martes, 22 de septiembre de 2015

Crítica personal: La Heladería de Vivien y Sus Recetas para Corazones Solitarios



Título: La Heladería de Vivien y Sus Recetas para Corazones Solitarios
Título original: Vivien’s Heavenly Ice Cream Shop
Autora: Abby Clements
Editado en España por: Círculo de Lectores

Sinopsis:

Hace más de medio siglo que la heladería de Vivien es parte sustancial del paisaje del paseo marítimo de Brighton.
Pero a pesar de su encanto añejo su clientela ha ido menguando hasta límites insostenibles.
Tras la muerte de Vivien, el destino ha dictado sentencia: serán sus nietas Imogen y Anna las encargadas de devolver al negocio su antiguo esplendor.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Llevaba tiempo sin leer algo de este tipo de narrativa; y eso me animó, tras terminar mi lectura previa, a coger este entre tantos que se me empiezan a amontonar. Y la verdad es que, si mis expectativas eran buenas y altas, el resultado fue “delicioso”.

Anna e Imogen son hermanas, y se quieren mucho a pesar de ser bastante diferentes. La primera, cada vez más cerca de los treinta, es comedida, prudente y pragmática, luchando siempre por tener la estabilidad laboral y económica que le permita ser totalmente hegemónica en su propio hogar, y entonces formar una familia con su pareja y el hijo de éste fruto de su anterior relación. La segunda, más joven y de espíritu más libre y aventurero, se embarcó por sus sueños de apasionada de la fotografía tras terminar sus estudios en la universidad, cambiando Inglaterra por Tailandia, lugar que disfruta la vida y su pasión con todo lo que esa tierra exótica le ofrece.
Ambas creen que han superado todos los paradigmas de los futuros que durante años han fraguado en sus mentes, convencidas de que nada cambiaría esa perfección que las sotierra… Hasta que les abofetea la dolorosa noticia de la muerte de su abuela Vivien, una persona realmente especial e importante tanto para las dos hermanas como para el resto de la familia y todo aquel que la conociera. Y contra todo pronóstico a los esquemas personales de Imogen y Anna, serán ellas las que deberán hacerse cargo del negocio familiar que Vivien estuvo regentando durante medio siglo hasta casi el último de sus días. Y lo que las dos hermanas consideran a priori un sinsentido de su abuela a la hora de redactar su testamento, será algo que potencialmente enriquecerá y cambiara sus vidas fruto del buen juicio de la anciana.
Y con la misma variedad de sabores que puede ofrecer una heladería que se precie serlo, las dos experimentarán más de lo que hubieran considerado cuando deban enfrentarse al reto que se planta ante las dos; vivencias y sentimientos que las labrarán aún más como personas.

La Heladería de Vivien es una lectura fresca, tan sencilla y cotidiana como intensa y singular. Este retazo de la vida de Anna e Imogen podría pasarle a cualquiera, y más de una persona podría identificarse leyendo esta novela. Y precisamente ese es uno de los encantos que fue ganándome esta historia, porque es muy sentida pero sin ser exagerada, dulce sin llegar al gusto empalagoso y almibarado, cotidiana sin caer en el tedio, sorprenderte y con giros impactantes pero lejos de ser rimbombantes. Es apropiado el concepto de los helados en esta historia, tal y como menté más arriba, porque uno puede degustar gran variedad de “sabores” en cada emoción que destilan sus personajes y los sucesos en sí, sin limitarse con lo dulce y amargo que de uno a otro suelen ir muchas novelas de este género.
Tras tres capítulos realmente cortos a modo de prólogo (titulados Vivien, Imogen y Anna), la novela de fragmenta en tres partes (Cambio de escenario; No te rindas, rinde; y Lecciones aprendidas), en treinta y cuatro capítulos de extensión justa pero que se explotan al máximo a nivel narrativo, siempre expuesto en tercera persona. Aunque es una historia que avanza en armonía, se aprecian notorios avances al pasar de una parte a otras sin que se rompa la fluidez con lo anterior.

El estilo de Abby Clements agrada desde el comienzo y a medida que vas adentrándote en la trama. Sencillo y conciso, pero capaz de atraer al lector para sorprenderle con una historia profunda a pesar de que en general no se pasa mucho de lo cotidiano; y quizás ese buen grado de cotidianidad sea uno de sus mayores buenas bazas. A través de sus personajes, principalmente Imo y Anna, sumerge al lector por diferentes situaciones y sentimientos tan reales y presentes en nuestras vidas. No creo que cualquier autor pueda deleitar con una historia tan cotidiana sin caer en ese tipo de dramatismo en el que las protagonistas se arrojan con los brazos abiertos a una vorágine excesiva de llantos y desconsuelos.
Además, a pesar de sus trescientas cincuenta páginas mal contadas, uno podría dar buena cuenta de este libro en un día si se es un famélico y ávido lector; debo admitir que ese habría sido mi caso de no percatarme el como avanzan las páginas durante mi lectura, y quienes me conozcan saben de buena tinta que soy más partidario de saborear (y nunca mejor dicho en este caso) poco a poco todo lo que puede ofrecer un libro, en especial si conecto bastante como fue este caso.

Anna e Imogen son las dos caras de una misma moneda: tan distintas como complementarias. Y tanto una como otra mostrarán sus personalidades y sus sueños, que evolucionarán en el transcurso de la novela; así como sus debilidades, las cuales deberán tratar de pulir. Las dos me agradaron bastante, ya sea de forma individual o en conjunto. Igualmente, disfruté con el desarrollo de ambas, aunque a mi parecer sentí que la que se exprime un poco más su potencial fue Anna; pero esto no significa que Imogen esté a la sombra en este sentido, ni mucho menos, porque está claro que heredar la heladería puede marcarles un antes y un después.
La mayor de las hermanas es la más centrada y con expectativas sólidas y pragmáticas de futuro, se ha esforzado e incluso sacrificado por lograr lo que siempre había querido. Pero aprenderá que los esquemas no siempre funcionan en la práctica de esta vida tan imprevisible, y que nuestros más profundos sueños para el mañana pueden cambiar a lo que en el fondo más se ha deseado, o que pueden existir muchos otros caminos que cruzar si nos libramos del escepticismo.
Por parte de la benjamina, es un espíritu viajero fiel al carpe diem, que sumada a su juventud puede parecer un tanto irresponsable en algún momento y en ciertas situaciones, además de una enemiga de las ataduras y los compromisos de todo tipo, en especial si son para largo plazo. En general, Imo es la que más madura de las dos, pues Anna no precisa de la evolución que refleja su hermana; y al igual que la mayor, comprenderá muchas cosas, como que lo que le gusta y apasiona no tiene porqué estar reñido con más de una de sus eternas fobias.
Definitivamente, Anna e Imogen hacen un buen equipo como protagonistas de esta novela.
Otros personajes que vemos son Tom y Jan, padres de sendas criaturas. Respecto a él, a quien sin duda salió Imogen, fue un personaje muy interesante y explotado dentro del rol y grado de protagonismo que le brinda la autora; porque en él se da a reflexión a un tema tan cotidiano como la pérdida de una madre, y lo sinuoso que puede ser afrontarla incluso avanzada la mediana edad. En cuanto a Jan, me desagradó un poco al comienzo pero fui cogiéndole algo de estima; una mujer tan sumamente británica, extremadamente pragmática y algo controladora, sin ser mala pero sí cargante (en especial para Imogen, con la que mantiene la típica relación de choques de personalidades entre padres e hijos, tan diametralmente opuesta a la empatía que mantiene con Tom).
Encontramos otros personajes en esta historia, como el novio de Anna, Jon, y el pequeño hijo de este de su anterior relación, Alfil; amigos, más familiares, gente del entorno en el que se mueven y moverán a lo largo de la novela. No sondaré en ellos porque daría a muchos spoilers que restarían la gracia que ofrece La Heladeria de Vivien.
Sólo haré una última mención, precisamente, a quien da nombre a la novela; aunque a penas se ve como personaje activo antes del empezar siquiera el primer capítulo, está constante en la historia. Una mujer como pocas pueden quedar: vivaz incluso con la muerte a su lado lista para hacerla pasar por caja, con un importante sentido del altruismo y el desinterés que dejó su impronta en su familia, sus amigos, en su hogar, en su heladería, en todo aquel que haya cruzado su vida con la de ella aunque fuera para pedirle un simple cono en su local. Y todo que lega a sus nietas, incluido el potencial de personalidad latente en ellas, la hará siempre inmortal y presente hasta prácticamente los últimos capítulos; y dice mucho de un personaje que logre el peso que acarrea Vivien teniendo una interacción directa tan exigua.

En general, la trama es estupenda, aunque quizás no todo el mundo conecte con el alto grado de realismo cotidiano que impregnan sus páginas y prefieran sucesos más sinuosos, rebuscados e impactantes; pero en general puede gustar a quien sepa disfrutar de una historia natural y sin numerosas capas de maquillajes como es este caso.
Sobre el último tramo y su final, da un gran giro que en parte me pareció un poco previsible (como algunos casos puntuales a lo largo de los capítulos), pero sin evidenciarse del todo algunos pequeños tópicos que son muchas veces más reales que la vida misma; es mas, hay ciertas cosas que vemos en el final que creo que la autora suelta posibles pistas prácticamente al comienzo y que pasan totalmente desapercibidas hasta que las ves llegar. Y el fugaz pero esclarecedor epílogo, divido en dos partes, es tajante en cuanto a como acaba lo más relevante respecto a las hermanas heladeras pero sin atar todos los cabos, dejando algunas pequeñas posibilidades abiertas a la imaginación del lector más allá de los asuntos que se consideran importantes. En definitiva, un desenlace con un sabor que puede convertirlo en uno nuevo en mi lista de favoritos.
Y de propina, la autora deja unas pocas recetas de helados que se ven entre los que se preparan en la heladería de Vivien, invitando al lector a intentarlo… ¿No es esta una despedida deliciosa y dulce?

Mi mayor “pero”, que afortunadamente no afecta a mi valoración, es el título completo que se optó para su edición española. Seguramente en castellano no habría cuajado mucho el adjetivo “Celestial” a la heladería como en el título original, pero con el añadido “y sus recetas para corazones solitarios” ya se empieza a hacer un poquito largo y no me extrañaría que cualquier lector lo mente siempre como “La Heladeria de Vivien” a secas.

Conclusión: Una novela que puede aparentar ser mitad de vainilla y mitad de fresa recubiertas por un tenue chorreón de sirope de chocolate, pero que debajo puedes encontrar más sabores que  podrías llegar a disfrutar sin el menor empacho. Divertida, visceral, deliciosa, fresca, apasionada y amena son algunos de los adjetivos que calificarían a los sabores que ofrece Vivien en su heladería, los cuales puede que te hagan asiduo por lo menos al estilo de Abby Clements.

Mi valoración global: 4,5/5       


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