un peso argumental que incluso llegan a desbancar en protagonismo a las hermanas Connelly en los momentos en que se les cede la batuta de la acción.

La trama empieza posicionando estratégicamente las piezas de esta compleja jugada a varias bandas que poco a poco convergen, primero sin verse esos enlaces invisibles hasta que todo cobra mayor sentido a medida que van quedando menos capítulos, a medida que las piezas aparentemente imposibles de encajar se encuentra la muesca correcta que antes parecía pasarse por alto, hasta hallarse el epicentro de todos los enigmas planteados. Claramente, hay matices que pueden despertar la especulación del lector, pero este ha sido uno de esos libros que se me antojan menos previsibles de lo habitual.
El desenlace es vertiginoso, quizás un poco demasiado, porque el esclarecedor quid común de todas las cuestiones es lanzado casi a quemarropa, y el tramo de páginas restantes tras esto es tan escueto que uno debe pararse a macerarlo antes de enfrascarse en la frenética y expectante cadena de acciones y decisiones de sus protagonistas, las cuales dejan en vilo al lector hasta prácticamente la última hoja, haciendo que no todo esté dado por sentado. Y en mi caso fue de agrado y me sorprendió en generosa medida, cerrándose con mucho acierto todos los cabos en el epílogo que transcurre un año después; la autora me dejó un estupendo sabor de boca, aclarando lo importante y sustancial del argumento, dejando muy pocas cosas no realmente transcendentales a la libre especulación del lector. Así que en este aspecto (y en general) sigue manteniéndose Mary Higgins Clark en el nivel que me transmitió con Sé que volverás.

Conclusión: Enigmas y delitos rodeados de brumas. La incertidumbre rodeando al por venir de unos y nieblas que protegen secretos fangosos y verdades opacadas por mentiras en otros. Sufrimientos destinados a saldarse. Una explosión, una desaparecida y una asesinada que se encuentran inevitablemente en la intersección del destino. Sin duda, saber que le depara el mañana a la familia Connelly y a quienes acaban rodeando los acontecimientos expuestos en Temor a la verdad es algo que no se puede dejar pasar por alto. Una obra en la que Mary Higgins Clark nos hace discrepar en ese dicho de Thomas Gray de que la felicidad está en la ignorancia.

Mi valoración global: 4/5



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