viernes, 31 de julio de 2015

Crítica personal: Déjame que te Cuente (Los cuentos que me enseñaron a vivir)

Título: Déjame que te cuente (Los cuentos que me enseñaron a vivir)
Título original: Recuentos para Demián
Autor: Jorge Bucay
Editado en España por: RBA

Sinopsis:

Demían es un muchacho curioso e inquieto que desea saber más sobre sí mismo. Esta búsqueda le conduce hasta Jorge, el Gordo, un psicoanalista muy peculiar que le ayuda a enfrentarse a la vida y a encontrar las respuestas que está buscando con un método muy personal: cada día le relata un cuento. Se trata de cuentos clásicos, modernos o populares, reinventados por el psicoanalista para ayudar a su joven amigo a resolver sus dudas. Historias que a todos nos pueden servir par entendernos mejor a nosotros mismos, para conocer nuestras relaciones y nuestros miedos.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Jamás pensé que las finalidades de la narrativa y la autoayuda pudieran ser compatibles, hasta que me adentré en este título que acabó en mis manos de manera bastante casual.
Déjame que te cuente nos mete en la piel de Demián, un joven que acude regularmente a la consulta de un psicoanalista llamado Jorge, al que apoda el Gordo. No es la primera vez que acude a ese tipo de especialista, pero éste en cuestión y sus métodos marcarán un antes y un después en su vida; pues Jorge consigue llegar a su mente y sus inquietudes como ningún colega de oficio había logrado, conectando con Demián, picándole a la terapia y los consecuentes de la misma sobre el paciente. El cebo de las terapias con los que logra espolear al joven son principalmente los cuentos que con regularidad comparte con él a lo largo de sus visitas.
Sesión tras sesión, Demián expondrá sus reflexiones, sus preocupaciones, sus frustraciones, sus miedos y sus emociones; y Jorge sacará fácilmente de la manga el relato más indicado, el cual hará reflexionar al paciente, quien dará cuento a cuento un pequeño paso hacia delante.

Es evidente que el planteamiento de apoyo psicológico de todo libro de autoayuda rezuma por los cuatro costados de este título, limitándose a la consulta y las sesiones presenciadas por Demián (quien podría ser cualquiera de nosotros en tantísimos aspectos). Sin embargo, se le compenetra con acierto el desarrollo narrativo en la relación tan profesional como estrechamente simpatizante entre sus dos únicos personajes.
A lo largo del libro desfilarán un amplio abanico de reflexiones y sentimientos que sotierran a Demián, desde la inseguridad o el miedo al rechazo, hasta el conflicto entre el concepto y la ética de la mentira y la verdad, o el egoísmo humano; pasando por diferencias y encontronazos con los padres, los problemas de comunicación o sobrevalorar cosas que quizás no importen tanto para tomárselas tan a pecho. La práctica totalidad las habremos experimentado al menos una vez en nuestras vidas, y eso es lo que incrementa la empatía del lector hacia Demián. Y bajo el amparo de Jorge no sólo él, sino también quien sonde cada página y cada cuento, dará pequeños pasos hacia delante que en conjunto consiguen un resultado renovador.

Cada cuento que relata el psicoanalista (en su mayoría, bastante escuetos pero significativos, y todos sacados de fuentes reales) da paso a la reflexión para paciente y lector a partes iguales. Unos son verdaderas puertas abiertas de par en par a la sensatez que muchas veces obviamos, pero sin distinción todos son grandes iniciativas a cerrar un momento sus páginas para darle sus justas vueltas, digiriendo sus parábolas y significados para que nos ayuden a esclarecernos a nosotros mismos, y no solo al paciente protagonista, en tantísimos aspectos; para enseñarnos un poco mejor a vivir, como reza el segundo título bajo el principal que nombra este libro.
Déjame que te cuente, para mi criterio personal, es una lectura a ser tratada paulatinamente, recapacitando cada sesión de Jorge con mimo, así como recurrir alguna vez de nuevo este texto para refrescarnos lo importante que Demián aprende en algún momento propicio.

La narración corre a cargo de Demián, quien desde su primera persona arrastra al lector a la consulta del Gordo. Desde luego, el autor ha sabido meterme en la piel de ese joven. Cada uno de los cincuenta relatos a los que recurre Jorge ayuda y guía al paciente, y disimuladamente al lector, dando paso a bastantes reflexiones a Demián que desembocarán a otras relacionadas, o incluso perdurando más allá de la sesión en la que se narra.
Sus cincuenta capítulos (normalmente de una extensión sencilla a la par que intensa, derrochando fluidez a su lectura) no siguen un orden estricto, ni esclarece la exactitud de la duración global de la terapia, y en general hay bastante independencia en un buen número de estos, salvo en casos como en el último tramo donde se llega a profundizar algún tema concreto y que se extienda a otro estrechamente vinculado, para llevar a mayor desarrollo de los mismos en el paciente. Aunque es cierto que en algún momento puntual, el propio Demián traslada al lector a un momento retrospectivo, como a su primera sesión en la que conoce al Gordo en el segundo capítulo.

El estilo de Bucay es sencillo, pero despliega una gran profundidad en el tratamiento de la terapia como psicoterapeuta que es. Ha sabido darle trasfondo a lo que comparte con el lector, a pesar de la limitación de personajes y escenarios. Este medio que recurre en el presente libro, el de ser un apoyo para el lector utilizando un paciente ficticio, hace más fácil su objetivo primordial.

Demián es un joven con inquietudes, en una edad que ya se le considera recién un hombre a ojos de todos pero que aún está muy verde en la vida. Se exaspera y saca temperamento con cierta facilidad, pero aún así es bastante juicioso y reflexivo, y sabrá delinear el camino que él mismo desea y debe trazar gracias a las señales que le irá orientando su psicoanalista y la estrecha relación con este. Poco llegamos a saber de él más allá de que estudia en la universidad, que tiene un trabajo, vive con sus padres y tiene novia; pero estos factores, así como amistades y compañeros de clase, serán detonantes para refinar las emociones y meditaciones que le ayudarán a encontrar un duradero estado lo más equilibrado y estable posible.
Sobre Jorge, el Gordo, es evidente que se trata del propio autor. Se caracteriza por su quietud y raciocinio que le hacen parecer saberlo todo (o al menos, todo sobre lo que necesita para ayudar a Demián) y tenerlo todo bajo control, e incluso capaz de estar preparado de antemano para cualquier salida por la tangente; lo cual contrasta y complementa las dudas y la búsqueda propia del paciente. Sus cuentos y tener mate a mano son sus marcas de la casa para ayudar a Demián, y a quienes brinden la oportunidad a esta lectura, a enseñarnos a vivir y ver las cosas de la propia vida con mayor nitidez para dicho fin.

Su desenlace, tras un intenso periplo ambos juntos, marcará un antes y un después sutil pero evidente en la vida de Demián. Un final lleno de posibilidades. Como dije, un antes y un después, pero a su vez, a pesar de sus experiencias vivida, este libro no es más que el principio tanto para el paciente como para el lector.

Conclusión: Una novela y un libro de autoayuda en uno, con profundidad y dinamismo. Los cuentos no son sólo para niños, como nos demuestra Jorge Bucay, porque detrás de ellos nos ayuda en la búsqueda de nosotros mismos, del camino que queramos andar para liberarnos de brumas que enturbien el continuo crecimiento emocional del ser humano. Acompañar a Demián a sus consultas con el Gordo no son menos que enriquecedoras para quien se adentre en Déjame que te cuente.

Mi valoración global: 4,5/5


martes, 28 de julio de 2015

Crítica personal: Percy Jackson y Los Dioses del Olimpo I - El Ladrón del Rayo


Título: Percy Jackson y los Dioses del Olimpo I: El Ladrón del Rayo
Título original: Percy Jackson and the Olympians I: The Lightining Thief          
Autor: Rick Riordan
Editado en España por: Salamandra

Sinopsis:

¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión? Pues eso es lo que le sucede a Percy Jackson, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su vida. Expulsado de seis colegios, Percy padece dislexia y dificultad para concentrarse, o al menos ésa es la versión oficial. Objeto de burlas por inventarse historias fantásticas, ni siquiera él mismo acaba de creérselas hasta el día en que los dioses del Olimpo le revelan la verdad: Percy es nada menos que un semidios, es decir, el hijo de un dios y una mortal. Y como tal ha de descubrir quién ha robado el rayo de Zeus y así evitar que estalle una guerra entre los dioses. Para cumplir la misión contará con la ayuda de sus amigos Grover, un joven sátiro, y Annabeth, hija de Atenea.

El Ladrón del Rayo da comienzo a la apasionante serie PERCY JACKSON Y LOS DIOSES DEL OLIMPO, un mundo secreto que los antiguos dioses griegos han recreado a nuestro alrededor en pleno siglo XXI.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Este tipo de narrativa fantástica juvenil me atrajo bastante cuando supe de ella, en parte por sus adaptaciones cinematográficas. Por un lado, el género fantástico es uno de los más recurrentes en mis lecturas desde muy joven, a lo cual se suma el que toque la mitología griega (tema por el que siempre he sentido fascinación y agrado). Por otro lado, por su sinopsis prometía ser algo muy Harry Potter pero cambiando la brujería por la citada mitología. Afortunadamente, el resultado de esta lectura me satisfació.

Percy puede parecer a ojo de cualquiera el típico chico algo problemático, no por ser un vándalo ni el típico estudiante rebelde, sino por cosas como su dislexia, su falta de concentración y su exceso de imaginación; por lo tanto, acaba yendo de escuela en escuela y blanco fijo del bulling por las aulas que pasan ante él. También hay que sumarse su situación familiar, con un padrastro desagradable tanto con el propio Percy como con la madre de éste.
Pero a sus doce años será objeto de muchas revelaciones desbordantes para él, que todas las cosas extrañas que parecían rodearle eran en realidad más lógicas y corrientes, al menos para los familiarizados con el mundo de los mitos griegos y que no lo consideren meros mitos.
Pero más allá de todo lo que empezará a revelarse ante él, lo más alarmante es el peligro que correrá su vida precisamente por sus propios y velados orígenes. Peligros nada mundanos que obstaculizarán tanto las búsquedas personales de Percy en pos de saber sus orígenes como misiones destinadas a él aún sin buscarlas, y de fracasar estás últimas no le perjudicaría a él, sino a sus similares que acaba de conocer y al mundo entero en el que se ha criado.

Desde la perspectiva del autor, resulta sumamente interesante la visión de los mitos griego en el mundo de hoy en día, y sorprende la idea un tanto bizarra pero curiosa de que algunas partes parecen haber sufrido una adaptable modernización (en plan renovarse o morir), como si los propios Olímpicos moviesen sus doce tronos surcando la ola del progreso hasta incluso plantarse en la conocida “tierra de las oportunidades”. Claro está que no todos los elementos de esa Grecia pretérita iban a sufrir los estragos de la modernización, pero sí que sabrán acoplarse y pasar desapercibidos a los ojos mundanos según sus intereses, en particular esos monstruos tan numerosos como diversos en su mayoría bien conocidos para nosotros.
Y Percy tendrá que dar grandes zancadas para conocer ese escenario paralelo a la realidad que retrata el autor, porque forma parte de él desde el principio aunque no fuera consciente de ello. Si ya la entrada en la adolescencia puede ser complicada de vivir, más todavía tras descubrir que tu padre de un Olímpico y que eso puede ser más un imán para problemas que un chollo.
Y mayor complejidad tendrá el panorama ante el protagonista con el extraño robo del rayo maestro de Zeus, un hurto sin precedentes que pondrá  en peligro el equilibrio del Olimpo, lo que podría afectar negativamente a los vástagos del campamento Mestizo y a los meros mortales… Y Percy se verá inmerso en una odisea a la altura de la sufrida por Ulises que promete ser no más que el comienzo.

El estilo de Riordan es equilibrado, con la sencillez justa para atraer a los poco duchos a la lectura pero lo suficiente denso y profundo para los lectores apasionados. Amolda en perfecta sincronía nuestro mundo real con lo mitológico nacido de la antigua Grecia, preñando un escenario real de situaciones que no son menos que épicas a la hora de plasmarse la historia de Percy. Y originalidad no le falta viendo como se mueven dioses, monstruos y seres mitológicos en un mundo saturado de tecnología y con mucha estrechez mental para creer que todos ellos existen. Por otra parte, casa bien los elementos mitológicos como para despertar el interés de quienes los desconoce y, a su vez, entretiene a los entendidos en la materia.
Además, es el protagonista principal quien narra su propia historia, con la perspectiva de un chico de su edad y sus antecedentes. Ya iba bien leer algo narrado por un varón, ante lo saturada que está la literatura de narradores femeninos que en la mayoría de los casos pueden llegar a ser un tedio por la personalidad concebida por más de un autor… Lo que no quita que a veces puedas desesperarte con Percy, en especial en sus momentos de mayor desesperación, valga la redundancia; pues como todos tiene sus defectos y sus virtudes.

Muchos podrían comparar a Percy Jackson con Harry Potter en ciertos aspectos. Protagonistas que empiezan sus andanzas a edades similares que resultan poco convencionales en nuestra sociedad mundana para revelarse a lo largo de sus respectivos primeros libros el secreto de sus orígenes poco corrientes para entrar en un mundo y una sociedad a la que, al menos en parte, pertenecen por derecho. Y aunque puedan parecer muy similares (como por ejemplo la valía e incluso osadía que pueden desplegar llegado el momento), hay un abismo en la personalidad y casi en el desarrollo de ambos. Algo que me sorprendió sondar su historia es que su nombre no es diminutivo de Percival como por lógica cabría esperar; y una vez revelado su nombre completo, y si además se tienen los suficientes conocimientos de mitología grecorromana, será demasiado fácil conocer incluso antes que el propio Percy su ascendencia divina, y en este libro deja claro que las historias se pueden repetir por el simple hecho de compartir un nombre.
Grover es divertido y con sus momentos locos (quizás tendría sentido en su caso decir que a veces está como una cabra en un sentido menos literal), pero también puede llegar a ser responsable dado el momento. Ante todo, demostrará la fortaleza y la franqueza de su amistad por Percy.
Annabeth es otro personaje que me recordó en muchos aspectos a otro personaje de la saga Harry Potter, en este caso Hermione; siendo casual que comparten el rol de futura buena amiga del protagonista. Dotada de inteligencia e incluso habilidades tácticas como cabría de esperar de una hija de Atenea, pero que a su vez puede llegar a ser muy osada por más pragmática que suela ser. Su relación con Percy tendrá sus complejidades más allá de sus propias personalidades, más bien por asuntos de sus propios padres divinos.
En el campamento Meztizo (que no puedo evitar compararlo con Hogwarts, un lugar que congrega al tipo de jóvenes semejantes a su protagonista y que está apartado pero ligado a nuestro mundo) veremos poco a poco algunos de sus personajes, algunos que ya de por sí serán conocidos para los que hayan sondado los mitos de los que proceden. Parece venir de sangre, por así decirlo, la personalidad y los gustos de cada semideidad con respecto a su progenitor, un claro ejemplo es Clarisse, con un carácter y unas maneras que hace indudable quien es su padre. Otro personaje a tener en cuenta es Luke; a quien veremos un acercamiento a Percy que augura una amistad y que le prestará su generosa ayuda al comienzo de la primera gran aventura del protagonista; un joven que podría catalogarse de “molón” entre sus compañeros pero que se palpa su descontento, tomándoselo bastante personal y a pecho, ante el nulo contacto que los mestizos mantienen con sus progenitores olímpicos… Luke es alguien a tener presente en la memoria a lo largo de esta lectura.
Sobre deidades, criaturas, personajes conocidos de todos esos mitos… Mejor descubrir lo más o menos que se hayan adaptado e incluso modernizado en este siglo XXI.

La historia es bastante introductoria, pero no por ello menos amena. Junto con Percy descubriremos sus verdaderos orígenes, lo que es él en realidad, y de ahí acabará arrastrado en una aventura que promete ser épica como todas las que los siempre vaticinaban los oráculos. Y está claro que será épica, teniendo en cuenta la edad de sus protagonistas principales y los lectores al que va enfocado. La trama y el misterioso hurto del rayo de Zeus es algo que crea expectación a medida que avanzan las páginas, sin llegar a ser realmente nítido hasta que se rocen los últimos capítulos.
Su final, el cual es bastante abierto y con algunos cabos sueltos como sería de esperar en una saga, con expectativas de más por llegar a partir del título posterior. Realmente agradó el desenlace como el recorrido en general de esta lectura, aunque quizás me esperaba más por culpa de mi autosugestión previa a la adquisición de este libro.

Otro gran punto a favor es la edición, en la portada para ser más específicos. Sencilla pero profunda como la propia narrativa de Riordan, una buena puerta de entrada al lector potencial.


Conclusión: Una historia que da comienzo a las aventuras de un potencial héroe de hoy en día, para demostrar que lugares como la Gran Manzana pueden ser compatibles con matar una Gorgona o una hidra. Tanto si te gusta la mitología grecorromana como si eres nuevo en la materia, este primer volumen de Percy Jackson y Los Dioses del Olimpo es digno de brindarle una oportunidad.


Mi valoración global: 4,5/5        

miércoles, 15 de julio de 2015

Vendaval 1.1.2

Fueron objetivo de la práctica totalidad de las miradas de cuantos viandantes desconocidos que se les cruzaba; muchas eran de sorpresa fugaz y disimulada, otras mucho más descarados con expresiones boquiabiertas en sus rostros, los había también que incluso se reían con malicia o desaprobadoras cargadas de aversión. Pudieron haberlas evitado sin problemas yendo en coche, a pesar de que la distancia a pie era relativamente corta desde donde vivían, pero prefirieron dar un agradable paseo en mutua compañía; además, ya estaban más que acostumbrados a tales reacciones y les traía bastante al fresco lo que opinase el resto sobre ellos y su forma de vida.
Sus andares, su actitud y sus modales parecían poseer, al igual que las galas elegidas para la ocasión, una peculiar y sobria elegancia poco estilada en estos tiempos modernos en los que se mueve la mayoría de la gente. El cada vez más cercano crepúsculo extendía sus propias sombras y los agonizantes rayos del sol conferían un brillo dorado a sus figuras vestidas de oscuros colores.
Ella era la que más destacaba, no sólo por su aspecto, sino por la bella gracia de su figura que rayaba la majestuosidad intrínseca, maximizada por su aspecto comparable al de una princesa gótica. Su torso estaba sensualmente oprimido por un corsé negro con detalles de oscuro e intenso azul ultramar y decorado con pequeños encajes, dejando al descubierto clavícula, hombros, omoplatos y brazos; su falda, muy abierta y voluminosa, brotaba de sus caderas en numerosas y armoniosas capas de seda, tul y satén en idénticas tonalidades a las de parte superior del conjunto que ondeaban casi barriendo el pavimento, con la elegancia que le transmitían las largas piernas que ocultaban; cada pisada de los oscuros tacones parecían seguir la acompasada regularidad de un metrónomo, en cada paso se distinguía suavidad y fuerza, elegancia y seguridad. Su lisa cabellera expuesta al viento era un velo negro y brillante cual obsidiana que le cubría casi toda la espalda. Sus ojos del color del café americano estaban guarecidos por párpados provistos de largas y finas pestañas, su piel clara pero sin ser nívea era tersa.
-Si no fueras tan hermosa, dudo que nos echasen el ojo más allá de los motivos evidentes.
Ella orientó su mirada hacia el hombre que le habló con voz sosegada, de cuyo galante brazo estaba agarrada. Nunca estaba segura de si él la halagaba con objetividad, pero la opinión real era irrisoria en comparación con sentirse la más bella sólo para él; ya que ella misma compartía tal criterio hacia él. A pesar de que se conocieron y empezaron a salir cerca de dos años atrás y de llevar a las espaldas uno entero de convivencia, aún palpitaba el ímpetu de ese comienzo bajo la sobriedad que muchos veían en ella a la hora de demostrar su afecto; siempre defendía a capa y a espada en su fuero interno que ser empalagosos constantemente, en especial en público, no era la base de una relación, y mucho menos eso la hacía mejor o peor.
Le acarició con la mano libre el brazo que la guiaba, teniendo cuidado de que no se le cayese el más decorativo que funcional chal de oscuros y delicados encajes.
-No quiero pecar de vanidad, pero me encanta que sigas diciéndome esas cosas que normalmente los hombres dejáis de esmeraros una vez conquistado el Monte de Venus.
Su voz calmada y nítida, con un temple muy similar al de su acompañante, parecía desprovista de banalidad a pesar de la calidez que le mandaba junto a una mirada intensa que le decía a él bastante. Era lo suficiente objetiva como para reconocer que aquel que rozaba el cuarto de siglo de vida aventajándola un lustro mal contado no destacaba de manera especial en los cánones de belleza impuestos, pero para ella no bajaba de irresistible. Y más se quedaba sin hálito cuando él se engalanaba como en aquel día.
En esa tarde crepuscular parecía todo un caballero de la Inglaterra Victoriana, aunque el traje estaba ligeramente adaptado a la moda contemporánea pero sin perder la esencia del siglo XIX. El negro de pantalones, zapatos, chaleco y levita armonizaban con los intensos tonos púrpura tanto de la camisa como del cravat que guarnecía el cuello de la misma. Y como siempre, su barba estaba impecable, perfectamente igualada tanto a bigote y mentón unidos a sendos lados de la boca, desembocando por la parte más inferior de sus mandíbulas cual esculpidos rodapiés bajo las paredes que eran sus mejillas afeitadas. La palidez de su piel resaltaba mucho con los colores de sus ropas, así como por las ojeras que sombreaban bajo sus ojos, las cuales estaban bañadas por un sutil toque de maquillaje tal como suelen hacer otros góticos como él para acentuar más esa palidez. A distancias cortas uno sabría que su cabello, ese día recogido en una coleta no muy larga, estaba teñido de negro por la sutil diferencia con el verdadero castaño oscuro de las cejas y la barba.
-La mayoría desconoce que el amor, el auténtico, es una guerra que carece de final o tregua -añadió él con una sonrisa orgullosa-. Sabes bien que lo difícil e importante no es hallarlo y ser correspondido, sino conservarlo y batallar en el día a día para cuidarlo, mi amada Beatriz.
-Eso lo sé bien, Mario -contestó con una altivez mucho más creíble de lo que en verdad era, mientras apoyaba un instante su cabeza contra el hombro de él sin reducir el ritmo de su paseo-. Tú eres un claro ejemplo de que no todos sois bestias de piara. Te calé bastante cuando nos conocimos.
-Al final te resulté demasiado cristalino tras tanta negrura.
Sus labios de dilataron sutilmente en una sonrisa. La vida de ambos había sufrido diversos cambios en ese tiempo en su inmensa mayoría para mejor y les resultaba nefasto concebir una vida en la que no estuviese el otro para complementarla.
-Al final llegaremos con tiempo más que sobrado -comentó Mario un par de minutos más tarde tras comprobar la hora en el reloj de bolsillo de corte clásico que llevaba en uno de su levita, sin desprenderse del agarre de su pareja en su brazo-. Tomémoslo con más calma.
Tras responderle con un silencioso asentimiento, el semblante de Beatriz se tornó súbitamente más pálido cuando el reloj de bolsillo se escurrió de la mano de Mario; ella tuvo presura a la hora de cogerlo al vuelo con la mano libre, aún sabiendo que ni siquiera tocaría el suelo gracias a la cadena que lo anclaba al bolsillo. Pero su mayor preocupación, a pesar del temple mostrado en su rostro, fue la mano que había portaba el objeto un segundo antes.
Beatriz la retuvo con impertérrita firmeza en su siniestra. Los dedos de Mario tamborilearon como el aleteo de un colibrí contra el dorso de su mano, guarnecida por un mitón de encaje negro al igual que la diestra. Apretó con fuerza mientras los dedos de su pareja se detenían paulatinamente. Ambos suspiraron con parquedad para exhalar el aire que contuvieron durante ese lapso, mientras las manos aún entrelazadas se acariciaban con reciprocidad.
Perduraron inmóviles donde se habían detenido, al amparo de la oportuna sombra de los edificios colindantes, en la cual los zafiros que lucía Beatriz en sus alhajas perdieron todo su brillo, del mismo modo que se intensificaron los oscurísimos índigos que tintaban sus labios y uñas hasta difuminarse en la negrura que les envolvían. No reprimieron el deseo de besarse unos segundos bajo ese tenebroso amparo que les protegía de cualquier mirada. Bajo sus bocas aparentemente estáticas, sus lenguas guerrearon en un breve pulso mientras ella acariciaba el semblante de su compañero sentimental, jugueteando con el dedo corazón el único pendiente que se había dejado puesto en una de sus orejas y que estaba muy fuera de lugar en su pinta de galán; un aro finísimo del cual colgaba un adorno un tanto ostentoso a la par que simple con la forma de un triángulo boca abajo.
-Mario... -dijo Beatriz con voz un tanto temblona, viéndose obligada a carraspear para recobrar la nitidez y la firmeza habituales de su timbre-. ¿No te arrepientes de tu elección?
-En absoluto -atajó en un susurro lúgubre pero tierno-. Y nunca hallarás vacilación en mí.
-Sé que nada ni nadie te hará bajar del burro, y eso me hace egoístamente feliz. Pero creo bastante factible la existencia de otro negro más acorde contigo.

-Pequeña mía, no busco un negro por su intensidad, sino por lo que me transmite -sentenció acariciándole una de sus mejillas-. El que elegí complementa al mío en todos los niveles y me hace realmente feliz, y no necesito otro ni más ni menos oscuro. No lo olvides nunca, Bea....