miércoles, 5 de noviembre de 2014

Crítica personal: Nubes de Ketchup

Título: Nubes de Ketchup
Título original: Ketchup Clouds
Autora: Annabel Pitcher
Editado en España por: alevosía

Sinopsis:

Zoe es una chica inglesa de quince años que oculta un terrible secreto. Llena de angustia pero también con buenas dosis de humor, Zoe comenzará a escribir cartas a Stuart Harris, un asesino encerrado en el corredor de la muerte de una prisión de Texas. Piensa que solo alguien así, marcado al igual que ella por el secreto, la mentira y el asesinato, va a poder comprenderla…

Bolígrafo en mano, Zoe respira profundamente y comenzará un relato de amor y traición.

Crítica personal (puede haber spoilers):

La vida de Zoe es corriente, con sus sueños y sus ganas de vivir una adolescencia como la de los demás. Al menos, así era la línea corriente que seguía antes de que todo empezara a cambiar, drásticamente y para siempre, a partir de la noche que fue con su amiga Lauren a la fiesta que organizó un compañero de instituto en su casa. Aquello habría sido el típico momento desinhibido de esa edad destinado a reír, bailar y beber un poco hasta pillar ese “puntillo” de embriaguez… de no haberse cruzado con aquel chico desconocido (al que apoda Ojos Castaños en sus adentros al desconocer su nombre) y, más tarde, interactuar esa noche mejor y a solas con Max, el anfitrión.
Los encuentros de Zoe con ambos chicos se producirán, casualidades que cumplen el guión fijado por el caprichoso azar (y de la autora), evolucionando cada una de estas interacciones por su lado y a su ritmo, sin ser ella consciente de lo juntas que podrían estar esas líneas paralelas en el horizonte, ni mucho menos ese desenlace del que es parte crucial.
Un año después, en el presente de la historia, Zoe está marcada por un secreto horrible e inconfesable que la carcome por dentro. Además, no la ayuda mucho el ambiente algo más complicado en su casa, encabezado por el hecho que su padre acabara desempleado, con las consecuentes tensiones entre éste y su madre frente al decible de la economía familiar.
Por todo ello, y ante la falta de alguien en su entorno que pueda entenderla para compartir ese secreto en busca de mitigar ese peso que la asfixia día sí, día también, decide desahogarse con quien sí sería capaz: un asesino sentenciado a muerte. Y a partir de una correspondencia unidireccional, al amparo del anonimato bajo un nombre falso y sin facilitar señas exactas de su residencia en el remite, Zoe encontrará en cada carta un pequeño remanso de paz.
Encauzará a Stuart (y al lector) en su historia a dos aguas, en la cual el amor y el desamor tienen un peso primordial: por un lado, los antecedentes del secreto en cuestión, desde la fiesta a la que asiste hasta la culminación de ese hecho que la atormenta un año después, pasando por todo lo que sucede entre un punto y otro; además, expondrá lo que sucede en el presente, incapaz de llamar vida a su día a día por los sentimientos que pesan sobre sí misma, sin ayudarle la precariedad de su entorno y que el aniversario de ese hecho (un enigma en sus primeras cartas y que no se esclarecerá hasta que sendos puntos estén más próximos entre sí) hace avivar con mayor candencia los fantasmas que la acosan.

Ante todo, Nubes de Ketchup es una novela romántica juvenil en lo más intrínsico de su agria naturaleza, aunque me resultó un tanto atípica, distinta de otras que he conocido; por más tragedia o desamor retorciéndose en su danza con lo dulce y apasionado. En términos generales, fue de mi agrado en gran medida y superó mis expectativas iniciales. Concebida con un bien calculado equilibro entre, por un lado, lo cruento que acarrea el asunto que atormenta a su protagonista y narradora, y por otro, como la protagonista-narradora lo trata de sobrellevar con cierto humor ácido y mordaz tanto su momento actual como rememorar el pasado con bolígrafo en mano.
La historia es una sucesión de cartas escritas por la protagonista, con algún dibujo que otro en esta correspondencia con aquel sentenciado que eligió ella misma como su confidente. Sus líneas destilan lo visceral del tormento de “Zoe”, que a medida que pasan las misivas que envía se irá esclareciéndose el asunto en cuestión, que comienza al conocer a dos dichos en aquella fiesta. Pero no cae en una senda de drama y autocompasión como cabría esperar, gracias a la personalidad de Zoe, que desarrolla su propio método de defensa ante lo que le carcome la moral, con el fin de por lo menos no hundirse con todo ese peso tan titánico para una chica tan joven.

El estilo de Annabel Pithcer me resultó atractivo cuando empecé esta lectura. Considero acertado su enfoque a la hora de meter al lector con realismo en la piel y la mente y los sentimientos de una adolescente, desnudando cada capa de las emociones afloradas por el secreto que atesora en las sombras de su alma, así como la forma con la que Zoe trata de hacerlo frente y sobrellevarlo.
Igualmente, a pesar de que nos narra en cada carta, de forma paralela y alterna, tanto el presente como ese pasado no muy lejano que va acercándose expectante al momento actual, consigue que ambos hilos de la historia caminen a la par en equilibrio, sin confundir al lector ni dejando que se enfríe lo más mínimo ambas partes de la memoria del lector.
                                                                                            
Zoe es la mayor de tres hermanas, lista, avispada e ingeniosa, además de apasionada de la lectura y la escritura. Un año antes de iniciar su peculiar correspondencia, no se diferencia en su comienzo de cualquier otra joven como ella en plena adolescencia, pero ella misma experimentará grandes cambios de manera progresiva a partir de aquella fiesta a la que acude, en gran mayoría para mal pero en parte para bien, de todo lo que le ocurre. Sondará las sensaciones que toda chica a su edad aspira conocer con vehemencia, a la vez que su inocencia se verá dañada, y en buena parte mutilada de cuajo, más allá de lo que podría esperarse en esos primeros pasos hacia la edad adulta. La inexperiencia y los arrebatos de la juventud, junto al abrumante libre albedrío de un corazón que empieza a conocer los entresijos del amor y los coqueteos propios de la edad, jugarán caprichosamente en Zoe, y todo ello la mermará y fortalecerá a la par en distintos aspectos, llevándola a desnudar su alma a un desconocido en busca de verdadera empatía y un remanso de paz, en un intento quizás desesperado de abrazar algo de expiación.
Sobre Max y el chico de los ojos castaños (que más tarde descubriremos su nombre), consiguen calar en la vida y las emociones de Zoe a pesar de lo diametralmente opuestos que son sus personalidades, a pesar de lo similares que el lector irá descubriendo que son. El primero es el típico chaval que atrae las miradas de las chicas del instituto y la admiración en un buen número de compañeros del mismo sexo, por lo díscolo, atrevido, bravucón y zángano de su carácter, aunque objetivamente es un joven que lo mejor que saber hacer es sonar, con una seguridad en sí mismo que es más bien una apariencia; creo que lo que más consigue de sí para atraer a Zoe es su labia y su forma de incitarla moviendo los hilos adecuados, surgiendo entre ellos un vínculo tan magnético que entrechoca a la par. En cambio, el otro muchacho, escasos años mayor que los otros dos vértices de este triángulo, rebosa madurez y sensatez, comedido pero sin ser por ello insípido, con una mentalidad y una visión de las cosas que conecte con Zoe en armoniosa naturalidad.
No son demasiados personajes más allá de este trío principal con notable presencia en la trama. La familia de Zoe a más destacar; un padre flexible que ha perdido su trabajo y que mantiene casi constantes choques con su esposa; una madre llena de buenas intensiones pero que sobreprotege y disciplina concienzudamente a sus tres hijas, en especial a Dot tras la pérdida de la capacidad auditiva de ésta siendo un bebé; Shopie parece concebida para cumplir el estereotipado rol de “hijo de en medio”; y Dot, la pequeña de las tres, no parece entristecerla demasiado el hecho de no poder oír y tener que hablar con signos, porque este personaje que me resultó encantador parece conformarse con querer a su familia, con un especial cariño por la protagonista (además, esta pequeña es una gran fuente de ocurrencias que podríamos encontrarnos de voz de los más inocentes e inconscientes que nos rodean).
                                                       
Lauren es la mejor amiga de Zoe, que cae precisamente en el arquetipo de “mejor amiga”; pero que aún así no es lo suficiente estrecho el vínculo de confidencia entre ambas para que la protagonista comparta con ella su más turbio e inconfesable secreto. Su aportación es puntual pero correcta, cumpliendo bien su papel.
Sandra la iremos conociendo poco a poco a medida que avanzan las cartas, una mujer que de un año a otro sufre un cambio rotundo, pues la pérdida que sufre es de un calibre sólo comprensible por una mujer en su misma situación. Precisamente, la autora nos muestra con este personaje lo turbia que puede ser la objetividad, así como podemos idealizar nuestros recuerdos a raíz de esa pena que se convierte en un tumor imposible de extirpar que la arrastra a un maremoto de autocompasión difícil de escapar de sus constantes vueltas.
Y finalmente Stuart… ¿Es un verdadero personaje? No son muchos datos sobre él que entrevemos entre las líneas de la correspondencia unidireccional de Zoe, pero a pesar de ser un ser “invisible y mudo” es nuestra puerta abierta a la cruda historia de ella y a los engranajes más recónditos de su corazón y su conciencia.

La trama, en general, es de las que mantienen en vilo, con distintos focos de interés circundando al argumento central, esclareciendo no sólo el secreto de Zoe, sino también otros tantos del mundo cotidiano que la circunda. La incertidumbre parece constante para el lector, sin dejar claro quien será al final la “víctima” de Zoe, a medida que conocemos presente y pasado a la par, cada hecho de su día a día, todo aquello que regalará comprensión del todo con cada gota vertida.
Y respecto a su final, fue muy de mi agrado, pero no terminó de cuajarme; quizás esperaba otra cosa. A medida que nos acercamos a las últimas misivas, mascamos esa tragedia del pasado que se ve venir de lejos pero sin llegar a tenerlo claro por entero hasta que cae por su propio peso; a la par, vemos como “termina” este asunto en el presente con las últimas líneas de Zoe para Stuart.
Pero a pesar de que el desenlace no me regaló una satisfacción plena, fue una lectura enriquecedora que logró agradarme mucho.

Conclusión: Nubes de Ketchup es cruda pero amena, fresca y ácida en cantidades parejas, con el romanticismo intenso que lleva la adolescencia, pero por unos caminos poco frecuentes por azares del caprichoso destino. Un generoso número de cartas que nos hace entender ciertos casos que no son blancos o negros por entero, incluido el hecho de arrebatarle la vida a otra persona, un camino de papel y tinta que la protagonista recorre en su intento de encontrar desahogo y su propia salvación.

Mi valoración global: 4,5/5



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